Opinión Nacional

Decrepitud

En la Venezuela de hoy, las referencias al pasado son cada vez más dificiles de relacionar con nuestro presente inmediato. Sobre todo cuando se pretenden paliar actuales e inexcusables realidades, con exhumadas reseñas a tiempos y situaciones que aparentemente deberían estar superadas.

La cuarta república debería de haber desaparecido de la agenda política actual. Ya llevamos mucha quinta por delante para que la sombra de la cuarta, en el mejor de los casos, logre ser algo más que un simple atisbo de grises referencias que no ameritan ser mencionadas en la vorágine de esta brillante, dinámica y ya longeva revolución.

Sin embargo, insisten. Tanto las buenas como las malas referencias se manipulan en favor de un oportunismo maquiavélico que nace de la incompetencia, la mala voluntad y las mil veces probada estupidez de los que ostentan el poder. De esta manera, Dudamel es producto de la quinta, y la morgue de Bello Monte, simplemente, es una vergonzosa herencia de la cuarta república.

La realidad es que ya la República Bolivariana de Venezuela debería tener su propia historia, y no afincarse al pasado como razón de ser.

Luego de más de once años de poder y riqueza ilimitada, algo debería ir quedando en las páginas de la historia moderna de Venezuela. El problema, quizás, es que más bien, aunque se maquillase en profundidad su redacción, solo podría catalogarse, al mejor estilo borgiano, como otra “Historia Universal de la Infamia”. En este caso particular, una historia maquillada y plagada de “Magnicidios virtuales”, de poderosos “ejércitos invencibles” y de “diez y seis mil soldados” que a oscuras, anualmente, y a fuego y cuchillo, dan la vida por su patria.

Y no como dirían los aberrados de la cuarta: que el magnicidio sólo es para los “Magnos”, que la armada es simple chatarra de papel y que los diez y seis mil soldados, sufridos ciudadanos morbosamente liquidados por una turba de hambreados desalmados en nombre de la revolución, no son valientes soldados sino simplemente valientes víctimas de la oscuridad bolivariana.

Todo esto huele a prematura madurez, o más bien a atisbos de decrepitud adelantada: ya que los síntomas que nuestra sociedad expone, son los de un discurrir alimentado de exagerada sobredosis de podredumbre; así como también nos expone, un cuerpo plagado de lacerantes llagas que comienza a mostrarnos los devaneos de la adicción, plagado de palpable desesperanza y consciente de que el tic-tac de la mala vida, irrefutablemente, le impone, desde ya, la temprana y aterradora irreversibilidad de la finitud.

No olvidemos que la muerte y el nacimiento siempre fueron, y seguirán siendo, caras de una misma moneda.

Esperemos entonces, que la muerte de esta infame historia bolivariana sea pronta y natural; y que con el advenimiento de lo nuevo, nos llenemos de intenciones plagadas de toda la sana ilusión que amerita el lograr, de verdad verdad, un mundo mejor para todos los que queremos convivir y progresar en armonía y paz.

Liko Pérez  
Estocolmo, 2010-08-20

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