Opinión Nacional

El legado de Chávez

Si algo se destaca como vital en la herencia del liderazgo de Chávez, no es la fuerza de su carisma, fuente de donde emanó su capacidad para la manipulación, su legado reside en haber sacado del anonimato, del submundo de la degradación ética, de las academias de la mediocridad y del resentimiento la banda de facinerosos y pillos que integran el círculo inamovible de altos funcionarios electos o ungidos que lo han rodeado por 14 años.

Convirtieron la actividad política en un mero aparato de rastrera adulación y sus desempeños en premio para los negocios y el ilícito enriquecimiento, pero también, muy particularmente, en instrumento de persecución dirigida a destruir al adversario, vapulearlo moralmente, o encarcelarlo dentro de esa modalidad del chavismo de “solución final”, cuyo resultado ha sido reducir la lucha política a la captación del poder y hacer todo, sin advertencias ni límites, para conservarlo.

La pedagogía del chavismo sin Chávez y con él se contrae, en que el poder consiste en la devastación de los principios que informan esta noble disciplina. Para Chávez y sus subalternos, su verdadera y real utilidad, sustituyendo los métodos de la dictaduras puras y duras, se sitúa en que el dinero público que da la ventaja de detentar el poder, puede comprarlo todo, desde bancos, empresas cafeteras, supermercados, inmuebles, hasta votos, incluyendo la relajación moral del enemigo poniéndole precio a su conciencia.

Las triquiñuelas, el ventajismo, las trampas, junto a la mentira y la calumnia, el engaño, el chantaje, la instigación a la traición, son válidos en la escala de valores del chavismo en aras de obtener la victoria. El mensaje le ha resultado muy esclarecedor a la nueva elite que Chávez rescató de la inmundicias de sus mediocridades y sus pestilencias éticas: “hacer lo que esté en la mano, del todo vale y sin escrúpulos para no abandonar jamás el poder y ser utilizadas para asegurar el triunfo”.

El poder es un botín y la política una guerra, hay que ganarla, son las máximas que les deja Chávez a la posteridad y a los suyos.

En la larga lista de logreros y canallas enriquecidos a la sombra de estas premisas, se hace notable hoy la estrategia del hombre-emblema más representativo de la cloaca depredadora que es en esencia la llamada revolución, conocido como el Alcapone del siglo XXI y presidente de la AN. Cabello ha diseñado un programa de ascenso para sustituir a Chávez y desplazar la designación que aquel hiciera de Maduro.

Lo viene haciendo aprovechándose de su influencia militar, su dinero y su condición de vicepresidente del PSUV. Sabe muy bien que el repudio a lo que todos saben, que es un vagabundo envilecido que maneja numerosos negocios y calificado como el corrupto mayor del régimen, es una pesada carga que le impide avanzar en sus planes. De ahí surge que primero debe mimetizarse en parecerse a Chávez. Ya no sólo en el discurso del odio, sino en el uso del atuendo militar. Y lo otro, deslastrarse de esa visión que ya señalaran Müller, Tascón y Dietrich expresando que es un alacrán, la derecha endógena y teniente sin carisma anticomunista.

Para ello ha llegado demasiado lejos encarcelando diputados, erigiéndose ahora en el paladín de la anticorrupción. Este cinismo y desvergüenza de este siniestro personaje buscan con la destrucción de PJ, desmoralizar a la oposición, debilitar al que ya ve como su contrincante, HCR, y limpiarse de sus cacas. Algo me dice que se enterrará en su intento de engañar al chavismo.

 

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