Opinión Nacional

El corazón del soldado

Los libros son armas por la sencilla razón que encarnan una idea trascendente: en una sociedad democrática, todos debemos ser capaces de leer lo que nos venga en gana, empezando por los miembros de las Fuerzas Armadas. Ese argumento convenció a Elizabeth Samet, una vez concluido sus estudios de literatura en Harvard, para aceptar un cargo docente en West Point, la legendaria Academia Militar creada en 1802. Una de las preocupaciones de Thomas Jefferson, autor principal de la Declaración de Independencia de su país y fundador de la Academia, fue preservar el vínculo que une el soldado al ciudadano común. Nunca perdió de vista el objetivo fundamental del Ejército: defender la democracia y mantener al Estado en manos de un gobierno civil. El relato del ingreso y años de docencia de la joven profesora ante los cadetes del Ejército norteamericano, publicado recientemente con el título: Soldier´s Heart, constituye una hermosa defensa del rol que los libros juegan en la educación de los oficiales que tendrán la responsabilidad de defender, con sus vidas si es preciso, la integridad de la Constitución ante aquellos que pretendan vulnerarla.

Recuerdo hace muchos años, Chávez no pensaba en iniciar su destructiva carrera política, cuando me anunciaron la visita de un General de División. Finalmente, pensé, tendré la oportunidad de comentar los seis tomos que Churchill escribió sobre la II Guerra Mundial, y que le valieron un Premio Nóbel de Literatura. Podré analizar con un profesional de las armas la Oración Fúnebre de Pericles, reconstruida por Tucídides en su Guerra del Peloponeso. Tenía aquella idea del intelectual guerrero que encarnó dramáticamente Marlon Brando en Apocalypse Now y que tanto admiró André Malraux, pero sobre todo por la carrera y obra de ese extraordinario estratega y escritor, Lawrence de Arabia. Pero cuando llegó el oficial, el de carne y hueso, me empezó a hablar fue de putas. De cómo tenía una habitación reservada permanentemente en el Hotel Pippo en Maracay para llevar a sus diablas. Ni una vez pudimos conversar sobre Clausewitz, ni siquiera tocamos el tema de las FARC. Me olvidé del mundo militar, resignado al desprecio que parecía tener el mundo del uniforme venezolano hacia el universo de la creación literaria y decidí refugiarme en los juegos de espejos de John Le Carre y en novelas de espionaje de segunda y hasta tercera categoría. Todo con tal de no afrontar la realidad.

Pero todo cambia, como siempre. Hace poco almorcé en Valencia con un General retirado de la Guardia Nacional, un hombre educado y valiente, que expone regularmente sus ideas en la prensa regional. Hablamos de los nuevos escritores que tocan el tema del terrorismo y David Ignatius es el mejor de todos ellos, a tal punto que Riddley Scott se inspiró en una de sus novelas para su última película: Body of Lies. El General me hizo una observación: léase el libro de Elizabeth Samet, vale la pena. El conflicto del militar contemporáneo se centra en la inteligencia que debe mostrar para tomar decisiones morales en un contexto donde a veces es imposible determinar con orden y método dónde está el bien y dónde el mal. La incertidumbre ética se enfrenta con valores y aquí es donde la literatura es capaz de aportar un gran beneficio a la formación de futuros oficiales. Leyendo los clásicos nos podemos dar cuenta de la ausencia de rasgos democráticos en todo proceso político conducido por héroes armados que terminan sustituyendo la autodeterminación por la dependencia, transformando la libertad en una patología de adulación. El que un militar me haya recomendado este libro, fue una de las mejores noticias del año.

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