Opinión Nacional

El maratón de Caracas

No nos caigamos a coba y pensemos que todo lo que viene de la empresa privada venezolana es lo máximo, la eficiencia en su condición pura, un absoluto que, si acaso, lograba conseguirse en las ideas absolutas de los griegos. Olvídense de Nasdaq o de las industrias claves en el S&P 500, el Global Dow o el Nikkei 225, con pronunciación de Pedro Penziny Fleury de por medio. O los bancos que sobrevivieron la crisis. Nada que ver. Las venezolanas son ejemplares. A veces dan ganas de caerles a trompadas, no porque lo hagan mal, sino por el daño que hacen, por su grosería, la burla y descortesía con que tratan a sus clientes naturales. Asumen la RSE como una excusa, apenas una estrategia para que el gobierno crea que están haciendo algo útil o que tienen vocación solidaria. El difraz como pretexto para hacer lo que les venga en gana.. Quería referirme a un caso particular. Sé que hay otros asuntos más trascendentes, infinitamente más importantes: la pobreza, el Medio Oriente, la crisis financiera y los precios del petróleo; pero la molestia, el malestar y utilicemos el lenguaje chavista: la inmensa arrechera que una organización logró crear entre miles de personas debe ser tomada en cuenta, debe ser expresada.

Esta empresa anunció a finales del año pasado que el Maratón de Caracas se correría el primer domingo de mayo. Miles de atletas iniciaron un entrenamiento arduo, despertándose a las cuatro de la mañana, planificando cuidadosamente y con rigor, con una dedicación y fuerza de voluntad asombrosa, el trabajo a realizar en los primeros cuatro meses del año, descartando otras oportunidades, competencias y viajes, con tal de figurar y hacer un buen papel en el único maratón de 42 kilómetros que se organiza en Venezuela. Después lo pospusieron para el tercer domingo de ese mes. Y luego anunciaron que lo habían suspendido, supuestamente porque no habían conseguido patrocinantes. Insólito. Competencias de este tipo hacen famosas a las ciudades. Ahí tienen el Maratón de Nueva York, con el cual sueña toda persona que se inicia en la práctica del deporte, así no lo corra nunca. Es una referencia, una meta personal, un objetivo a largo plazo, una fantasía que motiva e impulsa. O el Maratón de Boston, famoso por la calidad de sus participantes y el tiempo mínimo que los aspirantes deben haber demostrado en otra carrera de la misma distancia. El de Berlín, Roma, el de la Gran Muralla China, Londres o París. Nosotros, en cambio, aparentemente somos tan maletas que no sabemos ni siquiera cómo organizar una competencia nacional.

Fred Lebow, cofundador del Maratón de la ciudad de Nueva York en 1970, estaba convencido de que cualquiera podía acceder al poder de correr. Se han escrito libros y se han hecho películas sobre su vida. Un judío sobreviviente del holocausto nazi, natural de Rumania, Presidente de un pequeño club de deportistas en la Gran Manzana, que un día tuvo la idea de organizar una carrera en Central Park. Asistieron 127 corredores y una sola mujer. Cinco años después lo corrieron 2.000 personas. Hoy más de 100.000 personas aplican para participar en una lotería y lograr inscribirse. La carrera le proporciona a la ciudad ingresos superiores a los 200 millones de dólares y es patrocinada por un gigante de la banca: ING. La empresa venezolana que asumió la organización del evento no merece ni que se le mencione. Quizás alguna entidad bancaria seria se interese en el futuro, y hasta las mismas autoridades deportivas pudieran colaborar y complacer a tantos miles de mujeres y hombres que se deleitan al amanecer, mientras sus músculos trabajan soltando endorfinas y como un amigo dice, hasta feromonas.

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