Opinión Nacional

Desafíos para el 2010

Navidad y año nuevo, momentos de evocaciones y balances, de tristezas y alegrías; pero, sobre todo, de añoranzas y esperanzas frente a lo vivido y a lo que habremos de vivir. Tal vez, estos dos últimos sentimientos nos embarguen a los venezolanos cuando el resonar de las doce campanadas irrumpa en la noche del último día del año anunciándonos el advenimiento de la primera madrugada de otro que apenas si balbucea al recién abrir sus pequeños ojos.

Añoranzas y esperanzas que revivirán y florecerán de la mano de un fluido muy denso, de fuerte olor y sombrío color que por esos azares de la vida ha sido el fiel marcador de lo fausto y, paradójicamente también, de lo infausto de nuestra historia. Ese elemento que mientras menos viscoso es se coloca mejor en el mercado mundial, volverá a signar nuestro devenir, ya no por obra de un mercado real, sino por la influencia de una malévola especulación que lo arrastra hacia un mundo irreal, plagado de incertidumbres y causante de pingües ganancias para el hoy y de exiguos beneficios en el mañana.

Sin embargo, ese no será nuestro desafío, no está en nuestras manos resolver los enigmas que se tejen en sus entrañas. Lo que sí está es el destino que demos a los frutos de la colocación de nuestra riqueza petrolera en el mercado internacional. Ello sí se constituye en el verdadero reto que vuelve a imponernos la vida.

El pasado martes, cuando la Asamblea Nacional sancionaba el Presupuesto Nacional estructurado con base en un precio promedio de 40 dólares por barril, vino a nuestra mente el objetivo de recuperar los niveles de crecimiento que pudimos disfrutar hasta hace muy poco. En simultáneo, también lo hicieron las medidas que deberán adoptarse para cumplir con tan loable fin, es decir, la forma cómo deberíamos administrar y orientar el excedente que dispondremos como consecuencia de un afortunado diferencial resultante del uso de una base poco optimista que, por contrapartida, permitirá contar con un margen lo suficientemente holgado para reimpulsar el modelo de desarrollo inclusivo y a la par, atender sin sobresaltos los recurrentes espasmos que afectan a la economía internacional.

Lo primero que pensamos fue en los programas sociales los cuales fueron debidamente preservados en la estructura presupuestal. Salud, educación, empleo, vivienda digna y cultura son derechos inalienables de todo ser humano, que a más de ser un precepto constitucional, son inherentes a la vida misma. Conservarlos, ampliarlos y consolidarlos son deberes indelegables e ineludibles de la autoridad, con lo cual, adicionalmente, recuperarían su rol como verdaderos motores de la movilización social, soporte de la base de sustentación del proceso político en marcha.

La eficacia de esos programas crecería exponencialmente si en paralelo se expandiera y diversificara la estructura productiva nacional. Conocemos las dificultades que se enfrentan en esta etapa de transición que vive el país. Traspasar el umbral de una economía rentista a una, por lo menos, semiproductiva exige, por ahora, la adopción de una serie de medidas que permitan combinar la sustentabilidad de los proyectos sociales con la maduración de los planes emprendidos en el campo productivo. Sin embargo, alcanzar ese transitorio equilibrio podría acelerarse si desentrañáramos, de una vez por todas, el modelo de desarrollo que intentamos desplegar que como todo proceso histórico, ha avanzado entre expansiones y contracciones, las cuales encuentran su origen mas en factores políticos antes que económicos.

Mientras el tiempo discurre, luce impostergable instrumentar varias políticas para corregir una serie de distorsiones que han venido agudizándose y que amenazan seriamente las posibilidades de continuar con el proceso de cambio estructural emprendido en el país. Esa cadena de deformaciones tiene como último eslabón a la inflación, impuesto generalizado que vulnera indiscriminadamente los esfuerzos desplegados en otros campos abonando, simultáneamente, el terreno de la desestabilización y la desesperanza.

Al contario de lo que se divulga por los medios, no se trata exclusivamente de adoptar medidas monetarias y financieras complementadas con el fortalecimiento de controles, cuya aplicación resulta inexcusable en un país donde todas las manifestaciones de la especulación forman parte de la tradición empresarial. Se trata de atacar a fondo la raíz estructural de la inflación con lo cual, de nuevo, emerge el tema productivo. La expansión de la demanda experimentada en los últimos años no ha conseguido una respuesta adecuada por parte del aparato productivo. Las a veces ausentes definiciones y, en especial, las equivocadas lecturas que han hecho -y siguen haciendo- los que se autoproclaman destinados a combinar los factores productivos se conjuntaron de una manera tal que los han llevado a optar por la omisión y la crítica ante las oportunidades que pudieron proporcionarles extraordinarias ganancias. Inexplicable actitud de quienes deben asumir riesgos para exponenciar réditos, lo cual solo lleva a concluir que el parasitismo y la especulación son partes del mismo cuerpo que se pavonea como única deidad en el Olimpo.

Enfrentar todos esos desafíos exige contar con una gestión de muy alto nivel. Cada día somos testigos de cómo se expande la brecha entre la decisión política y la capacidad de ejecución poniendo en evidencia la alta ineficacia que califica el accionar de una buena porción del equipo encargado de acometer las políticas gubernamentales. Reconocidos son el burocratismo y la corrupción como elementos inherentes a la administración pública que no obstante los reiterados llamados presidenciales, siguen enquistados en la nómina del estado, afectando la eficacia de la gestión y explicando tanto la ineficiencia como el desvío de muchos de sus actos. Eliminarlos sin aviso y sin protesto es tarea impostergable, lo contrario sería poner en riesgo un proceso que deberá mantener su carácter de indetenible, aún a costa de algunos titulares por muy leales que se hayan mostrado

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