Opinión Nacional

De diestras y siniestras

Seguramente recordarán ustedes el mote de “cadáver insepulto” expelido por algún memorable líder venezolano a cierto colega suyo cuyo discernimiento consideraba extraviado. La analogía sirvió de acicate a sesudas reflexiones sobre la pertinencia de considerar sobrepasadas ciertas ideas y conductas atávicas que resurgen insólitamente luego de habérseles creído muertas y enterradas, cuando no cremadas, sin menoscabo de los personajes que las han sustentado en el estrato político. Recordemos, valga el dechado, la prolongada lejanía del poder del general De Gaulle tras haber encabezado la liberación de Francia de las garras nazis, para luego resucitar de resultas de la crisis de Argelia y estimular la instauración de la V república francesa (la cinquième république) de acuerdo a su ideario de estadista. O, para no ir más lejos, el exilio, que en su momento se consideró iba a durar toda una eternidad, sufrido por Rómulo Betancourt durante el régimen perezjimenista para, de seguidas, implantar la república civil en Venezuela, hoy en día menoscabada por el oprobio de una autocracia de nuevo cuño. Se trata, pareciera ser, de ciclos de avances y retrocesos, de resurrecciones à la carte y por lapsos imprevisibles de anacrónicos procederes y vetustas visiones que se niegan a morir, soliviantándonos con pancadas de ahogado que nos recuerdan, en muchas formas, cierta animalidad que los humanos nos negamos a abandonar en muchos aspectos de nuestro discurrir vital.

Quizá obnubilados por la sorprendente implosión del imperio soviético, concordábamos, en aquellos postreros años del siglo XX, en que, aparentemente, había llegado el “fin de la historia”, a la manera de Fukuyama, evidenciando el wishful thinking (“deseo que no empreña”, para decirlo a lo venezolano) de creer finiquitado el viejo debate entre derecha e izquierda. Las nuevas realidades de la globalización ─ que, en cierto sentido, se han asemejado a los excesos del capitalismo incubado tras la primera revolución industrial y que fueran magistralmente denunciados y evidenciados por voces de la talla de Dickens, Víctor Hugo y Zola más que por toda la pléyade de ideólogos tipo Marx, Bakunín y compañía ─ trajeron aparejados consigo los efectos de acción y reacción, como en la física newtoniana, al surgir nuevos esquemas de pugilato entre aquellos sectores que desde diversas posturas se oponen a estas dinámicas de cambios económicos, sociales, políticos y culturales, y quienes abogan por su implementación, aun considerando inevitables sus contradicciones inherentes, como todo lo relativo al quehacer humano.

El recule incoado en buena parte de Latinoamérica, cuyo portaestandarte más patético son las dictaduras venezolana y cubana, ha remolcado hasta la superficie del camposanto ideológico la vieja diatriba entre diestras y siniestras. Al sentirse criticados por la manifiesta ineficiencia y desvergonzada corrupción de estos regímenes (acompañados en esta tribulación histórica por sus pupilos de Bolivia, Ecuador y Nicaragua), de inmediato brincan el tiranuelo venezolano y sus alabarderos tarifados tildando a las voces más sensatas, indicadoras de sus gigantescas metidas de pata, de “personeros de la derecha”. Pero se da el caso, tal como leyéramos recientemente en la revista Letras Libres (por descuido no anoté el nombre del autor) que “hasta que no comprendamos y asumamos que el mundo ya no se divide en derecha e izquierda, sino en demócratas y totalitarios, nuestros problemas no tendrán solución”.

La modernidad parteada por las revoluciones norteamericana y francesa del siglo XVIII trajo consigo la definición de los posicionamientos en el espectro político. En la primera, los loyalists, partidarios del mantenimiento del status quo colonial se confrontaban a los patriots, ganados a la causa de la independencia y el federalismo. En la segunda, luego del debilitamiento del monarca Luis XVI tras los sucesos de 1789, se constituyeron dos bloques: los monárquicos constitucionales, quienes se sentaban a la derecha en el escenario de la asamblea, y, a la izquierda, el de los girondinos, adeptos del gradualismo y la prudencia a la hora de asumir los cambios, aunados a los jacobinos, émulos del radicalismo, ubicados a la aún más a la izquierda. De allí surge la acepción prevaleciente en estos doscientos y pico de años: la derecha conlleva a la defensa de las jerarquías y el orden establecido, la izquierda implicando el progreso a través de la igualdad y el humanismo. Pareciese, entonces, que tales significantes no hubiesen perdido validez a pesar del tiempo transcurrido, pues, de hecho, aún permanecen insatisfechas muchísimas aspiraciones humanas en el campo de la justicia y la equidad (izquierda), en contraposición a la necesidad de estabilidad y sistematización del cuadro social para evitar la anomia (derecha).

Hasta aquí, todo proseguiría de la manera usual: la derecha desacelerando los cambios, la izquierda impulsándolos. El detalle se presenta al escudriñar el comportamiento de ambas tendencias frente a la hipertrofia del estatismo (o estatolatría), sobre todo en predios latinoamericanos y, más específicamente, venezolanos. ¿Pecan la derecha y la izquierda tradicionales (tildémoslas así) de estatistas? Continuemos este debate en próxima entrega.

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