Opinión Nacional

Cuando el despecho es político

El despecho es un estado de ánimo que se caracteriza por una irremediable tristeza, la falta de sensatez, la pérdida del rumbo, y absoluta incapacidad para actuar con sentido común.

Generalmente, el despechado no logra discernir cuáles fueron las acciones que lo condujeron al deplorable estado en que se encuentra y se consuela pensando que el único responsable de su congoja es aquel que se interpuso y que con artimañas logró arrebatarle lo que le pertenecía. Nunca se detiene a pensar que pudo haber sido su propia actitud, sus omisiones y equivocaciones, las que terminaron por reducirlo a su lamentable desamparo.

Quien se ha visto abandonado aspira a recuperar lo perdido y con ese propósito está dispuesto a prometer lo imposible. Su único consuelo es ser recibido nuevamente. El despechado es terco a la hora de aceptar su derrota.

En los casos más dramáticos, los resultados del despecho pueden ser violentos. Ante la negativa de la amada de aceptar sus requerimiento el despechado crónico recurre a la fuerza con el fin de imponer sus designios. S i no ve satisfechas sus pretensiones, el crimen pasional es la respuesta irracional que da salida a su desesperación.

Lo dramático del despecho es que pueden transcurrir meses – en los casos clínicos puede prolongarse hasta por años-, antes de que el afectado se reponga y reaccione. En la mayoría de los casos, la definitiva curación de la dolencia coincide con el momento en el cual el paciente se convence, definitivamente, de que perdió, de que ya no hay nada que hacer, salvo salir del ostracismo emotivo y emprender una nueva vida.

Un despecho no tiene consecuencia alguna para la sociedad. Sus efectos competen exclusivamente a quien se encuentra directamente implicado en el episodio, o a los más allegados, víctimas pasivas del desconsuelo de aquél.

Pero cuando el despecho es político merece atención especial, ya que no hay manera de desentenderse de sus nocivos efectos sobre la sociedad.

Congoja, soberbia, tristeza, insensatez, torpeza, terquedad, depresión, insomnio y parálisis emocional impiden a los afectados aproximarse a la realidad para aceptar el descalabro padecido. Todos los errores se le adjudican al infame que les arrebató la hegemonía. Haber perdido el favor de las masas es, pues, consecuencia directa de las artimañas demagógicas del otro, de su populismo anacrónico, de su chabacanería barata, de su discurso envolvente y, por supuesto, de la ignorancia del pueblo, incapaz de discernir qué es lo que más le conviene.

Muchos de nuestros hombres públicos se han visto invadidos en ocasiones claves por el despecho. Bolívar, por ejemplo, cuando se vio en minoría evidente, reaccionó con despecho frente al éxito de Páez y las acciones de Santander que les ganaron la atención de neogranadinos y venezolanos, e impuso una dictadura. Más temprano que tarde, su intento fracasó y la disolución de Colombia se convirtió en un hecho inevitable.

Más tarde, en tiempos de la Guera Federal, José Antonio Páez en el ocaso de su vida, despechado por la derrota y el olvido en el que habían caído sus proezas independentistas, pensó que podía recuperar el favor de los venezolanos. También adoptó la forma dictatorial para perpetuar su dominio. Los hechos demostraron que su tiempo había terminado.

De manera más sensata actuó Antonio Guzmán Blanco. Luego de dieciocho años de hegemonía finalmente se percató de que no era bien querido por los venezolanos. En su despecho, antes que insistir en prolongar su dominio, resolvió que mejor le iría en París, alejado del atraso y las mezquindades de sus compatriotas. No regresó a Venezuela.

Mucho más recientemente, Carlos Andrés Pérez, tampoco puede con la derrota y reacciona desde el despecho. No se le ocurre otra manera para deshacerse de Chávez que propiciar una salida de fuerza, la misma receta que la sociedad venezolana entera rechazó cuando se la propinaron al gobierno presidido por él.

Reacciona el señor Pérez desde la irracionalidad y emotividad del despechado, como un marido desconsolado que, luego de perder a la mujer en manos de otro, piensa que dándole una golpiza a su rival, descalificando su proceder o haciéndolo desaparecer de la faz de la tierra, recuperará el favor de su amada y todo volverá a ser como antes.

No parecen tener buen destino las salidas desesperadas que se cocinan en los bares del despecho. Mientras no haya capacidad de discernir la magnitud de la catástrofe que les ha ocurrido a quienes se vieron despojados del favor de las masas, no estarán en condiciones de reaccionar y salir de esa inútil emocionalidad, pesimista y arbitraria, propia de los despechados, que en nada contribuye a mejorar la situación ni a ganar terreno frente al adversario.

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