Opinión Nacional

Benavides

No es mi objetivo repetir su insólito discurso suficientemente difundido, lo es sí desenmascarar su intento de lavado cerebral a las tropas de policías y guardias nacionales. Lo es sí explicar a esos policías y a esos guardias nacionales las verdaderas razones del mensaje que vociferó a través de su envenenado megáfono.

¿Qué le generó tanta molestia para que de manera inmediata usted, Benavides, se dirigiese a las fuerzas de choque de la manera que lo hizo? ¿Por qué inventarse unos supuestos laboratorios de la oposición para desesperadamente meter en la cabeza de sus tropas sus ideas de odio contra quienes marchamos el pasado sábado? ¿No sería que estaba, usted y los otros secuaces de mando, molestos por el diálogo que los marchistas, que lograron acercarse pacíficamente a la barrera policial, entablaron con esos seres humanos, venezolanos como nosotros, que en el fondo también se sienten indignados pero temerosos por el abuso de poder de sus jefes?
Creo, Benavides, que además de encontrar usted su oportunidad de oro para guindarse de las que le conté de su Comandante en Jefe, su revolución no podía resistir que su tropa oyera la voz de quienes intentaban explicar a quienes obligaban a reprimirlos, que estábamos ahí por nuestros hijos y por los de ellos.

Sí, Benavides, había que contrarrestar los mensajes de paz que expresaban algunos marchistas, los llamados a la conciencia, el diálogo entre meros compatriotas en el que algunos policías expresaban su deseo de estrechar las manos ofrecidas por los jóvenes estudiantes, pero su imposibilidad de hacerlo por temor al posterior castigo.

Es claro, Benavides, que su discurso era un discurso desesperado, un discurso de miedo, el mismo miedo que les hizo colocar “las cercas eléctricas” para que los marchistas no se acercaran a la cerca humana, porque sabe que sus tropas tienen la moral resquebrajada por el maltrato y la indignación.

Sí, Benavides, usted sabe que esos otros venezolanos a los que obligan a reprimirnos, exponiéndolos a ser juzgados a futuro por delitos de lesa humanidad y sin posibilidad de huir como seguramente llegado el momento usted lo hará, se indignan cada vez que ven morir a un compañero a manos del hampa por no poder combatirla con los equipos adecuados para hacerlo; se indignan al verse inclusive desprotegidos de los gases que nos lanzan mientras ustedes los jefes los observan con sus máscaras bien colocadas en sus rostros para no intoxicarse con otra cosa que no sean sus propias palabras de odio; se indignan porque no son ciegos ni insensibles para no darse cuenta de quiénes son los verdaderos violentos y quienes los pacíficos, para no darse cuenta de la complicidad de sus jefes con la delincuencia común para agredir a estudiantes y a madres que valientemente se exponen la barbarie por defender que sus hijos crezcan con criterio propio y con seguridad en sí mismos, no como meros corderos capaces de perder la dignidad como lo hace usted, Benavides.

Su deplorable discurso es el mismo que el de su patrón, el que siempre pretende voltear la tortilla convirtiendo a las víctimas en victimarios o buscando justificar lo injustificable con un discurso que a veces logra manipular hasta a aquellos que se oponen, pero que no tienen la gallardía para defender sus derechos antes de verlos pisoteados por un soldado miedoso como usted.

Benavides, el bravo pueblo que se hallaba frente a usted y que tanto miedo le infundió, era y es un pueblo bravo. Era y es un pueblo indignado por tantas burlas y excesos de poder. El problema, Benavides, su susto, Benavides, al igual que el de su patrón, es que ese “bravo pueblo bravo” crece y crece con el sentimiento, silenciosamente aliado, de unas tropas que algún día le darán la espalda a usted y a su patrón.

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