Opinión Nacional

Esto hay que contarlo

Hay una historia. Hay cientos de historias que esperan ser contadas. Lo digo porque ayer discutimos en la Universidad Católica una tesis de los graduandos Alex Vásquez y Alejandro Sanjinés cuya médula es la violencia en las salas de emergencia de los hospitales caraqueños.

El hecho de haber escogido ese tema ya es, más allá de cualquier otro elemento, un mérito.

Probablemente influenciados por unos padres que ejercen la medicina en los hospitales públicos, decidieron armar un reportaje con testimonios de primera mano. Así arman una serie de relatos encadenados por opiniones de especialistas y datos hemerográficos, así como
recogen opiniones de quienes trabajan en salud.

Vásquez y Sanjinés reseñan, entre otras, la historia de Carmen Martínez, quien vive en Las Minas de Baruta, «un barrio del sureste de Caracas bastante grande, bastante peligroso». Relatan la historia que a su vez les relató Carmen, quien un día, cuando regresaba de su trabajo en un autobús, vio cómo de pronto se levantaban cuatro jóvenes de sus asientos, cada quien con una pistola en la mano.

Llevaron a cabo un asalto muy pulcro, como debe ser, dejando a la gente pobre que andaba en el bus un poquito más pobre aquella tarde. Nada que resaltar, hasta entonces, en una ciudad donde ocurren a diario varios hechos similares. Ella se bajó y se fue andando el trecho que le quedaba hasta su casa, pero de pronto se le vino encima una balacera. Unos policías se habían percatado del asalto y se enfrascaban a tiros con los cuatro ladrones del autobús. En estos casos, se sabe, lo aconsejable es echarse al suelo. Carmen lo hizo. Al levantarse después de terminado el tiroteo, reconoció al hijo de una vecina tirado en el piso, un niño de 7 años, quien sangraba por el hombro. «Lo levanté como pude y lo llevé a su casa para avisar, pero su mamá no estaba y el papá es un borracho que tampoco está nunca».

Así que llamó a su hermano, Edgar Martínez, quien por suerte trabaja como chofer de ambulancia para la Alcaldía de Baruta. Edgar se abrió paso entre el tráfico con su ambulancia. Dato de la suerte: estaba de guardia ese día y, al momento de la llamada de su hermana, se encontraba libre de emergencias.

Así que fue a buscarlos, a su hermana con el muchachito. Y la ambulancia con su carga a cuestas fue ruleteada de un hospital a otro. Hagamos el cuento corto: cuando iba llegando al Domingo Luciani ya no había nada que hacer.

No sé por qué, al leer eso me acordé de Panchito Mandefuá. La explicación técnica es que la bala había perforado la arteria subclavia, encargada de nutrir el brazo, «y cuando esto ocurre el tiempo es el peor enemigo», dice la tesis.

LAS DERIVACIONES DE RIGOR Hay mucho más en esta tesis titulada «La violencia también ingresa en las salas de emergencia».

Uno de los jurados, con amplia experiencia en medios impresos, comentó que pocas veces, o nunca, se ven crónicas o reportajes de este tenor en periódicos venezolanos. Siempre hay prisa. Y demasiadas declaraciones.

El periodismo es un oficio en el cual tenemos la posibilidad de tomar un drama por los cachos y entregárselo, entero y sin anestesia, a quienes hasta entonces han permanecido indiferentes. Es una enorme oportunidad de gritarle algo al mundo. Por ello, quisiera exigirles a Vásquez y Sanjinés que no se vayan del país. Hacen falta aquí.

Quisiera pedirles que no acepten cargos burocráticos ni se apoltronen en una silla ni se dejen seducir por una agencia de publicidad.

El periodismo le debe hacer entender a la gente, a toda la gente, que ese niño que se le quedó
atravesado a la casi anónima Carmen Martínez entre el esófago y el corazón es la metáfora de este país y sobre todo de este presente. Tengo en mis manos una antología de reportajes editada por el Fondo de Cultura Económica: Lo mejor del periodismo de América Latina. No hay ni un solo texto venezolano.

Sin embargo, lo que aquí está sucediendo debería estremecer al mundo entero.

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