Opinión Nacional

Cadivi y el discreto encanto de nuestro pequeña burguesía

 Me encuentro en las oficinas de la DIEX con una muchacha con su hijo en brazos angustiada por renovar su pasaporte. Me dice: “Ay, señor, estoy tan preocupada con lo que está pasando. Ud. sabe, uno no puede resistirse a sus costumbres de viajera compulsiva. ¿Ud. cree que podremos continuar disfrutando de los cupos CADIVI?”.

            Me resisto a contarle que yo y mi familia: la mía de esposa, hija y dos nietos, no hemos solicitado un solo dólar del régimen en todos estos 14 años. Por principio. Y que señalárselo a una famosísima y muy estricta comunicadora social castigada por el régimen me valió un jalón de orejas que me enrojeció de pies a cabeza:”¡Por Dios Pedro, qué vaina es esa! Viajo a Barcelona todos los años a ver a mi hija y mi nieto y si fuera necesario lo haré tantas veces se me antoje! ¡Es nuestro derecho!”. Razones indiscutibles. Me tragué la cicuta en silencio.

            Alguna vez, impulsivo y llevado por mis incontroladas y muy apolíticas pasiones quise señalar en uno de mis tuits que CADIVI era no sólo un antro de corrupción inconmensurable, en comparación con el cual RECADI era un convento de Carmelitas Descalzas y el pobre chinito un mártir de la IV República, sino el miserable caramelo con el que el régimen castrocomunista, autocrático y dictatorial del teniente coronel y sus 40 ladrones, mantenían anestesiada a una clase media que drenaba sus arrecheras dándose un paseíto por las ramblas, caminando por la V Avenida y descansando en Fort Lauderdale. Una de nuestras más queridas amigas, de posición suficientemente cómoda e incluso cuentas en dólares, se ha viajado el mundo entero sobre esa alfombra mágica del Cupo Cadivi. Si no es Alejandría es Singapur. Si no es Tokio es Santo Domingo. Si no es Bariloche son las ruinas de Machu Pichu. Si no es el Viejo Almacén, en San Telmo, es el Blue Note, en Manhattan.

            Lo entiendo perfectamente: no se comete un solo delito. Simplemente se baila al son de la electrónica dictadura castrochavista. Para lo cual comprar un IPhone de última generación, un IPad o un Samsung a precio de gallina flaca es no sólo conveniente, sino necesario. Si no era para satisfacer ansias pequeño burguesas, ha permitido el montaje de pequeñas fortunas para criados de servicio provenientes de nuestro atribulado vecindario: jardineros, plomeros, mecánicos, lavacarros y otros colombianos, ecuatorianos, peruanos, dominicanos y haitianos. Como el jardinero colombiano que va una vez a la semana a la casa de mi vecino, que tiene un bonito antejardín, y quien me contó un día que le di la cola hasta La Trinidad que con lo que allí gana en cuatro días al mes retira de CADIVI $ 900 (¡novecientos dólares!) que le envía puntualmente a una hija que tiene en Cartagena de Indias. Pensé para mis adentros: no hay rollo. En comparación con los $30 mil que se choreó la burocracia boliburguesa, son pelos de la cola.

            Un amigo académico tomó una muy sana decisión, que todos compartimos: irse a vivir a Madrid con esposa y dos hijas para evadir la inseguridad y poner a sus hijas en la Universidad Complutense. Viene cada tanto a retirar sus dólares, con los que la dictadura financia su puesta en resguardo. Nada que objetar, salvo que está indignado por el apuro de los radicales en salir de este gobierno. Y no soporta que las guarimbas le impidan realizar los trámites correspondientes.

            Son minucias de estos tiempos de tribulaciones, cuando nuestros mejores hijos y nietos arriesgan y dan sus vida por sanear moralmente a una Patria hundida en la prostitución, el acomodo, el oportunismo la banalidad y el encanto de nuestra pequeña burguesía. Sé que soy duro y despertaré la indignación de opositores de buen corazón. Pero si después de liberarnos de esta pesadilla viviente queremos enfrentar al monstruo que llevamos en nuestras entrañas, debemos comenzar por cantarnos nuestras verdades. Pues la verdad, aunque severa, es amiga verdadera.

 

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