Opinión Nacional

En secreto

Leo en el Papel Literario de El Nacional que el diseño del mausoleo del Libertador Simón Bolívar permanece en secreto y sólo es posible imaginarlo por la mole que ahora se erige en ese sitio. Reparo en que el secreto ha caracterizado también las informaciones sobre la enfermedad del Presidente, asunto sobre el cual naturalmente se interesan los venezolanos.

Observo que el proyecto de Ley Orgánica del Trabajo que regirá en nuestra economía y determinará las actividades y el futuro de su clase obrera fue un misterio hasta el día de su promulgación.

Y no puedo desestimar que aún no se sabe cuáles y cuántos socios extranjeros se beneficiarán de la explotación de la faja petrolera o en dónde se invertirá el Fondo Chino.

Lo que me hace recordar un libro del escritor colombiano Germán Arciniegas: Entre la libertad y el miedo. En él encuentro una cita de Miguel de Unamuno, a mi entender el más grande intelectual de habla hispana del último siglo. Dice Unamuno: «Hay que encender el culto a la sinceridad y hasta a la indiscreción. Libertad es conciencia. Es libre el que conoce la ley por que se rige. Y libertad pública es conciencia pública.

Es libre el pueblo que conoce las razones de la ley por que se rige.

El enemigo mayor de la libertad es, pues, el secreto; peor que la violencia. El despotismo, régimen del secreto, es peor que la tiranía, régimen de violencia. Mejor ser hombre que conoce la injusticia de la violencia que se le hace, que animal doméstico que se le ceba y se le cuida con esmero. El peor esclavo es el contento de su esclavitud. Dedíquense, pues, ustedes, jóvenes, a romper secretos. Democracia es publicidad».

De donde es fácil concluir que si bien no tenemos totalmente una tiranía, resulta claro que vivimos dentro del despotismo. Porque el régimen del secreto nos impide la libertad. Llámese secreto de Estado o secreto militar, lo cierto es que se nos esconde la realidad en donde nos movemos, hasta que un día cualquiera oímos por televisión, y en cadena nacional, al líder develar lo que hasta entonces había estado oculto. De esa revelación hasta los ministros se sorprenden. Descubrir el secreto ha sido una prerrogativa reservada al único que aún cree que tiene libertad: al elegido. El déspota es, de acuerdo al diccionario «el soberano que actúa sin sujeción a ley alguna». Y la mejor manera de que no haya una ley es que no se conozca. O, en nuestro caso, que el déspota pueda escribirlas a capricho porque se le ha habilitado para que haga lo que le dé la gana. No hay mucha diferencia entre una ley arbitraria y una ley desconocida. Como lo muestra el caso actual de la Ley del Trabajo, que mantiene en vilo a empresarios y trabajadores.

Con el secreto el déspota puede ser a la vez tirano y víctima. Tal es el caso de su salud. Un velo innecesario ­pues realmente nadie sabe, ni siquiera sus médicos, si va a sobrevivir y cuánto­ le permite al caudillo manipular a la opinión pública desde el privilegio de su propio secreto. Unas revelaciones, que son vagos destellos, las utiliza para provocar lástima y solidaridad por su posible condición de perjudicado por las fuerzas del destino.

Casi todo se mantiene en secreto. Lo que impide al ciudadano común, a usted y a mí, el ejercicio de nuestra libertad. No sabemos dónde estamos parados, pues sólo quienes tienen acceso a la ciudad secreta del emperador, como en la China antigua, poseen los elementos de juicio para decidir. De resto, sólo nos queda ser los animales domésticos, como dice Unamuno, a los que se ceba y cuida con esmero para que no sean partícipes del misterio que los condena a la sumisión.

En los mercados financieros se denomina eufemísticamente el secreto «acceso a información privilegiada». Con él los dealers, capitanes de fortuna y algunos vagabundos hacen fortunas prodigiosas. Sus riquezas privadas representan la contraparte de la miseria que hoy azota a los desempleados de Europa y Estados Unidos, después de la crisis financiera de 2008. En los asuntos públicos el acceso a la información privilegiada y su utilización en provecho propio constituyen una traición a la confianza que el pueblo ha depositado en sus gobernantes. Porque resulta imposible confiar en quienes nos tratan como a niños a quienes debe ocultársele la verdad para que crean que viven en el mar de la felicidad y no tengan la tentación de ejercer su libertad. Para ellos la realidad se mantiene en secreto.

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