Opinión Nacional

El intelectual idiota y la política

Los huesos no son como la hierba seca, arden lentamente. En cambio el pensamiento y la idea son muchísimo más inflamables que la hierba; por tanto es más fácil apagar un incendio vegetal que los provocados por los juicios u opiniones que en un momento dado nos colocan en ésta y no en aquélla tribuna.

Y más que un incendio, es una bomba la que ha estallado a propósito de la publicación de un supuesto telegrama suscrito por los escritores Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Manuel Peyrou donde se solidarizan con el gobierno mexicano, presidido por Gustavo Díaz Ordaz, en ocasión de la matanza de Tlatelolco, sucedida en el ya lejano 2 octubre de 1968.

La matanza de Tlatelolco en la que murieron entre 300 y 500 estudiantes a manos del Ejército mexicano y del grupo paramilitar Batallón Olimpia, da cuenta de un libreto que se repite a través de la historia: el de un Estado prepotente que organiza el crimen y lo ejecuta, y el de la mano larga de la verdad que se sobrepone a la impunidad y al cinismo del poder.

La tragedia a la que se enfrenta el poder es que no es capaz del crimen perfecto. Pero ese es otro capítulo. Importa aquí reflexionar sobre los «gestos de buena voluntad» con el que bendicen algunos intelectuales los desmanes del poder.

Lástima que Borges no pueda defenderse, y explicar la veracidad del telegrama en cuestión. De forma que la afirmación del escritor mexicano Carlos Fuentes se queda sin contrincante y la sustenta en lo que llamaremos su peso específico: «Es verdaderamente lamentable para la memoria de Borges, pero como también felicitó a Pinochet en su momento, es probable que haya sido el autor del telegrama. Se puede ser un genio literario y un idiota político».

El centro de la polémica la define pues, la última frase del párrafo anterior: «Se puede ser un genio literario y un idiota político». De allí aterrizamos al momento que vive Venezuela y a la postura que han asumido algunos intelectuales con respecto al régimen actual y a sus crímenes.

De combustión más lenta pero no menos contundente es la que han desatado el poeta Luis Alberto Crespo, el Director de Tal Cual, Teodoro Petkoff, y el escritor aragüeño Harry Almela.

Luis Alberto Crespo, también, «felicita» – con su silencio – al gobierno de Chávez por las torturas, desapariciones, y crímenes de la revolución Bolivariana, así como excusa las prisiones y condenas sumarias ejecutadas por el dictador Fidel Castro contra escritores, periodistas, e intelectuales cubanos porque dice no saber si los habían detenidos por políticos o por intelectuales. En todo caso, se justificó, «eso forma parte de las leyes de allá». A lo que responde Petkoff, «Claro, poeta, el gulag soviético estaba también en las leyes de allá, de la ex Unión Soviética. Los campos de concentración nazis y la solución final contra los judíos también estaban muy germánicamente establecidos en las leyes de allá».

Por esos «allá» Harry Almela le grita a Luis Alberto: ¿Cuántos poetas deberán estar presos, en Cuba o en Venezuela, para que no sigas, por lo menos, dando tan tristes declaraciones? ¿Cuántos centímetros cúbicos de gas lacrimógeno, prohibido por las leyes de este país? ¿Cuántos decilitros de sangre necesitas ver derramada en las calles para no reducir el problema a un desencuentro con tus amigos poetas, más acá de las turbulentas y transitorias diferencias políticas? ¿Cuántos nombres y apellidos debe haber en la lista de presos? ¿Cuáles nombres y apellidos? ¿Cuántos despedidos por firmar, solicitando el referéndum? ¿Cuántos desaparecidos? ¿Yo, entre ellos? ¿Cuántas mujeres lanzadas al piso? ¿Cuántos torturados? ¿Cuántos eructos? ¿Cuántas condecoraciones? ¿Cuánto bronce inútil y cansino?

Las interrogantes del Almela esperan respuesta; pero no solo las de Crespo sino la de esos supuestos intelectuales de avanzada que medran a orillas de poder y, de alguna manera legitiman a regímenes criminales. En el mundo, mientras aparecen los «telegramas de Borges», ya se escuchan esas voces y ensordecen algunos silencios. José Saramago dio un ejemplo de por dónde van los tiros y le dijo al gobierno cubano «hasta aquí he llegado». Lo hizo porque a su juicio «disentir es un acto irrenunciable de conciencia».

Miserables aquéllos que se oponen a esto último. El silencio de Gabriel García Márquez retumba en el mundo, pese a cuanto se le quiere; en cambio el silencio y la anuencia de algunos intelectuales venezolanos se entiende por el apetito que les produce el carguito burocrático.

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