Opinión Nacional

El desafío del futuro gobierno democrático: formar más ciudadanos

Leyendo el excelente artículo “Demócrata en un país sin democracia” del señor  Jimmy Ortiz Saucedo, publicado en Analitica, http://analitica.com/va/internacionales/opinion/3375488.asp me hizo reflexionar  que eso ocurre debido a la escasez de verdaderos ciudadanos que defiendan la democracia y por ello, la necesidad de formarlos para evitar que se repita, como ha sucedido lamentablemente en Bolivia y en otras partes.
Es una triste realidad que debemos enfrentar, no sólo los hermanos bolivianos, sino todos  los latinoamericanos.

Nos encontramos con una realidad deprimente en materia de institucionalidad política, y la raíz profunda de esta inestabilidad institucional debemos encontrarla precisamente en su insuficiente desarrollo social, cultural, educacional. El pueblo no tiene conciencia clara de que en una democracia es él quien detenta originalmente el poder; que los gobernantes son sólo una derivación o delegación de este poder originario. Y esta falta de conciencia de nuestro pueblo no tiene otro origen que el bajo nivel de desarrollo social, que le impide participar en los procesos políticos, ejercitar su soberanía, con un caudal adecuado de ilustración e independencia, es decir, ser verdaderos ciudadanos – como los definía nuestro recordado intelectual, escritor, educador, la conciencia de Venezuela, Don Arturo Uslar Pietri, – resultando con facilidad victima de la demagogia y el engaño. Por ello debemos contrarrestar el lavado de cerebro que han sido objeto los venezolanos en estos años.

En efecto, al salir de la pesadilla actual, el futuro gobierno democrático  tendrá enormes desafíos, y uno de ellos: será formar más ciudadanos. La educación política es una forma de promover el compromiso con la democracia y la libertad. Debemos propender a la capacitación de los ciudadanos y estimularlos para que participen en forma responsable en y para su comunidad, sea a nivel local, regional o nacional. La democracia sólo se revitalizara cuando los ciudadanos nos convenzamos de que tenemos una palabra que decir y que hacer respetar, en el barrio, en la ciudad, en el país.

Existen numerosas razones que hacen de tal función una tarea imprescindible y esencial para la consolidación de la democracia. Como señala Fernando Savater: «No están mal formados (los ciudadanos/as) académicamente sino sobre todo mal formados cívicamente: no saben expresar argumentadamente sus demandas sociales, no son capaces de discernir en un texto sencillo o en un discurso político lo que hay de sustancia cerebral y lo que es mera hojarasca demagógica, desconocen minuciosamente los valores que deben ser compartidos y aquellos contra los que es licito -incluso urgente- rebelarse. (…) Lo realmente malo es que la educación no va mas allá, que no consigue acuñar miembros responsables y tolerantes, por críticos que sean, para vivir en sociedades pluralistas.»  Es imprescindible educar para la tolerancia, ya que el consenso y el disenso son dos caras de una moneda única. 
«(…) Solamente allí donde el disenso es libre de manifestarse, el consenso es real y que, solamente allí donde el consenso es real, el sistema puede llamarse justamente democrático». N. Bobbio, «El futuro de la democracia», FCE; México, 2000, pág. 72.

El ejemplo de las democracias desarrolladas de Occidente es ilustrativo. En ellas el régimen institucional mantiene su plena estabilidad no obstante la alternancia en el poder de gobernantes de distintas orientaciones políticas y socio-económicas, quienes saben que deben interpretar y que no pueden atropellar la voluntad de un pueblo que los observa, un pueblo libre, crítico, ilustrado, consciente de sus derechos y obligaciones, consciente de su poder.

En Consideraciones sobre la democracia representativa, J. Stuart Mill distinguía a los ciudadanos activos de los pasivos y especifica que en general los gobernantes prefieren a los segundos porque es más fácil tener controlados a súbditos dóciles e indiferentes, pero la democracia necesita de los primeros. Citado por N. Bobbio, «El futuro de la democracia», FCE; México, 2000, pág. 39
 
Esa debe ser nuestra tarea, nuestro desafío. Si queremos dotar a la nueva institucionalidad democrática  de la estabilidad y permanencia en el tiempo que son indispensables para una pacífica y solidaria convivencia, debemos dirigir nuestros esfuerzos y nuestras capacidades a incrementar el desarrollo social de nuestro pueblo. Este y no otro es el camino que en definitiva nos dará la seguridad de que nuestras instituciones, nuestras libertades, enraizadas en un pueblo que las entiende, que las aprecia, que las hace suyas, no son vulnerables a la prédica demagógica de encantadores de serpientes.
Art. relacionado:  http://analitica.com/va/politica/opinion/4223454.asp

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