Opinión Nacional

¿Cómo pudo ocurrir?

(%=Image(7076328,»L»)%) “La guerra civil: cómo pudo ocurrir” se pregunta Julián Marías (“Ser español”) en un texto esclarecedor, capaz de ser en esta hora de Venezuela un iluminado golpe de alerta. Alguien explicará en el futuro cómo pudimos llegar al clima de enfrentamiento que vivimos. Entretanto, y si aún tenemos la serenidad para mirarnos en el espejo de la historia, las reflexiones de este venerable filósofo contemporáneo, testigo del mayor “suceso dramático de la historia de España en el siglo XX”, pueden servir de descripción o profecía.

Fruto de la reflexión y la memoria, de la serenidad que amasa el tiempo y de la visibilidad que aclara la distancia, la búsqueda de las razones de la guerra civil española concluye, como casi todas las reflexiones sobre el origen de las guerras, en su sinrazón. Más allá de las bajas en batalla, el drama de una guerra civil debe encontrarse en la degradación de la sociedad, en la capacidad destructora del odio, la incomprensión y el fanatismo. La guerra no comienza ni termina en el campo de batalla. Comienza en lo que el pensador español llama un estado de radical discordia que “no es la discrepancia, ni el enfrentamiento, ni siquiera la lucha, sino la voluntad de no convivir, la consideración del “otro” como inaceptable, intolerable, insoportable”. Es este el punto al que no podemos llegar.

Al describir la España de los 30, observa Marías, “se fueron formando grupos que ingresaban en la categoría de los mutuamente irreconciliables” Lo más peligroso, añade, “fue el ingreso sucesivo de porciones del cuerpo social en lo que se podría llamar oposición automática” Y concluye: “No querían una guerra civil, pero querían lo que resultó ser una guerra civil: a/ Dividir al país en dos bandos. b/ Identificar al “otro” con el mal. c/ No tenerlo en cuenta, ni siquiera como peligro real, como adversario eficaz. d/ Eliminarlo, quitarlo de en medio (políticamente, físicamente si era necesario)”

Entre los pasos por los cuales se precipitó la sociedad española al enfrentamiento sin salida está, para el autor, el de la politización, entendida como “la primacía de lo político, de manera que todos los demás aspectos quedaban oscurecidos: lo único que importaba saber de un hombre, una mujer, un libro, una empresa, una propuesta, era si era “de derechas” o “ de izquierdas” y la reacción era automática. La política eclipsó toda otra consideración … produjo una retracción de la inteligencia pública, un pavoroso angostamiento por vía de simplificación: la infinita variedad de lo real quedó, para muchos, reducida a meros rótulos o etiquetas, destinados a desencadenar reflejos automáticos, elementales, toscos. Se produjo una tendencia a la abstracción, a la deshumanización, condición necesaria de la violencia generalizada”. ¿Caminamos hacia un estado semejante de radicalización?

Cuando la sociedad pierde la cordura, cuando es arrastrada al fanatismo y a la desintegración, es cuando más precisa del liderazgo del buen juicio y la serenidad. Julián Marías reconoce en la España de entonces la existencia de esa altas voces, capaces de cumplir la función de guía y conciencia. Las había, “pero encontraron demasiadas dificultades, se les opuso una espesa cortina de resistencia o difamación, funcionó el partidismo para oírlos como quien oye llover; llegó un momento en el que una parte demasiado grande del pueblo español decidió no escuchar, con lo cual entró en el sonambulismo y marchó, indefenso o fanatizado, a su perdición”

Dos fenómenos hicieron posible el clima en el que se incubaría la guerra civil española: la pereza y la frivolidad. “Pereza, sobre todo, para pensar, para buscar soluciones inteligentes a los problemas; para imaginar a los demás, ponerse en su punto de vista, comprender su parte de razón o sus temores. Más aún, para realizar en continuidad las acciones necesarias para resolver o paliar esos problemas, para poner en marcha una empresa atractiva, ilusionante, incitante. Era más fácil la magia, las soluciones verbales, que dispensan de pensar y actuar”. Y frivolidad. “La guerra fue consecuencia de una ingente frivolidad. Esta me parece la palabra decisiva. Los políticos españoles, apenas sin excepción, la mayor parte de las figuras representativas de la Iglesia, un número crecidísimo de los que se consideraban “intelectuales” (y desde luego de los periodistas), la mayoría de los económicamente poderosos (banqueros, empresarios, grandes propietarios), los dirigentes de sindicatos, se dedicaron a jugar con las materias más graves, sin el menor sentido de responsabilidad, sin imaginar las consecuencias de lo que hacían, decían u omitían” No es exactamente la descripción de lo que nos está pasando. El parecido, sin embargo, es demasiado grande para dejar de advertirlo y de preocuparse.

“Dedicados a destruir España por amor de ella” dice Marías para enfatizar la ceguera de un patriotismo sin orientación, excluyente, capaz de dividir un pueblo, de obligarlo a negarse una parte de sí mismo. “En ambas zonas todos los que no eran incondicionales eran sospechosos” observa. Y enumera las dolorosas consecuencias: depuraciones de los “desafectos”, envilecimiento, fanatismo y terrorismo “ejercido no sólo contra los enemigos, sino contra los que se podía considerar neutrales o incluso partidarios no fanáticos o incondicionales”.

¿Cómo pudo ocurrir? España no puede olvidar. Nadie debería olvidar, a riesgo de tener que repetir.

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