Opinión Nacional

El “ranking” presidencial venezolano

En enero de 1830 la ambición desmedida de José Antonio Páez, la falta de visión de Santander y de muchos otros hombres que tenían poder, el agotamiento de Bolívar, la reluctancia de Sucre a seguir luchando día a día y muchos otros factores llevaron a la fractura de Colombia (la Gran Colombia) y al nacimiento de Venezuela como república independiente. Esa es una realidad aparentemente irreversible y por muchos sueños que tratemos de transitar, habrá que aceptar la filosofía profunda contenida en la canción de “Los amigos invisibles” que dice “eso es lo que hay”. Pero, aunque tengamos que resignarnos, hacer un “ranking” presidencial de Venezuela puede ser un ejercicio interesante que nos permita saber, en verdad, que es lo que ha habido hasta ahora, quizá con ánimos de imaginar lo que deberá venir después si no queremos que la pobre Venezuela, o mejor dicho, su pueblo, se quede definitivamente en el más triste de los fosos, en la cola de la humanidad.

El primer presidente de Venezuela, antes de que se integrara a Colombia, la Gran Colombia, fue Cristóbal Mendoza, un hombre excepcionalmente honrado y de magníficas intenciones, pero no podemos considerarlo en el “ranking” porque lo que nos interesa es lo que ha existido de 1830 en adelante, por lo que debemos empezar por José Antonio Páez, un llanero perteneciente la clase que entonces se llamaba “blancos de orilla,” que no tuvo educación formal pero hizo un gran esfuerzo por culturizarse. No hizo un mal gobierno, pero su ambición personal lo llevó a tratar de mantenerse en el poder cuando su tiempo había expirado y sumió al país en una cadena de guerras civiles. Los presidentes que lo siguieron en el tiempo fueron, en general, poco felices. Sus agonías parecían movimientos de alguna res atrapada en arenas movedizas, en un proceso que pareció interrumpirse cuando llegó al poder Antonio Guzmán Blanco, un hombre excepcionalmente inteligente al que no le faltó instrucción ni cultura, hijo de otro personaje muy inteligente pero con pocos principios. Guzmán Blanco fue un buen gobernante, pero demasiado barroco en sus manejos, y en su tiempo hubo demasiada corrupción.

Luego vendría otro período de pequeños seres, también dominado por la violencia y los manejos turbios, que llevó al poder a uno de los peores presidentes que ha tenido el país: Cipriano Castro, nacido muy cerca de Colombia y dotado de casi todas las peores características que puede tener un gobernante: ambición desatada, deshonestidad, viveza criolla, aunque también una inteligencia excepcional, lo que no le bastó para mantenerse en el poder cuando su compadre Juan Vicente Gómez, campesino, inteligente y no muy honrado en el manejo de la cosa pública, se dejó tentar por la incipiente burguesía de su tiempo y lo desplazó del poder. De Juan Vicente Gómez puede decirse que integró al país y logró un cierto progreso material, pero hubo demasiada represión y hasta maldad en su régimen, que persiguió y asesinó a miles de venezolanos, lo cual lo anula como buen gobierno.

En rigor, si lo que buscaos es buenos gobiernos, sólo hay cuatro candidatos: Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita, Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. López Contreras condujo con maestría la transición de la dictadura gomecista a una democracia condicionada, pero en su gobierno también hubo represión, que, aunque algunos la justifiquen por lo muy difícil de la transición que tuvo que conducir, le rebaja algún valor. Medina, aunque tuvo entre sus colaboradores a muchos de los mejores hombres de su tiempo e hizo una buena gestión, se dejó derrocar, y le faltó decisión para dejar atrás ciertas rémoras que no hicieron otra cosa que opacar su brillo. Rómulo Betancourt tuvo que gobernar haciendo equilibrios, y más de una vez debió apelar a la represión y a la violación de principios elementales del derecho, con lo que también perdería unos buenos puntos. Sólo nos queda Raúl Leoni, que hizo un gobierno razonable y contó con muy buenos colaboradores, pero algunos crímenes contra los derechos humanos cometidos por militares y policías para combatir la insurrección de la izquierda pesan demasiado en su contra. De manera que tendríamos que decretar un gris empate entre Betancourt y Leoni en el primer lugar y otro empate aún más gris en el segundo, para López Contreras y Medina. O, mejor aún, hasta un muy gris cuádruple empate en el primer lugar. Dos presidentes del período en que Venezuela ha estado más cerca de la democracia plena y dos de la protodemocracia o democracia incompleta; de donde se infiere que sólo en democracia puede haber buenos gobiernos. Y ¿cuáles serían los peores? Allí no puede haber dudas, sólo hay dos candidatos igualmente funestos: Hugo Chávez Frías y Nicolás Maduro.

