Opinión Nacional

Entre la mitología y la realidad

Desde la ventana de un hotel en Tesalónica, al norte de Grecia, contemplaba en la lejanía el Olimpo, la morada de los dioses. Imaginaba los conflictos de las divinidades que nos cuenta la mitología, parecidos a los de los hombres, intrigas, traiciones, infidelidades, amores, pasiones, las metamorfosis o transformaciones de Zeus para satisfacer sus placeres, las ambiciones de sus hijos por conservar sus poderes, las felonías de unos contra otros. En aquella montaña sagrada la imaginación helénica reproducía los mismos dramas de los hombres. Ni una sola manifestación de los seres vivientes – sus flaquezas, sus tendencias infernales o sus heroicidades – dejaba de estar representada en alguna de aquellas figuras divinas. Cada hombre griego tenía su dios de acuerdo con su vocación e inclinación, para la guerra, para el arte, para el deporte, para el vicio y el libertinaje, para la concupiscencia, para la bondad, la belleza y la maldad. En aquella época algún agnóstico se preguntaría ¿ son los hombres hijos de los dioses o los dioses hijos de los hombres?

El mundo mitológico griego, luego el latino y el de todas las civilizaciones antiguas ha sido siempre el mismo: una representación imaginativa y sacra de las pasiones humanas.

Aquella divagación mítica vuelve a mi memoria al contemplar al hombre cuando lucha por la posesión del poder, su preponderancia, el afán de conservar la sociedad tal como la ha creado, con sus desviaciones y su lenidad. Ante la posibilidad de perder ese dominio, una especie de remolino bate las pasiones de su espíritu, afloran con violencia, como las de los moradores del Olimpo. Vejámenes, difamaciones, mentiras, traiciones, renegación de ideales, son los medios que se utilizan para descalificar la posibilidad de cambiar un país demolido, cuya imagen gráfica, material, podemos representar cuando contemplamos el Litoral Central, después de la catástrofe: escombros, casas derrumbadas, moles de piedra en el camino, vías destruidas, con un ambiente desolado y triste. La miseria a que se ha reducido Venezuela, hoy uno de los países más conflictivos en el mundo, no se puede defender de otra manera y, ¿quién la defiende?. Las mismas clases que la aprovecharon o fueron indiferentes ante su destrucción y del estado en que se encuentra: pobreza, ranchos, desempleo, abandono del indigente, del niño, entrega de sus riquezas naturales y todos los males que pueden afectar una sociedad. ¿ Existe una sola idea que se anteponga, como no sea la del insulto, al cambio que se ha propuesto y se lleva a cabo? Bastan señalar las que se refieren a las instituciones, pervertidas como estaban.

Toda transformación es atacada con virulencia, como la que se realiza, con grandes esfuerzos, en el sistema judicial y que trata de empañarse con falsedades, tergiversaciones y truculencias.

Pero la historia, una vez tomado el camino que ella traza, no se detiene y toda acción antihistórica fracasa, como fracasará la gran confabulación en Venezuela que se ha tejido, sin ideales, pero con poder económico, para detener el progreso material y espiritual del país.

Prometeo, el razonador, es símbolo del destino de los pueblos sin liderazgo. Por querer ayudar al hombre y darle el fuego y la sabiduría, fue encadenado, le devoraban sus entrañas, pero renacían constantemente. El pueblo venezolano ha sido burlado, una y otra vez, por los mismos hombres o similares que hoy se unen, hasta con la escoria social, para detener su marcha hacia un mundo distinto, para conservar privilegios y exprimirles las riquezas del país como lo han hecho hasta ahora.

Se presenta una dicotomía a resolver el próximo domingo: ¿ o continuamos por el camino transitado durante décadas o abrimos nuevos horizontes, nuevas perspectivas y una nueva visión del futuro del país?

Las fuerzas destructoras de los valores nacionales tocan a su fin, de ahí la desesperación por la sobre vivencia, para la cual utilizan todos los medios innobles a sus alcances. Pero el Dios nuestro, a diferencia de los dioses griegos, iluminará el alma de la mayoría y señalará el sendero que ya ha diseñado la historia para el porvenir de la nación venezolana.

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