Opinión Nacional

Alexis de Tocqueville y su prédica contra el autoritarismo

Por estos días, aún campean sobre la faz de nuestra atribulada región hispanoamericana tanto la demagogia y la mentira como los aviesos empeños para destruir la esencia de la democracia. Ahora son otros los rostros y métodos de la ignominia, el demérito y la degradación en el quehacer político; y aún el pueblo, el siempre sufrido pueblo, es víctima de voraces apetitos de la autocracia y el autoritarismo que, vestidos con ropajes de una pretendida “redención social”, ya no tienen empacho en “confesarse” como herederos de consignas y “propuestas” desfasadas en el tiempo e inviables en la razón práctica. Ahora, entre nosotros, lo que otrora era calificado como “ejemplo de la democracia” en el continente, se ha transformado en fuente de nuevas miserias populistas y escenario de una infeliz carrera hacia la presentación teatral de nuevos talantes del oprobio y la vergüenza políticas.

Este cuadro dramático se complementa con las nada envidiables estadísticas que nos aportan tristes indicadores en el terreno de lo social, precisamente en el contexto en el cual se “blanden y esgrimen las mejoras galas de la miseria del populismo”. Ahí están los lamentables crecimientos en las cifras del desempleo, el incremento en la dependencia económica y tecnológica; el atraso, la indigencia y la malaventura en renglones como los de la producción, la industria, la agricultura y en el nivel cultural de nuestro pueblo; aspectos que se emparentan y vinculan con los signos negativos que se advierten ante la carencia de nuevas perspectivas de inversión para el desarrollo en todos los órdenes de la vida socio-económica; así como en el progresivo desmejoramiento en el valor de nuestro signo monetario, elemento clave para el avance de la inflación y la declinación del poder adquisitivo sobre todo de los sectores sociales más necesitados. Así mismo, no podemos dejar de lado –en este contexto de valoración crítica de la situación política en nuestro medio- los agudos signos de descomposición social, consecuencia directa de la crisis socio-económica y la ausencia de una eficaz gobernabilidad: la delincuencia, la corrupción administrativa, el gradual y progresivo desconocimiento de los elementos característicos que deben sustentar el Estado de Derecho, el desmedido afán para concentrar el poder político en una sola mano o sector, la ola de atropellos y desmanes contra los Derechos Humanos, el empeño para acosar la disidencia y cercenar la libertad de expresión mediante subterfugios legales y otros signos distintivos del deterioro de los valores propios de la identidad nacional; así como de la decadencia socio-económica y jurídico-política.

Es lo que algún estudioso de los fenómenos socio-políticos podría fácilmente calificar como escenario signado por un nada oculto vacío de contenidos. Un complejo contexto caracterizado por el desfallecimiento de los valores sociales; en el que las ideas, el sentimiento nacionalista y el real valor de los criterios u opiniones son sustituidos por el predominio no sólo de inconfesables intereses de índole personal o sectaria, sino por el morboso y obcecado afán para concentrar el poder y exterminar, de una vez por todas, todo ejemplo elocuente, producto de la libre confrontación de ideas y el pluralismo como esencia de la democracia.

Contra ese vacío de contenidos y sustitución de valores característicos de progresiva degradación, signos de decadencia social, también se pronunció –con las connotaciones de su tiempo y circunstancia- el francés Alexis de Tocqueville, ese notable pensador contra la autocracia y la concentración del poder político, de cuyo nacimiento se conmemora -este 29 de julio de 2005- el ducentésimo aniversario de su nacimiento.

