Opinión Nacional

¿Fin de juego?

¿Aceptaran los venezolanos sepultar la democracia representativa y el estado de derecho basado en la división de los poderes de Montesquieu para adoptar una nueva constitución que consagre la dictadura del proletariado de Marx, Engels y Lenín? ¿Hasta qué punto está dispuesto el Presidente Chávez a forzar la barra para imponerle a la sociedad venezolana una constitución de estas características? Las respuestas serán determinantes para la paz de la república, y parece que no tardaran en llegar.

Después de ocho años en el poder, Chávez se permitió interpretar su victoria electoral del 3 de Diciembre como un apoyo masivo y entusiasta de su idea de llevar a Venezuela al Socialismo del Siglo XXI. Aunque había manifestado su intención de hacerlo antes de la elección, (especialmente hasta unos seis meses antes, después casi ni lo volvió a mencionar), nunca explicó en qué consistía ese socialismo, ni qué cambios implicaba en la gobernabilidad del país. Las encuestas confirman que para sus seguidores el socialismo sigue siendo hoy exactamente lo mismo que era el día de la votación: una profundización de la prioridad social que exige esta Venezuela de enormes disparidades de riqueza e ingreso, pero sin más, perfectamente atacable con incentivos a la inversión y a la generación de empleos y con una política tributaria redistributiva. Nada de limitaciones ultrajantes a la propiedad privada, ni de lavarles el cerebro a los muchachos con ideología, nada de cercenar la libertad de expresión, ni de discriminaciones y persecuciones. En general, nada, absolutamente nada que se le parezca a Cuba. Es lo que piensa más del 80% de los venezolanos, dice la mayoría de las encuestas.

El Presidente, sin embargo, no parece entenderlo así. El borrador de la nueva constitución – las 400 páginas filtradas a la prensa – así como otros proyectos de ley pendientes en la AN, prefiguran – si se los lee entre líneas y se extrapolan las políticas gubernamentales en ejecución ˆ un estado en el que de hecho todos los poderes estarán concentrados en el Jefe del Estado, una economía centralmente dirigida en la que el sector privado habrá sido reducido a su mínima expresión, y un muy serio retroceso para el respeto, promoción y protección de los derechos humanos y el estándar garantista de la constitución vigente. En suma, un estado omnipotente al cual serviremos todos. Parece políticamente extraordinariamente torpe, por no decir suicida, radicalizar el proceso político después de las reacciones provocadas por el cierre de RCTV, la propuesta de reelección indefinida y del intento de imponer a los aliados políticos un partido único. Fracturar la propia base política demostrando una tan desmedida ansia de poder personal en el momento de lanzar un proceso de cambio tan radical, que requerirá necesariamente del concurso comprometido de absolutamente todos los partidarios, es sencillamente insensato.

Pero el afán de concentrar todo el poder no es lo único que divide al oficialismo. Los radicales se quejan de que no se avanza decidida y rápidamente hacia el socialismo y que no se combate la corrupción con el vigor necesario, y los pragmáticos temen por el contrario que la audacia desplegada hace peligrar la permanencia en el poder. ¿Es en estas condiciones que Chávez pretende consagrar un orden de cosas ajeno a nuestra idiosincrasia y fracasado tan estrepitosamente con la « lamentable desaparición de la Unión Soviética », como dijera hace poco en Moscú?.

La decisión de adelantar la reforma constitucional se toma, curiosamente, después de iniciada la masiva protesta liderada por los estudiantes, vehiculada con marchas pacificas y manos pintadas de blanco que exigen libertad y reconciliación, y cuya represión con gases lacrimógenos y perdigones tanto daño le hizo a la imagen del gobierno. Es más que probable que esa protesta siga creciendo con el ataque a la autonomía universitaria y a la educación privada, al sistema nacional de transporte privado, al ejercicio de las profesiones liberales, y con la compra desaforada de armas de todo tipo. Seria probablemente un movimiento masivo como no se ha visto hasta ahora, y seria imposible reprimirlo. El gobierno lo sabe.

El proyecto revolucionario ha terminado en un callejón sin salida. Una revolución de esta envergadura no es posible en democracia. Sus propulsores no han encontrado la excusa para establecer una dictadura abierta que lo permita, y el momento para dar ese salto esta pasando rápidamente, si es que no ha pasado ya. Jugarse el todo por el todo en esas circunstancias es probablemente inevitable, cuando el poder ya sabe que no tiene nada que perder y sus opositores aun creen que enfrentan una fuerza insuperable. Algo parecido a lo que los franceses llaman la huida hacia adelante, cosa que sucede cuando solo el dirigente máximo, el único que tiene todas las informaciones en la mano – y también el único que puede ver que el juego está perdido – concluye que la ultima esperanza de vencer al adversario esta en el ataque brutal y desesperado, con un golpe sorpresivo y certero que aniquile al contrario y vuelva a unir las propias fuerzas.

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