Opinión Nacional

El poder como servicio

El Papa Benedicto XVI renunció a su ministerio de «Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro». Lo hizo en un acto cotidiano de la vida de la Iglesia Católica en Roma el pasado lunes 11 de febrero, en una muy breve alocución, clara y directa. La decisión fue precedida por un prudente silencio y un cuidadoso examen ante Dios, que lo llevó a concluir: que sus fuerzas, dada su avanzada edad, «ya no se corresponden con las de un adecuado ejercicio del ministerio» que le fue confiado en el año 2005, resolviéndose con certeza y entera libertad a renunciar a su cargo y obligaciones.

En la historia del pontificado católico se cuenta con muy pocos antecedentes similares, por lo que sin ser ésta una situación inédita si constituye una decisión extraordinaria y especial; es el primer caso en casi seis siglos. Como bien dijo el Arzobispo de París, se trata de una decisión que libera a la Iglesia para el futuro introduciendo una práctica habitual en cualquier institución que atraviesa circunstancias similares.

En el mundo católico la decisión ha sido valorada como un acto de gran responsabilidad y de mucho amor a la Iglesia. Como lo dijo el mismo Benedicto: «en el mundo de hoy, sujeto a cambios tan rápidos y sacudido por cuestiones de profunda relevancia para la vida de la fe… he tenido que reconocer mi incapacidad para cumplir adecuadamente el ministerio que se me confió». La motivación principal es que el servicio que debe prestar el Papa a la Iglesia, el misterio propiamente dicho al que se debe, no puede ser llevado a cabo por él por las limitaciones que supone su avanzada edad.

Así entendemos los cristianos el poder, como un medio para servir. Su ejercicio está en función del fin que pretende. La Iglesia tiene por delante grandes desafíos que impone la evangelización en un mundo culturalmente fragmentado y contradictorio, consumista y hedonista. La búsqueda de la justicia, la paz y la solidaridad siguen siendo retos urgentes para la humanidad y por ello para la conciencia cristiana. La profesión de la fe católica se reduce y el servicio del misterio sacerdotal es escaso. La vida religiosa también atraviesa severas crisis. Se requiere pues un gran esfuerzo de todos aquellos que detentan responsabilidades institucionales para responder acertadamente.

Cuando quienes ejercen el poder pierden de vista el sentido de responsabilidad ante el colectivo a quienes se deben, para ensartarse en una complicada lógica que sólo busca preservar sus intereses, la autoridad pierde sentido. En el mundo de la política hay sobrados casos que así lo demuestran. Benedicto XVI ha dado un buen ejemplo a toda la Iglesia y al mundo entero.

 

 

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