En 1835 de Tocqueville, publicó el primer tomo de su obra capital La democracia en América. Había sido enviado por su familia a tierras de América del Norte para estudiar el sistema penal, pero –muy pronto- le fascinó el curso de los acontecimientos que marcaron la evolución de nuevas estructuras socio-políticas, muy distintas a las tradicionales europeas, pese a los grandes cambios producidos desde la Revolución Francesa, de 1789. El pensador, en su análisis, tomó nota no sólo de las circunstancias políticas que caracterizaban en el Nuevo Mundo lo que por entonces era denominada la forma auténtica de la democracia de los modernos en contraposición al carácter democrático que conocieron las antiguas experiencias, aun desde tiempos de los griegos. De Tocqueville hizo énfasis en el hecho de que en América los principios claves de la democracia habían cobrado eficacia y factibilidad. De este modo, por ejemplo, la soberanía popular en América no era un enunciado retórico o expresión vacía en el contexto de una declaración… era una realidad puesta en evidencia por la constante participación del pueblo en el manejo de los asuntos públicos, de modo directo y absoluto. Para el pensador galo, la libertad democrática era una realidad sin discusión. Quizá, podríamos decir, compaginaba o armonizaba con la concepción de Bolívar (madurada desde el tiempo en que el futuro Libertador estuvo de visita en Estados Unidos), al calificar la experiencia política estadounidense, surgida y evolucionada desde su ruptura con la coyunda inglesa, como la democracia funcional.
La citada obra ha sido considerada como uno de los primeros y más importantes estudios sobre el sistema político-legislativo y administrativo de los Estados Unidos. En ella planteó el resultado de su pesquisa acerca del influjo de las instituciones sociales y políticas en los hábitos y costumbres de la población. En tal sentido, de Tocqueville no titubeó al exponer severamente su examen crítico en relación con ciertos aspectos de la democracia estadounidense; pensaba, por ejemplo, “…que la opinión pública tendía hacia la tiranía y que el gobierno de la mayoría podía llegar a ser tan opresivo como un gobierno despótico”.
Empero, lo que más nos interesa destacar en este comentario, para de Tocqueville el poder del pueblo es el elemento fundamental que cuenta a la hora de la toma de las decisiones claves para el avance social: “La sociedad actúa por sí misma sobre sí misma…”, axioma que denota la importancia y trascendencia del principio de la soberanía popular, ya sea por acción del propio pueblo al legislar y decidir por sí mismo, a la usanza ateniense, o bien mediante la acción de los legisladores elegidos libremente por el pueblo para que lo representen. Lo más importante, para el análisis valorativo de Tocqueville es que el poder sea detentado por el pueblo, de modo directo o mediante idónea representación, pues –en este último caso- la fuerza de las circunstancias, de orden lógico y razonable, esencialmente el aumento de la población, así lo exige y requiere. Frente a esa realidad socio-política, de Tocqueville advirtió la inconsecuencia e inoportunidad de cualesquiera otro ente o poder que pretenda sobreponerse o someter la voluntad del pueblo. Por tanto, anotó: “…no existe poder afuera de ella y no hay nadie que se atreva a concebir, y sobre todo a expresar, la idea de buscarla en otro lado”.
En este contexto, con toda evidencia, no soslayó el papel del pueblo en la constante vigilancia sobre el manejo de los asuntos públicos, de ahí la esencia de la participación popular en la acción del gobierno en todas sus expresiones. En consecuencia, la participación del pueblo no debía circunscribirse a la mera elección de los representantes, sino ampliarse y profundizarse, toda vez que la participación es consubstancial con la democracia. Por ello, no se trataba entonces de sustituir la democracia representativa. Ya de Tocqueville intuía que no podía hablarse de democracia sin participación. Así mismo, el pensador no soslayó el significado del pluralismo como esencia de la democracia; así lo advirtió en la evolución que al respecto se experimentaba en la sociedad estadounidense. La democracia moderna es pluralista, su basamento está afincado en la confrontación de pareceres y opiniones por muy disímiles o contrapuestas que sean; esto es, la multiplicidad de criterios, la oportunidad y libertad para expresarlos y defenderlos, son elementos propios y necesarios tanto para el desarrollo de la libertad personal como para la existencia y perfectibilidad de las sociedades intermedias entre el individuo y el Estado. Tales elementos, fueron objeto de análisis de parte del examen expuesto por de Tocqueville en aquella época y circunstancia, cuya esencia aún hoy día nos sirve de recurso para comprender nuestra actual realidad, pese a los elementos característicos muy distintos a los tiempos en que escribió sus reflexiones sobre la democracia en América.

