Opinión Nacional

Derrumbes

No se producen así como así. Todo derrumbe es el resultado de un proceso largo. Igual los ranchos que se caen en temporada de lluvias, las carreteras venezolanas que implosionan y los partidos y los sueños políticos que se van quedando en sólo recuerdos de tiempos más gratos ˆpara ellos. Todo el mundo celebra la caída del Muro de Berlín como si por arte de magia un día los berlineses se hubieran puesto de mala leche y hubiesen salido corriendo a tumbarlo. Esa noche extraordinaria fue el resultado de un largo proceso de fracasos e incapacidades de todo el imperio soviético, de su gobierno férreo en el Kremlin, de la dedicación de fondos para la fortaleza militar en detrimento del bienestar de los ciudadanos civiles, un proceso del cual Gorbachov y su intento de cambio no fueron más que el capítulo final. Gorbachov no acabó con la monstruosidad soviética, se derrumbó con ella. El fracaso total de Hitler comenzó cuando inició la guerra, cuando dio a los europeos motivo claro para entender sin lugar a dudas que la amenaza nazi no sería satisfecha con un par de despojos, sino con toda Europa. Cuando Franco murió en su cama, cuarenta años después de la Guerra Civil, en realidad ya el franquismo estaba muerto, la sociedad española se había renovado por encima del franquismo y pensaba en democracia, prosperidad y Europa. Tras su muerte, Franco fue simplemente enterrado en el Valle de los Caídos y olvidado en cosa de semanas, y el rey fue hecho rey porque la estructura social y política que había sobrevivido a los cuarenta años de franquismo y, de hecho, había crecido, entendió que era conveniente, que era una grata y muy europea tradición, y que la democracia española era lo suficientemente fuerte y sólida como para darse el lujo de mantener una vistosa familia real que recibiese a los embajadores y fuese testigo del gobierno democrático del partido electo mayoritariamente por el pueblo en cada oportunidad.

Acción Democrática y Copei en Venezuela empezaron a morirse cuando realmente llegaron a creer que eran el poder y que el poder era para siempre; cuando se convirtieron en maquinarias poderosas capaces de ayudar y de ser necesarias para los partidos y gobiernos democráticos de América Latina y se daban el lujo de financiarlos e incluso de intervenir en ellos, mientras los servicios y las políticas que las masas venezolanas necesitaban se ahogaban en el descuido, la incompetencia y la corrupción; fueron partidos venezolanos que se codeaban con los más poderosos miembros de la Internacional Socialdemócrata y la Internacional Socialcristiana, pero que perdían día tras día la fe de sus propios seguidores dentro del país. Por debajo de tanto poder, la erosión avanzaba, porque el poder aleja de las bases, quienes viven como príncipes poderosos en los pent houses no sienten los malos olores, la humedad ni la oscuridad de los sótanos, que son los que van royendo poco a poco las grandes bases hasta que el edificio termina por fracturarse y entre las ruinas quedan aplastados y desconcertados los habitantes de los pent houses, mientras entre ellas se asoman al exterior, aunque sólo sea asomarse, los olvidados de los sótanos. Se asoman para soñar terrazas, hasta que el tiempo les va enseñando que soñar no es construir. Mala cosa es para un político cuando deja de comunicarse con la gente, mucho peor cuando cree estar comunicado y resulta que esa comunicación es sólo ruido, que no está escuchando las palabras. Mala cosa cuando un líder siente que es tremendamente popular, digamos que lo sabe, que lo puede comprobar, que es una realidad, pero su gobierno, su equipo, su propia gente no son igualmente populares ni de lejos, no disfrutan de la fe de la gente. Mala cosa cuando para gobernar hay que demostrar el poder, hay que aplastar, golpear, apabullar. Si la permanencia en el poder dependiera sólo de la fuerza y del poder para retorcer el hierro, las dictaduras durarían, como las monarquías de antes, décadas, siglos. Pero eso ya no es así. Cada día son más cortos los lapsos de espera y de resignación de las personas. Y les digo una cosa, no depende sólo de nuevos líderes, depende de la gente. Yeltsin no condujo el derrumbe del imperio comunista en la Unión Soviética, el derrumbe lo aventó a él a la torreta de un tanque en un instante afortunado con el cual Boris Yeltsin ni siquiera soñaba un par de horas antes. Si los líderes aparecen para palear la tierra que soporta la carretera, bien; pero si no hay líderes, las hormigas y las aguas seguirán filtrándose y un día la carretera se hunde en sí misma. La unión de las gentes es intuitiva cuando muchos coinciden en algo que hay que hacer; lo único que puede hacer un líder oportuno es dirigir el camino; pero las hormigas-reinas no surgen porque sean más inteligentes. Nacen y actúan porque los hormigueros, instintivamente, las necesitan; no nacen para mandar, nacen para ser piezas de la gran maquinaria. Por eso hoy en día los dictadores y reyes absolutos son curiosas excepciones y no la regla. Ni siquiera en sus más delirantes sueños se le ocurriría a Tony Blair o a Rodríguez Zapatero gobernar sin asistir permanentemente al Parlamento y al Congreso de los Diputados a defender, explicar y consultar su gestión. El presidente de Estados Unidos, con todo su poder, debe consultar, dialogar, convencer, constantemente al Congreso y a la población. No hay que confundir el poderío tecnológico y militar de una nación con el poder personal de su jefe de Estado. Hay líderes muy populares, ya casi no hay dueños de países. En los próximos años, también los jefes chinos se van a enterar. La gente es la que cuenta, las hormigas, el agua que pasa por debajo de la carretera. Los que derrumban si no se les atiende a tiempo y con eficiencia. No sólo por sus votos, sino porque es así y no de otra manera.

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