Opinión Nacional

El derrumbe

“Hace un mes se veía venir…”

 

La ilusión que despertaba la candidatura de Henrique Capriles Radonski, paso a paso, se convertía en certidumbre arrolladora.

Analicé el fenómeno en mi artículo de hace dos semanas. Y lo terminé sosteniendo entonces que nada podía oscurecer o perturbar esa realidad. ¿O sí?, me preguntaba enseguida, aunque sólo fuera para no pasar por alto mis temores. ¿Tanta belleza podía ser verdad? Teníamos tres magníficos malos ejemplos para ponernos, en el mejor de los casos, suspicaces:

1.- La sorpresa que nos dio el CNE de 2004, al amanecer del 16 de agosto. Ese día, sencillamente, pasó lo que tenía que pasar.

Chávez nos retorció el pescuezo.

En gran medida, porque la Coordinadora Democrática admitió anticipadamente que reconocería los resultados finales del CNE.

Incluso si eran adversos al Sí.

2.- El asombroso reconocimiento que hizo Manuel Rosales de su derrota antes de que el CNE terminara de totalizar los votos emitidos en las elecciones de 2006. Precipitación por dar por terminado el proceso cuanto antes, que nadie nos ha sabido explicar satisfactoriamente, excepto con la simpleza de confirmar que Chávez había ganado. Punto final.

3.- Lo que debió ocurrir en las laberínticas y calladas trastiendas del poder militar para que no sucediera lo que estuvo a punto de pasarnos con los resultados del referéndum constitucional del año 2007. Aún hoy esperamos conocer los números exactos y verdaderos de aquel desastre electoral chavista, que como todos sabemos sí terminó siendo una victoria opositora “de mierda”, por inútil, pues el objetivo consultado y rechazado, la construcción de una sociedad socialista, lo ha venido alcanzando Chávez por otros medios.

A estos lamentables sucesos se sumó hace pocos días el escándalo provocado por las declaraciones del ex magistrado Eladio Aponte Aponte. Recordarán que, según su impúdica confesión, él se prestó a ejecutar, sin el menor recato y sin la menor vacilación sino todo lo contrario, el mandato anticonstitucional de armar, a como diera lugar, la condena de los comisarios de la Metropolitana a 30 años de prisión. ¿Por qué? Muy sencillo: porque aquella canallada fue una orden directa del Presidente de la República. Alegato que equivale a señalar que todos los poderes públicos, supuestamente independientes de acuerdo con la Constitución, son en la práctica oficinas funcionales de Miraflores, al exclusivo servicio de la voluntad personal de Chávez. Poderes entre los cuales se halla naturalmente el CNE.

Recuerdo estos ingredientes de la gran infamia electoral venezolana, porque ellas forman parte de una historia que no debemos olvidar y porque sus protagonistas son las fuerzas del mal que le sirven de sostén al régimen. Fuerzas que a todas luces se preparan para interpretar su último y más desesperado acto dramático, en definitiva, en ello les va la vida, con la intención de detener la candidatura Capriles y su victoria del 7 de octubre, ya saben, a como dé lugar. De manera especial, porque en el curso de estas últimas semanas, el estrepitoso derrumbe político y físico de Chávez se ha hecho más que evidente. Basta revisar los recientes fiascos sufridos en Puerto Ordaz, en Apure, en Catia. Sin contar con el cataclismo del Poliedro de Caracas el pasado miércoles, cuando Chávez no logró acarrear a más de 8.000 jóvenes rojos rojitos. Nadie en su sano juicio, ni siquiera los peores o los más inicuos encuestadores, pueden contemplar estos hechos y malinterpretar su significado. Los venezolanos están hartos de Chávez, fastidiados hasta el paroxismo por sus trasnochadas lecciones de socialismo para idiotas.

Esto es, como diría el regañado discípulo Izarra, lo que hay. En esta esquina… y en aquella… Y ante los únicos dos posibles resultados del encuentro (en este caso las tablas son imposibles), convencido como estoy de que la avalancha Capriles bien puede superar las expectativas más optimistas gracias al derrumbe del otro, sólo queda preguntarse qué harán los rectores de CNE. ¿Contarán como es debido, escrupulosamente, los votos emitidos y se negarán a escuchar las órdenes del hegemón, o Tibisay Lucena asumirá el papel tristísimo de mensajero del diablo que el magistrado Aponte Aponte representó tan a la perfección en el caso de los comisarios de la Metropolitana? Jamás podía Lucena haberse imaginado que en la pulcritud o en el desaseo de s us manos reposaría el destino de la nación. Y el rumbo de la historia.

Con todas sus consecuencias.

De este dilema hamletiano de ser o no ser nos ocuparemos el próximo lunes.

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