Opinión Nacional

Cuando la corrupción se apodera del Estado

Como se sabe en los estudios de Ciencia Política, el Estado es el garante y el motor central para el desarrollo, en tiempo y en el espacio, de la Nación. Pero además el Estado debe estar conformado por condiciones jurídicas e institucionales que se respeten por los políticos y por sus ciudadanos. Es decir, bajo los deberes y derechos que de un pacto de unión constitucional se dan ambos para el desempeño del buen gobierno.

            Lamentablemente en la Venezuela actual, el Estado pasa a formar parte del gobierno y no de una nación en general. Lo que conlleva al declive del Estado en sus formas institucionales para su buen desempeño, dando como resultado formas de gobiernos personales, en donde los políticos de turno toman el Estado para sí. De allí se genera todo un cúmulo de problemas dentro de la sociedad y las representaciones sociales quedan a la deriva por excesivas demandas de los ciudadanos a un Estado que no responde por el manejo inoportuno de quienes detentan el poder en el gobierno en su momento. 

De hecho es una concepción que destaca la política anti-institucional desplegada por los actores neopopulistas dirigida contra los partidos y las elites políticas del sistema presidencialista de gobierno. Siendo así el sistema presidencialista de gobierno un sistema que ha generado formas populistas en un comienzo, hacia formas neopupulistas apoyadas en los discursos mediáticos sin contenidos en políticas públicas claras de gobernabilidad. Tendiendo de esa forma a generar la desgobernaza en los ejecutivos y en especial el caso venezolano que nos ocupa hacia las formas de descontrol institucional por la personificación de la corrupción en todos los entes administrativos del Estado en manos de militares incompetentes.

Es decir, en nuestros días (de agudos dislates y genuflexiones abiertas) el desgobierno se nos presenta atropellador de toda disidencia, de toda pluralidad de pensamiento y sobre todo, de respeto a la institucionalidad y al Estado de derecho en el juego político de toda democracia. En sí, los desafueros del señor presidente y sus Tartufos, (arlequines) caen en una suerte de extremismo político que evidencia una política de la desesperación. Política que refleja el irrespeto a la coexistencia pacífica de la diversidad. Por eso ataca a los medios de comunicación, porque saben muy bien el poder de reflexión que generan en la opinión pública, mucho más en tiempos de crisis. Así, ataca la democracia social. En sí, no creé en la democracia porque no respeta a sus oponentes.

De hecho, la hostilidad del verbo tórrido y del discurso leguleyo permite procesar la idea en la cual en nuestro país el mercado de las ideas por parte del gobierno se encuentra totalmente clausurado. Como clausurada se encuentra nuestra economía a causa de tanta retórica intrusa y acusatoria de fantasmas ya enterados por la historia. Un Morbo que de tanto irrespeto se transforma en una constante conspiración en la mente de quien se le otorga la duda, para no decir su falta de toda capacidad de gestión en el manejo del Estado.

Esa es la mayor evidencia de la corrupción en todos los órdenes dentro de la administración pública, de burócratas  jaladores de charreteras, y tan sólo con esas expresiones bastaba para acabar constitucionalmente con los dislates del poder del delirante pasajero visitante a Venezuela, de vez en vez, desde su terruño en la Cuba Fidelista.

Así, se recrudece la antipolítica, fenómeno inscrito en tipos de desgobierno autoritario, en donde se niega todo consenso, y su distinción básica es el antipluralismo. Actitud esta que por el desprecio a toda discusión política racional coherente y de respeto a la autonomía de las instituciones, viola todo fundamento jurídico. Es un lenguaje y práctica corrupta que no se adaptada a los preceptos constitucionales. Además, de acuerdo con Seymor Martín Lipset son “cualidades” inherentes a todo populismo autoritario, que valiéndose de su poder carismático se propone desde el ejecutivo acabar con la mediación entre el pueblo y la jefatura política.

Pero resulta que al desgaste de 14 años de desgobierno, la sociedad, y en especial la Nación, que el propio poder personal, militar-militarista desprecia, al vivir y convivir en Cuba, comienza a rescatar (la sociedad civil) su civilidad por las condicionantes de la corrupción del mal llamado proceso revolucionario del socialismo del siglo XXI.

Es decir, Y como bien señalara hace ya tiempo ese gran pensador español José Ortega y Gasset a sus suscriptores en su reflexión, La democracia Morbosa en el Espectador: (1917) “La democracia, como democracia, es decir, estricta y exclusivamente como norma del derecho político, parece una cosa óptima. Pero la democracia exasperada y fuera de sí, la democracia en religión o en arte, la democracia en el pensamiento y en el gesto, la democracia en el corazón y en la costumbre es el más peligroso morbo que puede padecer una sociedad”.

En tal sentido, se presenta un Estado fraudulento, un Estado en su desgobierno ejecutivo, corrupto y corruptor de las instituciones, un Estado incapaz, manejado por delincuentes que sin tener escrúpulos destruyen una nación, un país, una sociedad, que años atrás le dio legitimidad para mejorar las condiciones de vida, pero que no cumplieron con sus propuestas políticas y administrativas. Acabaron en prácticas políticas desfasadas de las realidades de la economía global y todo ello ha producido una sociedad diezmada, empobrecida, inadaptada, violenta y enferma.

Pero  la propia sociedad comienza a recuperar su civilidad, y comienza a despertar, precisamente por todos los problemas registrados en el país, y la sociedad misma (el pueblo) será el garante de rescatar nuestro sistema republicano de gobierno. Porque el ataque de Chávez y su grupúsculo, corrupto y corruptor del Estado de derecho, ya no atacan a la democracia, atacan al Estado republicano liberal que un día Bolívar y muchos próceres defendieron con la vida, y que a partir de ése 19 de abril de 1810 comenzó a tomar forma en el compás de las naciones para conformarse como el Estado, en la República de Venezuela.

 

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