Opinión Nacional

Cristo era capitalista

Repitiendo las ideas expuestas en la UCAB al lado de los jesuitas González, Trigo y Ugalde –en un foro que ha despertado iracundia- argumentaré que Cristo era capitalista.

I

Los católicos no tenemos el monopolio de Cristo: la fe en Jesús se reparte democráticamente entre luteranos, baptistas y testigos de Jehová. Pensemos en una pequeña comunidad pía hija de la Reforma protestante que es perseguida por su observancia estricta de las Escrituras: son llamados los puritanos. Su líder terrenal, Oliverio Cromwell, encabezó una revolución que envió al cadalso al rey Carlos I en 1649. Aquel proceso se decía tan cristiano que fue bautizado como ‘La revolución de los santos’. Eran descendientes de movimientos de base llamados levellers (niveladores) y diggers (cavadores) que pedían una reforma para que los pobres pudieran pastorear libremente en los ejidos públicos, para que se repartieran las tierras de los nobles y que en la nación se implantara la igualdad entre los hombres. Muchos cavadores y niveladores pelearon en la revolución junto a Cromwell. Pero los puritanos sospechaban que una vez en el poder los nuevos líderes se iban a corromper y que quienes denunciaran las desviaciones revolucionarias serían colgados como Carlos I. Querían fundar una Nueva Jerusalén emulando a las primeras comunidades cristianas en Judea. Un poco antes de la guerra un puñado de familias puritanas lió sus bártulos y se hizo a la mar en una destartalada nave: el Mayflower.

Llegaron a Nueva Inglaterra, sobrevivieron a los despiadados inviernos, y sus descendientes fundaron pequeñas comunidades cristianas, democráticas, auto-organizadas, endógenas, autárquicas y autosuficientes como Sudbury y Watertown. Se gobernaban mediante consejos comunales: los integrantes eran llamados freemen (hombres libres) y eran elegidos por un período de un año: si su gestión no era bien evaluada, eran revocados. Entre sus funciones estaban: recoger los impuestos, ser representantes ante el gobierno de Massachussets, repartir las tierras, encargarse de que parte de los impuestos fueran dedicados a los pobres (como aún hacen los evangélicos en Venezuela mediante el diezmo), recuperar las tierras ociosas y velar por el orden de aquella comunidad ‘well ordered’ (bien ordenada). El sitio de reunión era el templo: blancas iglesias de madera donde todos los domingos se juntaban a cantar alabanzas como ‘Oh, happy day / when Jesus called me…’’. Pero no cualquiera integraba el démos, no todos eran parte de ‘el pueblo’: quien no siguiera la denominación de la comunidad (baptista, puritana, cuáquera) era echado. Los freemen tenían listas con escrupulosos registros de los integrantes de la comunidad –los miembros legales de la iglesia- así como de los renegados, como ha señalado el historiador Sumner Chilton Power en su libro Puritan Village. (Wesleyan Univesrsity Press, New England, 1963). El celo llegaba a tal punto que inevitablemente se convirtió en fanatismo: en la comunidad de Salem, un grupo de mujeres que comieron pan de centeno contaminado con hongos por la humedad tuvieron espasmos, alucinaciones y visiones: fueron acusadas de herejía y quemadas. Una magistral obra de teatro recuerda aquella tragedia: Las Brujas de Salem.

II

Con los años, aquellas comunidades crecieron y se vieron obligadas a comerciar con otras de distinta denominación. Debieron dejar la religión en el ámbito privado y actuar en lo público mediante leyes y sentido común. Sin embargo, casi todas compartían un rasgo filosófico: el escepticismo ante la salvación eterna. Para el calvinista, no hay garantía de que serás salvado. No hay soborno posible: yerra el católico al creer que puede negociar a última hora con Dios mediante el arrepentimiento y la extremaunción. No hay intermediario válido: el Dios calvinista es mudo e insondable, no habla a través de los obispos ni de los predicadores y sólo Él sabe, desde siempre, si estás entre los bienaventurados.

