Opinión Nacional

Carrusel

¡ Grande y gloriosa patria de Bolívar! ¡Eureka, eureka! ¡Brasil nos dio permiso para violar la Constitución! Elisabet Sabartés me hizo una inteligente entrevista para La Vanguardia de Barcelona.

Fue publicada el domingo 6 de enero con el titulo «Esto es un golpe de Estado sentimental».

Fue mi análisis desapasionado de la crisis. Sostuve que las características del conflicto y del desenlace constituyen un golpe de Estado. Añadí lo de «golpe sentimental» porque, en efecto, creo que toda la armazón se debe a la inmensa dependencia personal del jefe de la revolución bolivariana de todos y cada uno de sus albaceas. Todo lo demás es subalterno. Todo lo demás es impensable. «Un asunto religioso», piensa Ana Teresa Torres.

Un gobierno como el de la revolución bolivariana es lo más antagónico que se pueda contraponer, por ejemplo, al régimen del general Carlos Soublette, «cuando el periodismo de oposición recorre todo el diapasón político. Desde la sátira hasta la injuria y la calumnia. Su propaganda cubre la República toda y penetra hondamente en las masas populares», como escribió el historiador Siso Martínez. Se fundan El Trabuco, El sin Camisa y el Rayo, Las Avispas y El Liberal. El primer editorial de El Trabuco se tituló «Pum.

Pum. Pum».

Le decía al Presidente: «La copa de hiel que habéis brindado al pueblo, está apurada ya. Temed, empero, las consecuencias del tóxico fatal. Vos, general, que debías ser padre de la nación sois sólo ejecutor de las órdenes de su verdugo, de ese hombre que quiere invadir nuestros derechos, nuestras prerrogativas de venezolanos y nuestra libertad».

Hablando también de Páez y de Soublette, El Rayo les dice que «son dos bribones y los malvados más insignes que ha producido la tierra: ladrones descarados, viejos impúdicos cargados de años y de crímenes». Y añade: «El que os habla no os teme, general. No pierde la esperanza de ver con vuestra muerte mitigadas las angustias de la patria».

El general José Tadeo Monagas dijo que «la Constitución sirve para todo». Si hubiera dicho lo contrario, habría resultado la misma vaina.

Monagas lo dijo después del asalto al Congreso el 24 de enero de 1848, y la frase, según las historias, es original del ministro Diego Bautista Urbaneja que le aconsejó no romper el hilo constitucional, reunir otra vez el Congreso y meterlo en cintura. Lo cual sucedió para siempre. Si Monagas hubiera dicho «la Constitución no sirve para nada» habría sido igual de brutal.

Tengo en mi estudio una gran fotografía de Alberto Carnevali. Está en la prisión, tras las rejas, y mira el horizonte como si hubiera horizonte. No imaginaba que iba a morir tan joven, en la Penitenciaría General de San Juan de los Morros el 21 de mayo de 1953, a los 39 años.

Su carcelero, de nombre Marcos Pérez Jiménez, residió hasta muchos años después en Madrid, en una de las mansiones más fastuosas de Europa; tenía refugios antiatómicos en previsión de una guerra nuclear. Tal era la preciosa vida que protegían aquellos muros.

Representaban las Venezuelas irreconciliables: la civilización y la barbarie.

Rómulo Gallegos fue juramentado el 15 de febrero de 1948 como presidente de Venezuela por el Congreso Nacional para el periodo 194819 de abril de 1952. «Habían transcurrido muchos años para que Venezuela recuperara el derecho de proclamar a un presidente elegido en comicios populares, por voto universal, directo y secreto. Los hechos que estaban ocurriendo revestían, por tanto, una importancia capital, cosa que no escapaba de la comprensión de la mayoría de los venezolanos».

Así escribió Juan Bautista Fuenmayor en su Historia de la Venezuela política contemporánea. Creo que no lo entendieron entonces ni ahora.

El petróleo, ruina de Venezuela. Alberto Adriani, el gran economista venezolano, ministro de Hacienda de López Contreras en 1936, sentía gran desconfianza por la influencia dominante que tomaba el petróleo en la economía. Trataba, incluso, de no mencionarlo. Pensaba que, simplemente, «era extranjero». Veamos: «El petróleo es un elemento importantísimo de nuestra economía nacional y, en particular, de nuestra economía fiscal, pero no tiene derecho, ni es conveniente dárselo, a la preponderancia absoluta sobre todos los demás elementos de nuestra organización económica. En primer lugar, es innecesario decirlo, se trata de una riqueza que está en manos de extranjeros. Por otra parte, se trata de una explotación destructiva o de Rabbau, es decir, devastadora, según la expresión de algunos economistas alemanes. Mañana, cuando se agoten los yacimientos, las regiones petroleras volverán a convertirse en desiertos, y el petróleo dejará un vacío enorme en nuestra organización económica. Para resumir, el petróleo es extranjero, y como factor de nuestra economía y como fuente de impuestos, es precario, perecedero, lo cual implica que, en lo posible, debemos independizarnos de él».

¿Qué pensaría Adriani 77 años después, cuando el petróleo suple 96% de las divisas?

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