Enrique Pérez Olivares
Una de las mejores generaciones de venezolanos está pasando. La democracia civil, moderna y modernizante, su gran legado. El salto civilizatorio más grande de nuestra historia, el avance sanitario y educativo más espectacular, que impulsaron desde la caída de la tiniebla gomera, dejó una huella que ni siquiera la horda cuartelaria ha podido borrar.
De esa amplia generación de Betancourt y Caldera, Pérez y Herrera, Gabaldón y Prieto, destaca Enrique Pérez Olivares. Abogado de renombre, decano de Derecho de la UCV, ministro de Educación del primer gobierno del presidente Caldera, gobernador de Caracas y ministro de Información y Turismo en la administración Herrera Campíns, primer rector y uno de los fundadores de la Universidad Monteávila.
Antes y más que todo eso, hombre de bien. Pérez Olivares era de esas poquísimas personas que uno quiere imitar. Polifacético, extraordinariamente culto, apasionado del arte, político dotado de un instinto que sabía intuir lo que habría de suceder. Sus análisis de la crisis de la democracia civil y de la montonera que se hacía gobierno disfrazada de redentor asombran por su clarividencia. Pérez Olivares era impermeable al engaño. Quizás este realismo, este conocer siete plazas, en un hombre tan virtuoso, era uno de sus más claros distingos. Normalmente el honesto peca de ingenuo, desconoce los entresijos de la realidad, a la que ve siempre en sus extremos, un reino de felicidad poblado de seres bondadosos, o un cubil de fieras crueles y hediondas. El rector Pérez Olivares sabía distinguir al probo del canalla, y que normalmente se dan las mezclas.
Porque entre sus rasgos destaca el amigo. Impresionaba hasta dónde llegaba el espacio de sus amigos, desde sindicalistas y radicales hasta empresarios y artistas. Era prácticamente imposible presentarle a alguien, normalmente ya lo conocía y además recibía señales de afecto que indicaban que para él un conocido ya merecía su aprecio e interés. Su andar en tantos campos, el foro jurídico, la vida política, la educación en todos sus niveles, le hacía estar en contacto permanente con todos los sectores y todas las edades.
Cuando ya pasaba de seis décadas se unió al esfuerzo de fundar una universidad al principio del tercer milenio, que como él mismo decía, sería una tarea de siglos, como es toda tarea universitaria. Así será su legado.
