Opinión Nacional

Concertación para educar mal

Santiago de Chile (AIPE)- ¿Por qué los chilenos somos campeones mundiales en calidad de vinos, salmón, celulosa, pan, leche o aguacates? Por la presencia de claros derechos de propiedad, libertad de gestión, economía abierta y competencia: todo lo que no tenemos en el desastre de la educación media y básica.

En los años 60, el Ministerio del Vino prohibía plantar vides; el del Pan sólo aceptaba dos modelos, corriente y especial; el de la Leche, también dos: de tapa roja y de tapa blanca; el de Pesca no sabía lo que era un salmón, y el de Agricultura miraba las frutas como algo menor, «para comer en el verano».

El dirigismo necesita estandarización y rigidez prohibitiva. La planificación anula la competencia y los incentivos ligados a los derechos de propiedad, conduciendo a una gestión rígida, cara y de mala calidad. Los recursos no se cuidan y no hay incentivos para un buen servicio.

Lo peor, sobre todo en educación, es que los programas, textos y pruebas oficiales eliminan los matices, ideas y enfoques de progreso. Este siempre es novedoso, no conocido por los planificadores y resulta de competir por servir mejor a la gente. El sistema chileno está condenado a ir detrás del progreso. Las innovaciones tecnológicas, culturales y productivas -el pan de cada día- no se pueden incorporar, porque no son del conocimiento del ministro, los profesores, intelectuales, políticos y «expertos». En el mejor de los casos, aparecerán mucho después de otros países, una vez que sean comprendidas por la burocracia y se den las condiciones y mayorías políticas.

Hoy se prohíbe enseñar economía y administración, y sólo se permiten dos programas de mala matemática y mal castellano, que tienen a la mitad de los jóvenes convertidos en buenos para nada.

Los ministerios de Educación y Cultura son un botadero de dinero, como lo eran los del vino y el pan, y huelen a totalitarismo, tipo Stalin, Fidel, Hitler o Franco. Es increíble que no lo comprendan los «intelectuales», «expertos» y «políticos» que hablan de democracia y de derechos humanos.

Acabamos de presenciar el show de la prueba de aptitud nacional. ¿Cuánto cuesta? No se sabe, porque un cálculo correcto debiera incluir el trabajo de burócratas, el costo de institutos y programas de preparación y el tiempo de jóvenes y profesores desviado a preparar un examen oficial, en vez de los estudios normales y de primera que habría en un mercado educacional abierto, libre y competitivo. Y todo esto para la selección en las universidades, que deberían tener sus propios criterios, según el interés, orientación y concepción de sus profesores, todos distintos y en permanente evolución.

Copiar las tonterías y prácticas dictatoriales de otros países no tiene sentido. Hay que copiar sólo lo bueno, de manera libre y competitiva, según las preferencias de los estudiantes y sus familias.

El Estado planificador -y, por supuesto, el docente- ha sido el gran fracaso del último siglo. Si quieren mejorar la calidad de la educación, déjenla libre y no más ingeniería social de programas, textos, pruebas, becas amistosas, pedagógicos oficiales, metros cuadrados, doble jornada, computadores o aulas tecnológicas.

Hay que sacar a los totalitarios arcaicos, trasplantados de los años 60 o de las luchas religiosas y a los «intelectuales» apegados a estudios y organismos pagados con nuestros impuestos, que hablan de mil causas de la crisis educacional, sin siquiera mencionar la falta de competencia y libertad.

(*): Profesor de economía, Universidad Finis Terrae, fue presidente del Banco Central.

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