Opinión Nacional

El ejercicio cómico de la autoridad

Son muchos y variados los factores por los cuales nuestros países no terminan de despegar de ese mundo del atraso, del subdesarrollo. Particularmente en Venezuela uno de esos factores es el que surge con el nacimiento mismo de la república: la debilidad institucional que nos caracteriza. Ello se origina a nuestro entender en la manera en la cual se desarrolló la guerra de independencia, que destruyó prácticamente toda la estructura social y política que había sido creada en tiempos de la colonia. De allí que el caudillismo se convirtiera en la manera de “gobernar”. El “mandoneo” es la forma como muchos entienden y asumen sus actuaciones cuando de desempeñar cargos públicos se trata. Por eso es que a cada paso uno se tropieza con quienes hacen y deshacen a su libre albedrío en el ámbito de sus actividades, sin importar lo que establece la norma, simplemente amoldan la ley según como les convenga. Y eso no es cosa de ahora, de esta década perdida, no; es una conducta que viene desde la génesis misma de este país.

Esa ausencia de una estructura institucional fuerte que ejerza la autoridad dentro de los límites que establece la ley, es lo que lleva muchas veces al ciudadano a violar la norma. La falta de constancia en la supervisión, el control, la represión legítima, así como de otras acciones que el Estado debe cumplir, es lo que condiciona la conducta de las personas y las hace observar un mayor o menor apego a las leyes. En los países organizados el ciudadano exhibe una conducta disciplinada debido sobre todo a que no tiene ninguna duda que si irrespeta o viola la ley, el sistema lo castiga y lo reprime de acuerdo a la norma. Así sucede con el venezolano que al llegar a esos países asume una actitud que difiere mucho de la que tiene acá, es el convencimiento de estar constantemente observado y apenas salirse de los parámetros establecidos, el Estado se hace presente con todo su rigor. Para ello esos Estados invierten en cantidad suficiente de modo de garantizar el orden, de disponer de los recursos tecnológicos que permitan reprender y castigar a quienes en realidad violen la ley. Como muestra está la vigilancia y el ejercicio de la autoridad en materia de tránsito terrestre en todas las autopistas, vías secundarias, en las ciudades y en cualquier pequeña población.

En ocasión de la recién finalizada Semana Mayor, pudimos asistir una vez más a la exhibición de lo que mejor deja ver nuestro subdesarrollo: los famosos OPERATIVOS. No hay demostración más fehaciente de la absoluta distorsión de los conceptos de eficiencia y eficacia en el ejercicio de la autoridad, que los OPERATIVOS. Con ellos se transmite al ciudadano el criterio de que sólo en ocasión de temporadas altas, los responsables de hacer cumplir la norma se hacen presentes. De resto uno no ve por ninguna parte la presencia de la autoridad a los efectos de la vigilancia para hacer cumplir las leyes. Basta con recorrer la mal llamada autopista de oriente, para darse cuenta que de principio a fin uno no llega a ver una sola patrulla en funciones de vigilancia. Detenerse en una estación de servicio en esa ruta nos hace recordar las viejas películas de la conquista del oeste y de vaqueros. Con lo que sí se topa uno a cada rato son las benditas alcabalas, vestigios de la Venezuela gomecista que aún subsiste en la mente de quienes ejercen funciones de policías estatales o municipales, de guardias nacionales, de tránsito terrestre. A cualquiera que se le ocurra, coloca unos conos, improvisa un “policía acostado” que casi detiene la marcha de los vehículos, para que unos funcionarios con caras de hastío, a veces de cansancio y hambre, se asomen a las ventanillas de los carros a ver que encuentran. Estas alcabalas no son otra cosa que la institucionalización de la “matraca”.

Ante la incapacidad del Estado de controlar permanentemente el cumplimiento de la norma y de sancionar a quienes infrinjan las leyes, es que surgen los OPERATIVOS como una especie de mea culpa y redención al mismo tiempo, que lleva a los funcionarios a las decisiones más absurdas y contradictorias como es el caso de colocar en las autopistas patrullas desplazándose a baja velocidad de manera tal de impedir el avance de vehículos, lo cual acarrea la formación de colas por varios kilómetros y además el malestar de los conductores. Es el ejercicio cómico de la autoridad que en lugar de tomar medidas que le permitan detectar y detener a los infractores, optan por la solución más insólita como es la de impedir el normal funcionamiento de una vía rápida, sobre todo en ocasión de mayor afluencia de usuarios. Estas cosas suceden porque el Estado en las diferentes instancias de gobierno no dispone ni de los recursos materiales ni tecnológicos, como tampoco del recurso humano idóneo y en cantidad suficiente para cumplir con su obligación de custodiar y hacer que las leyes y reglamentos de tránsito se cumplan a cabalidad.

En fin de cuentas estos son algunos de los aspectos de la Venezuela que tenemos. El compromiso tiene que ser el de mejorar, el de superar todos los atavismos que nos mantienen alejados del desarrollo en términos de organización, de eficiencia del Estado que en todas sus instancias debe estar al servicio de la Sociedad y no al contrario, que es lo que ha sucedido a lo largo de nuestro devenir republicano. Ciframos nuestras esperanzas en las nuevas generaciones, en los jóvenes que se han hecho presentes en la acción política, para que libres de la contaminación de la vieja política, de la vieja manera de hacer, se abalancen hacia el objetivo de cambiar para mejorar. Comenzando por superar las cosas que hemos esbozado en estas líneas, que parecen muy pequeñas, pero que mejorándolas una tras otra, se va haciendo el camino que nos permitirá recuperar esta década perdida.

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