Opinión Nacional

Entrevista con el gigante

La verdad sea dicha, a quien se le aparece un pajarillo se le puede aparecer cualquier otra cosa

He aquí una historia que tiene que ver con el curso bíblico de los acontecimientos criollos

Y dijo luego Dios: «Haya lumbreras en la expansión de los cielos para separar el día de la noche y sirvan de señal para las estaciones, días y años. Y alumbren sobre la tierra.» Fue así como nacieron San Hugo Redentor de los Desvalidos, Nicolás Apóstol de los Pajarillos Preñados y San Diosdado Protector de las Manoplas. Estallaron los luminosos partos en medio de la oscurana de una noche sin límites, en aquella lejana comarca de los confines de la tierra, tan lejos de Belén, tan cerca de Imperia, el Averno de donde el rapsoda Dante tomaría inspiración. Hugo, Nicolás y Diosdado fueron criados por Dios y juntáronse a su debido tiempo, pues han de saber ustedes, infieles que se mantienen fuera del redil, alabado sea el Señor, que el tiempo de Dios es perfecto aun cuando sus criaturas no lo sean tanto.

 

Juntáronse, pues, las lumbreras del firmamento en la tierra de escuálidas penumbras, e iluminando el sendero hicieron que despertaran los pueblos allende las fronteras, más allá del Sinaí; así fue la plebe de desposeídos elevada a los cielos por la ventisca del verbo de San Hugo y, quizás, por obra y gracia de algunas gotas del oro negro que portaba en sus faltriqueras.

 

En el fragor de la levantisca permanecía a oscuras, sin embargo, algún que otro impío. Fue por ello que un arcángel apareció robando cuerpo y greñas de la India Fosforito.

 

Apareció dicho arcángel montado en una danta, blandiendo su lengua flamígera a manera de espada, hecho Iris Tonante. Díjole al impío: «Deberás, al final, alegrarte delante de Jehová tú, tu hijo, tu hija, tu siervo, tu sierva, el levita que habitare en tus ciudades y el extranjero, el huérfano y la viuda en la ocasión de plegarte a las tres deidades a las que me debo.» Así dijo y así se cumplió.

 

Pero he aquí que al cabo de los tiempos y de las verdades absolutas, pasó Sodoma, pasó Gomorra, pasó Adina, pasaron los Villegas, pasaron las Luisas y el poeta Isaías en carro de fuego poseído por Hades. En suma: pasó lo que tenía que pasar. Y San Hugo regresó al cielo, desde donde sin duda había caído.

 

San Nicolás tomó el relevo, pletórico. Antes de partir, San Hugo le había espetado: «La justicia, la justicia seguirás, para que vivas y heredes la tierra que Jehová tu Dios, a través de mi dedo omnisciente, te da.» San Nicolás hizo la justicia que había aprendido al lado de su bienhechor y a los pueblos más lejanos y lunfardos sus regalos otorgó. Pero al cabo de cien días con sus noches se le apareció San Hugo para concederle entrevista. Nicolás lo había llamado en sus rezos. Resultó de esta guisa la conversa: -Padre, viendo los ojos de Tabaré he visto tus ojos también.

 

-¡Ah vaina! ¿Vas a seguir con esa mariquera? -Padre Gigante, es la pura verdad. Doquiera voy veo su figura redentora: en la frente de un indio pemón, su verruga egregia; en los labios de una señora que tenía en primera fila, allá en el estadio Islas Malvinas, la turgencia de sus propios labios…

 

-Nicolás, ¿te has estado reuniendo con Jesse? -Padre Gigante, ¡ha de creerme! He detectado su voz en los cánticos gregorianos, en las dulzuras del laúd y de la cítara; creo adivinar su piel en los nenúfares de los lagos que rodean la Casa Rosada.

 

-Nicolás, eres un tiburón.

 

-¿Por qué, padre? -Porque no puede haber un pargo de ese tamaño.

 

-Padre, viniendo de usted, lisonja pura es.

 

-¿Está funcionando la fábrica de helados Coppelia? La entrevista entre Nicolás y su gigante protector parece haber llegado, en este punto, a su fin. Esto según registro que hizo el Vaticano. Por cierto que, en este caso, el Vaticano y el G2 cubano trabajaron en conjunto.

 

Según rumores de pasillo, Nicolás repitió varias veces «es que Capriles, es que Capriles» a manera de excusa mientras saltaban rayos y centellas a su alrededor, crispando sus nervios. Al final recibió un zapatazo en sus partes pudendas. Luego, la imagen de San Hugo se volatilizó.

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