Sus teólogos dan cuenta de que en el original griego decía ‘bienaventurados los humildes’ y que los copistas habían traducido ‘pobres’ olvidando que hay pobres soberbios y ricos humildes. Además descubrieron algo que cambió para siempre su destino: Pablo de Tarso había corregido la doctrina al contemplar la miseria comunitaria de los cristianos de Jerusalén añadiendo: ‘pero para poder repartir, primero tienes que producir’.

De acuerdo con esto, puedo dedicarme a mejorar la obra de Dios sobre la tierra: generaré riqueza, bienestar y seguridad para luego repartirla con mi familia y mi comunidad. Si Dios se apiada de mí, mi fortuna crecerá y ello lo veré como un destino manifiesto. Por eso, al recibir el Oscar como mejor actor, Denzel Washington besó la estatuilla y exclamó: ‘God is good!’.

Max Weber propone esta conexión teológico-económica en La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Para Benjamín Franklin –uno de los framers de la Constitución de la Unión- la pereza y el gasto descontrolado son pecados. Conviene a los fines de Dios que el dinero sea bien invertido, que se reproduzca y genere industrias y empleo. El buen cristiano ha de ser austero, disciplinado, responsable, trabajador incansable y ciudadano leal: aborrece la mentira, la corrupción y la lisonja: se realiza en el trabajo, la familia y la comunidad. Deja a sus descendientes lo necesario para una buena vida, pero no tan ricos como para que se conviertan en aristócratas holgazanes: han de incrementar su fortuna con esfuerzo propio. Son consecuentes: su moneda lleva impresa la fe en el ayuntamiento entre dinero y bondad divina: por eso los dólares dicen ‘In God we trust’ (en Dios confiamos). En vida, reparten de manera eficiente la mayor parte de su dinero y sus nombres quedan asociados a bibliotecas, hospitales, teatros, a la educación de los ciudadanos, que es lo más importante: Teatro Carnegie Hall, Museo Guggenheim, Universidad John Hopkins.

El último mega-magnate protestante va a repartir en vida la mayor parte de su fortuna y a través de la Fundación Bill & Melinda Gates otorga más dinero que muchos multilaterales para programas de salud en África. Bill Gates puede afirmar con absoluto conocimiento de causa: ‘God is good… and capitalist

III

¿Era Cristo socialista o capitalista? No podemos probar ni lo uno ni lo otro. Su mensaje fue tan de otro mundo que de hecho ha sido usado tanto por defensores de la teología de la liberación latinoamericana como por piadosos calvinistas para justificar su obsesión por la riqueza: interpretado tendenciosamente, el evangelio puede ser usado para tratar de justificar una guerrilla izquierdista o el capitalismo salvaje.

En lógica aprendemos que a partir de una premisa falsa todo razonamiento va a ser falaz, aunque su construcción sea impecable. Podemos construir un silogismo: a) Cristo era socialista b) yo soy socialista c) ¿eres tú cristiano? (y la mayoría en Venezuela diría ‘sí’) d) entonces si eres cristiano tienes que apoyar mi socialismo. El silogismo es intercambiable: a) Cristo reprodujo los panes y el vino con eficacia industrial: fue el primer capitalista b) yo soy capitalista: ¿eres tú cristiano? (‘sí’) c) entonces tienes que apoyar el capitalismo salvaje.

Los filósofos distinguen los razonamientos válidos (que derivan lógicamente las consecuencias de las premisas) de los verdaderos, esos que afanosamente busca la ciencia empírica. Los razonamientos sobre si Cristo era socialista o capitalista pueden ser válidos, formulados con impecable estructura: pero no son verdaderos porque parten de una premisa que no podemos probar: qué pensaba el Hijo de Dios en materia de sistema de producción económica.

Soy de izquierda y católico: pero mi oficio me obliga a dejar mi fe en el plano personal y a argumentar lo más racionalmente que pueda. Existen mejores argumentos para defender la solidaridad que subyace bajo la utopía incumplida de los socialismos: y a ellos apuesto siempre que se discutan democráticamente.

* Profesor de filosofía política en la UCAB.

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