Opinión Nacional

Como barco encallado

Existe una gran confusión escotillas adentro, y un total secretismo hacia afuera

A sólo tres días de una fecha singular: las elecciones de la directiva del nuevo año de la Asamblea Nacional, Venezuela luce cada vez más como un barco encallado que está a la espera de que suba la marea; y ésta no da señales de hacerlo en lo más mínimo.

Ese barco tiene, aparentemente, todo a punto. Sólo que el capitán no está en la sala de mando, sino que dicen que está mejorando muy lentamente (¿de qué?, nadie lo sabe, o quienes lo saben han decidido no soltar prenda) de algún mal que lo tiene postrado en tierras ajenas. Mientras, el barco sigue allí, en el mismo sitio, sin moverse un centímetro hacia ningún lado…

El barco tiene dueño. No es ni un capitán contratado ni uno encargado. No, quien funge -o fungía, vaya usted a saber- de capitán no es otro que su dueño, o por lo menos eso parece, si hemos de deducirlo de la forma como se refiere al barco accidentado. Nunca, en efecto, ha hablado en términos de «el barco», sino en los de «mi barco». A lo mejor a eso se deba que nadie entre sus subordinados inmediatos se atreva, ni a agarrar el timón ni mucho menos a realizar maniobra alguna que pudiese sacarlo de su estado. El barco está allí, a la espera, que es como decir a la deriva…

Luce muy extraño, eso sí, que nadie de la tripulación se atreva a hablar del mal concreto, específico, que mantiene al capitán en otro sitio. Vaya usted a saber en qué estado y, sobre todo, por cuánto tiempo. Eso es tanto más extraño cuanto que, otros capitanes, en otros mares, aquejados de otros males no han dejado de mantener informados a todo el que lo requiriere de lo que padecen y de cuáles son los pronósticos que sobre su mal emiten médicos serios y responsables.

Ese barco estuvo recientemente en disputa. Había que dilucidar si seguía comandado por el mismo capitán o si sería otro, más joven, y, por lo que se ve, más sano, a quien tocaría conducirlo. Ganó el viejo capitán, pero lo que al parecer no ganó fue una salud que le permitiese continuar.

Y la cosa se complica porque las mañas del capitán enfermo no eran transferibles. Ahora lo sabemos. Cómo se manejaban los recursos, cuáles eran los criterios para marcar el rumbo, y quizás lo más importante: cuál era el destino del barco y el tiempo calculado para llegar a él, eran de la reserva absoluta del viejo capitán.

Pero, además, como los Papas de antaño, el enfermo capitán desarrolló la pésima costumbre de mantener in pectore, no sólo los nombres de sus colaboradores inmediatos -a quienes cambiaba a su aire, cada vez que éste soplaba en un sentido o en otro- sino que las «tareas» que a cada miembro de la tripulación asignaba, eran muy variables, y a ratos ensambladas en una extraña combinación. Así, nadie sabe ni por qué ni para qué está donde está. El resultado: una gran confusión escotillas adentro, y un total secretismo hacia afuera.

El problema es que las horas, los días, las semanas y los meses pasan. Qué curiosa manía esa de las cosas: estar sometidas al rigor de la noche que sucede al día, y viceversa. Pero, además, como lo recuerda el famoso refrán, los barcos están «para ganar fletes». Por ello un barco parado ni gana flete ni garantiza vida a sus tripulantes y sus usuarios.

Este barco encallado, además, tenía -¿sigue teniendo?- muchos recursos y eso lo convertía en un «Don Regalón» de los mares. Hay por ahí mucho capitancito, al mando de barcazas destartaladas, que desesperan de la extraña enfermedad del capitán del barco. Algunos, incluso, con lágrimas de cocodrilo derramadas a granel indagan por su salud y le desean lo mejor. Se preguntan, incluso, qué será del barco sin su diestro -y manirroto- capitán. Todos sabemos las razones de sus angustias.

En un gesto -¿admirable?- del enfermo capitán, pareció sospechar que el mal podría no tener cura ni retorno, y por ello dejó a un encargado que confiaba, en caso de desaparición, sería escogido como su sucesor. El problema es que, además de ser desconocido para los más veteranos tripulantes, es muy poco confiable. Nadie cree, en efecto, que podrá sacar al barco del atolladero en que se encuentra.

Es mucho el esfuerzo que el timón del barco requiere, muchos los recursos que chupará el intento por ponerlo a flote, y mucha la energía que ese nuevo capitán, «sucesor» investido a la carrera, debe concitar, y lo más importante, es mucha la inteligencia y habilidad que deberá desplegar. ¿Cree usted, amigo lector, que en este venidero 2013 esta tripulación desorientada, con un bisoño al mando, pondrá al barco en pleno movimiento?

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