El Eterno Supremo
Muchos aspectos de la realidad latinoamericana parecen haber trascendido las barreras del tiempo para mantenerse incólumes a través de las épocas. La pobreza extrema de nuestras naciones, la inestabilidad política, el atraso económico y social están presentes hoy en día como hace cincuenta años, a veces nos parece que nuestro sub-continente es el convidado de piedra en el avance continuo de los países de otras regiones del globo hacia ordenes superiores de progreso económico y social.
Acaso sea la idiosincrasia retrograda del pensamiento colectivo de Hispanoamérica, moldeado por el advenimiento de ideas equivocadas y por la falta capacidad de abstracción e identificación de los factores perturbadores, al causante de este estancamiento alarmante que nos sigue distanciando cada día mas del primer mundo. No tiene el latinoamericano común una fuerte conciencia de ciudadanía, así como tampoco una cultura política afianzada y de vanguardia. El hombre común de nuestras latitudes aun vive pensando en la aparición de fenómenos políticos o caudillescos en él más puro estilo decimonónico, cual hombres providenciales que, portando una espada vengadora, habrán de acabar con los enemigos del pueblo, los opresores y los oligarcas, y distribuirán la riqueza equitativamente. Todo orden preexistente bueno o medianamente bueno será arrasado, y el Mesías de los nuevos tiempos, el caudillo telúrico impondrá su ley (La del machete o la del populacho) y su figura omnímoda y deificada será objeto de veneración y comparación con Jesucristo mismo pos sus acólitos y aduladores, todo aquel que se oponga a sus designios es enemigo de la patria y su sino será terminar su existencia exiliado o en prisión por el solo pecado de pensar distinto. Es este el eterno fantasma que ronda nuestras tierras desde los tiempos posteriores a la Independencia: El Dictador Latinoamericano, que pervive aún en la era espacial, llámese Juan Manuel de Rosas, López de Santa Ana, Juan Domingo Perón, Juan Vicente Gómez, Fidel Castro o Rafael Leonidas Trujillo. Su figura parece ser la maldición eterna que nos persigue. Magníficamente descrito en la genial creación del inmortal Augusto Roa Bastos: “Yo, El Supremo”, novela que relata la vida del Dr. José Gaspar Rodríguez de Francia, dictador perpetuo del Paraguay, quien en entre 1.814 y 1840, gobernó su nación despótica y tiránicamente, sumiéndola por su solo capricho en el oscurantismo más abyecto. Misógino por excelencia, Rodríguez de Francia es retratado en la ficción ideada por Roa Bastos, como un personaje que va mas allá del tiempo y del espacio, sus rasgos psicológicos corresponden a la megalomanía de cualquiera de los dictadores rapaces que han gobernado sus países de manera oprobiosa y criminal. El Paraguay de “Yo, El Supremo” no se circunscribe a sus fronteras y a la época descrita, los limites temporales y las fronteras geográficas son superadas por la magnifica filigrana literaria de Roa Bastos para transportarnos a todas las épocas y todas las naciones desde el Río Grande a la Tierra de Fuego. Allí conviven la América Indiana, la América Española y la América Libre traspasándose de una a otra sus males, sus destinos y su historia. Las generaciones cambian, pero el pensamiento y las circunstancias son en esencia los mismos, sólo que subsisten amoldándose a nuevos caprichos, a nuevos eras y a otros protagonistas.
Quizás por ello, el pensador y escritor Colombiano Álvaro Mutis dijo en una ocasión al referirse a “Yo, El Supremo” que la novela era “…el retrato de nuestro destino,”, “En ella Augusto Roa Bastos supo demostrar no lo que era América en aquel tiempo, sino lo que será siempre”.
Casi dos siglos tiene ya la independencia consumada, desde la gesta del 9 de Diciembre de 1824 en Ayacucho, y desde entonces la sombra errante del dictador se ha paseado y aún se pasea por los caminos de la historia, oscilando entre los sueños y la realidad, por encima del bien y del mal, viviendo en las aclamaciones de las masas y en el verbo de sus proclamas.