Tales aspectos, junto con la prédica a favor de la igualdad de oportunidades, en un clima de auténtica libertad y democracia; vale decir, en ausencia de explotación y opresión de cualquier signo que sea, constituyeron venero de especial significación para el análisis de Tocqueville. Ello, y la tendencia que el pensador observó en los estadounidenses de aquella época para abrir cauces al asociacionismo en pos del Bien Común, incluso el importante papel asignado por la Constitución y la ley a los Municipios y comunidades locales, esencialmente en lo que atañe a la gestión de los asuntos que les son propios, fueron estimados por de Tocqueville en su obra principal como factores de especial y trascendente importancia para el surgimiento y ulterior desarrollo no sólo de la persona individualmente considerada sino de las comunidades en general. En este sentido, el pensador que motiva estos comentarios no vaciló en analizar y valorar los testimonios a favor y en contra de la participación voluntaria, consciente y efectiva de los ciudadanos mediante el concurso de las distintas formas asociativas que dan vida a la denominada sociedad civil, la que –en esencia, en nuestro concepto- es la misma sociedad política. Todo ello, en suerte de inmenso crisol en el que descuellan los principios referidos al respeto a la persona, la autodeterminación de la comunidad política y el consciente empeño para aunar esfuerzos (tanto por parte del Estado como de la colectividad en general) en función del Bien Común, actitud con la que se trataba de corregir y anular las rémoras y lacras sociales en ese desempeño social hacia la conquista de nuevas formas de coexistencia cívica; de ahí la lucha contra la explotación de las capas menos favorecidas sociales y contra todo tipo de exclusión y discriminación.

En otra de sus obras, El antiguo régimen y la revolución (1856), de Tocqueville expuso un análisis exegético de la Revolución Francesa, de 1789, haciendo hincapié al valorar el decurso de las transformaciones que progresivamente se produjeron en la estructura del gobierno y las actitudes políticas francesas en el empeño a favor de la igualdad. En esta obra, también reforzó su prédica contra la autocracia y todo intento de opresión.

Evidentemente que ideas y criterios como los expuestos en el análisis valorativo de Tocqueville nunca fueron vistos con muy buenos ojos por parte de los partidarios de la autocracia, el totalitarismo y la opresión de todos los tiempos. Los de ayer observaron que los escritos del pensador y las opiniones similares expuestas pos sus seguidores no podían, de modo alguno, consubstanciarse con el falaz empeño por concentrar el poder en beneficio de un solo hombre o bandería política. Y hoy, de igual modo: las ideas a favor de la auténtica democracia, la libertad, el respeto a la ley y el progreso en un clima de libertad, sin fraude ni coacción de ninguna especie, son objeto de persecución, atropello y discriminación, aun de burla y difamación (incluso mediante el uso de los recursos del Estado, en acción típica de flagrante delito). Ahora como entonces, la lucha contra el caudillaje y la arbitrariedad, en todas sus formas y expresiones, cobra vida y renovados bríos. El empeño a favor de un mundo mejor y por la conquista de nuevas, superiores y más justas formas de existencia permanece activo en las mentes progresistas. La reacción autocrática y pro-totalitaria, aun con todos los recursos que el poder político y económico les depara en aciaga hora, no pueden acallar el justo descontento popular. Así lo vio e intuyó de Tocqueville en su tiempo y circunstancia. De esa forma lo vertió en sus reflexiones y observación de la realidad social de su época. Con idéntico perfil y consecuencias, con las dimensiones y características del tiempo presente, la ven quienes se oponen a toda forma de opresión y sometimiento del hombre por el hombre.

Para los pueblos que hoy sienten la férula de la opresión y el intento de sujeción a la voluntad de un solo hombre o sector político, desconociendo la genuina esencia de la democracia y la libertad, no sobran las ideas de Alexis de Tocqueville, pensador que, en su hora, también se puso de lado de la solidaridad en la lucha contra la autocracia y la demagogia. Para él también, sólo bajo un clima de libertad es susceptible el desarrollo y perfectibilidad de la verdadera democracia.

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