Hugo Chávez Frías, golpista, resentido e incapaz, aunque por desgracia muy inteligente y, sobre todo, vivo criollo, arruinó al país y lo entregó a los ávidos capos de un gobierno antidemocrático y extranjero. Derrochó el mayor flujo de ingresos que gobernante alguno ha recibido en la historia, con lo que desperdició la más notable oportunidad de progreso que ha existido en Venezuela, que con su mandato se empobreció y, peor aún: se arruinó moralmente con su discurso negativo y sembrador de odios y resentimientos. Y su sucesor, Nicolás Maduro, que a todo lo de Chávez agrega su poca inteligencia, su terquedad y su incapacidad de rectificar para que el país deje de caer en picada. Esos han sido los peores, seguidos tímidamente y de lejos por Julián Castro y Cipriano Castro, un inútil y un orate. Los cuatro, Chávez, Maduro y los dos Castro, enemigos de la democracia, con lo cual es indudable ratificar la conclusión anterior: solamente en democracia puede haber buenos gobiernos.

Sin embargo, los gobiernos de Caldera, Pérez, Herrera Campíns, Lusinchi, Pérez (2º), Velásquez y Caldera (2ª), con todos los defectos y errores que puedan haber tenido, fueron mucho mejores que casi todos los anteriores, con las ya dichas excepciones de los de López Contreras, Medina, Betancourt y Leoni. Venezuela no supo entender que había alcanzado la meta de tener gobiernos democráticos, y que hubiese sido suficiente con exigir más, sin destruir sus partidos y sus instituciones, es decir, sin hacer lo que, por desgracia, hizo en 1998, cuando se cayó en la aberración de rechazar la democracia y buscar falsos salvadores de la patria. En 1998, luego de la muerte, en buena parte causada por la confusión y los suicidios del partido de Betancourt (AD) y del de Caldera (Copei), que llegaron a sus puntos más bajos, y de que el MAS enseñara a todos su feo rostro de oportunista, ávido de poder y de riqueza fácil, Venezuela regresó a sus peores momentos. A partir de premisas ciertas, el país cayó en barrena y dejó que el espacio de la democracia fuese ocupado por seudo-revolucionarios anacrónicos y corrompidos empeñados en imponer un sistema antidemocrático que fracasó en el mundo entero, por políticos caudillescos absolutamente inescrupulosos, por jueces y magistrados corruptos, cínicos y descarados, y por funcionarios que en vez de servir al público se burlan del público, por instituciones que no cumplen, en fin, lo que la pobre Venezuela sufre y padece en el año 2014 de la Era Cristiana. De hecho, Venezuela estaba enferma, muy enferma, pero resultó mucho peor el remedio que la enfermedad. La única esperanza de revertir todo el daño que ha sufrido el país es volver a la verdadera democracia, darle un verdadero sentido social y, sobre todo, invertir en educación, en educación para todos, porque lo que ha pasado en Venezuela, yo diría que a partir de la década de 1970, es que no se ha sabido, o no se ha querido, educar a las mayorías. Paradójicamente, al preferir la cantidad a la calidad, se dañó todo el sistema educativo.

La existencia de inmensos contingentes de seres humanos sin acceso a la verdadera educación es lo que ha permitido que políticos inescrupulosos hayan acabado con la prosperidad del país. Ojalá no sea demasiado tarde, aunque siempre hay esperanzas: en política, no hay nada fatal ni predeterminado, y de donde menos se espera salta, no la liebre, sino cualquier sorpresa. No hay que ser pesimistas. El pueblo venezolano no está condenado al fracaso porque hoy esté en manos de los peores. Se trata aún del mismo pueblo de Miranda, Bello, Bolívar, Sucre, Teresa Carreño, Teresa de la Parra, Rómulo Gallegos, Isaac J. Pardo, Arturo Uslar Pietri, Rómulo Betancourt, Rafael Vegas, Vicente Gerbasi, Antonio Lauro y muchos más. Un pueblo estupendo y capaz de obtener una gran victoria sobre la barbarie. Los Boves de este tiempo no son otra cosa que pícaros, tal como lo fue el de 1813. El de 1813 fue finalmente derrocado por la muerte, en Urica, el 5 de diciembre de 1814. Los Boves de la actualidad tendrán que caer también, no atravesados por alguna lanza, sino por la voluntad de todo un pueblo. Ya se le dio un primer aviso. Lo demás está a la vista y pronto será una realidad.

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