Opinión Nacional

Al último le cae

A estas alturas ya no será posible que los peores candidatos declinen sus aspiraciones a favor de aquel capaz de derrotar el absolutismo, a la reinvidicación de una monarquía escatológica que haría sonreír a Charles Bukowski. Se les acabó el plazo, no hay nada que hacer. Relatos de la locura ordinaria, así llamaba este escritor de origen alemán, norteamericano de profesión, bautizado católico, a la estética de todas las depravaciones posibles, comenzando por la miseria y terminando con la prostitución. Hoy sería cronista de nuestra danza de ambiciones, de esa sala de espejos que intentan con afán construir tantos aspirantes a Alcalde. No acuso a los chavistas de haber soñado con otro país, no señalo a los candidatos rojos por haber sucumbido a la orgía de poder, de haberse revolcado en las arcas petroleras, pero sí a los candidatos de la oposición que se negaron a aceptar su realidad de forma voluntaria. Otro artista importante, vital para entender a Latinoamérica, argumentaba que la vida te invita y que si no aceptas, te arrastra. Igualito te vas. Así pasará con ellos. No quedarán ni para rellenar periódicos viejos.

La sociedad civil debe identificarlos. El juego apenas comienza y el año entrante tendremos elecciones parlamentarias. El candidato que no declinó y el partido político que lo apoyó sin contribuir al triunfo del mejor, cobrará. La misión del próximo año será recordarles públicamente hasta el cansancio su indigestión de codicia. Lo bueno de este régimen, me recordaba un golfista, mientras calculaba con serenidad el viento que podría desviar su pelota Wilson, es que hemos adquirido un poquito de cultura política. Ya no son los sociólogos, los profesores de postgrado en la USB o los abogados, quienes monopolizan el talento para interpretar las corrientes de poder que trastocan la vida de los hombres. Tolstoi como escritor podía darse el lujo de incorporar al final de su gran novela, La guerra y la paz, un tratado de interpretación histórica donde subrayaba los eventos menores, las decisiones individuales, las frases inesperadas, que terminan configurando los escenarios de guerra o de la alta política. No son los gestos grandilocuentes, ni las hazañas militares coordinadas por grandes estrategas: son las pequeñas ambiciones las que destruyen a un país. O la generosidad de personas comunes, desconocidas, trabajando en silencio, los que hacen la diferencia. Hoy todos somos políticos.

Ya están pensando en las elecciones presidenciales, ensayando un macabro juego de un ajedrez con el que piensan posicionarse y convertirse en auténticas referencias nacionales. Sacrifican a una joven que pudiera tener futuro, a fin de destruir un candidato ganador. Prefieren perder a un Estado, antes de dar su brazo a torcer. Entregan Municipios donde en sana paz debería ganar la oposición, para no ver al enemigo de su misma acera administrando la ciudad. Y como decíamos en primaria, al que termine en último lugar, le cae. Al que llegue de segundo o tercero entre varios aspirantes, le caerá la maldición de Bukowski: nadie se acordará de ellos, sino para asentar la crónica de tanta decadencia, para mostrar los máximos errores de la política: prepotencia y soberbia. Todos nos encargaremos, en particular los gremios, las asociaciones civiles, los periodistas y locutores, de señalarlos. Pasaremos por encima de ellos y construiremos un país digno, con sacrificio, con amor, con una sonrisa en el alma; ligeros de equipaje y convencidos del diálogo, decididos a cruzar la noche de ese bosque que atrapa en la miseria a tantos venezolanos. Ayudarlos a salir de ella, a los que no tienen rostro ni bolsillo.

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