Opinión Nacional

Guabineo necesario

(%=Image(2930127,»L»)%) Hasta hace muy pocos días corrieron malos rumores sobre mi desaparición metafísica. Que si me habían enviado a Kabul a cumplir una misión chavisecreta, que si me había tragado un camión de basura mientras exploraba residuos oligarcas: ¡Pura paja!

Lo único cierto es que estoy pasando el hambre hereje, tanta que por razones enigmáticas me hallaba frente a las puertas del diario (%=Link(«http://www.el-nacional.com»,»El Nacional «)%) el día que se armó frente a sus puertas la zaparapanda esotérico-fachista.

Yo estaba de puro perro buscando alguna batata para morder, inocente de lo que allí acontecía. Tuve la muy mala pata de morder la canilla de Lina Ron Cacique, la emeverrista asalariada, cuando ¡Tuc!, siento un cabillazo que me dejó el alma estropeada. Apartando el sabor amargo del mordisco, ipsofacto fui apresado y llevado a la Comisaría de Primera Instancia Canina. Interrogado por un personaje kafkiano que insistía en acusarme de ser un Bakunín transfigurado en perro, de ser un bullanguero infiltrado y de constituir un antibolivariano peligroso. Lo único que recuerdo es que tomó mi declaración ladrada tecleando torpemente con el dedo pulgar.

No sabía que morder a una manifestante sabía tan mal, o podía acarrearme tan nefastas consecuencias. Al poco rato, un negrón pretendió mandarme en cohete navideño hasta la legión extranjera. Otro tombo estaba muy decidido a embalsamarme vivo, para dar un ejemplo a los otros perros atorrantes que ladramos y ladramos sin logro tangible. En verdad no tengo vocación de mártir, así propuse desesperadamente que me entrenaran para trabajar con la policía antinarcóticos. El malandro uniformado mientras hacía mi ficha, sonreía escuchando a Marta Colomina. Al día siguiente estaba rodeado de perros entrenados a matar, a morder cualquier cuello como el Nosferatu de Murnau. Puse cara de pendejo y escuché la perorata entonada por un sargento de apellido Belisario Landau. Fui sometido a prueba de aptitud frente a veinte maletas turcas, sólo en una de ellas había drogas y yo debía detectarla. El problema se agravó cuando descubrí la maleta llena de cocaína ¡Ave María purísima! Aspiré nieve sin querer y me volví tan locote como King Kong jamoneándose a Jessica Lange. Cogí una nota voladora, sin querer de-fe-qué sobre un mapa del Estado Bolívar, y es que desde cachorro he sido adicto a cuanta droga coquetée con mi hocico. De pronto imagino los trances creativos de Baudelaire, Rimbaud y Oscar Wilde bajo la influencia del opio decimonónico. He leído con sumo interés las experiencias psicodélicas de Henri Michaux, Aldous Huxley y Carlos Castañeda. Idolatro a Jimi Hendrix y a Janis Joplin. Los tombos más decentes interpretaron que no era apto como perro antinarcótico. Inventaron que tenía las patas planas, lo cual es absolutamente falso, pero ipsofacto me soltaron en un barranco de Charallave brindándome otro cabillazo dignificante.

Por fin he aprendido que no debo morder a ningún chavista. Esa rabia es tan contagiosa como el sida y no existe antídoto para enfrentarla, salvo un buen bozal de arepa, un chanchullo fino o unas birras con caña blanca.

Ahora observo los disturbios en la televisión. Maduro a los trancazos. Escucho obstinadamente las suites para cello de Johann Sebastian Bach, entremezcladas con la pirotecnia verbal del presidente suyo, de ustedes los humanos.

Hoy me pregunto por qué ladra tanto un señor corrido como Alfredo Peña, cuando él mismo cortejó y apoyó los pininos de la revolución. Entre ladridos y ladridos, oficialistas, empresariales y oligarcas, también me pregunto qué los hizo apoyar a Hugo con tanto fervor. Cuál fue el motivo místico de ese coqueteo inicial con un personaje tan previsible como el “Lanzador de bolas rabo e cochino”. Abundan personalidades que hoy se halan los cabellos por tal o cual razón o actitud gubernamental, ahora inconveniente. Mejor cambio de tema. El maestro de obras menores, Aristóbulo, parece una pelota de ping pong. Antes entristecido por no haber asumido la Alcaldía Mayor, después acusando de fraudulenta la elección de la CTV, ahora acepta de buen grado un banano en el Ministerio de Educación, Cultura y Deportes. Ese ex alcalde como que si leyó a Maquiavelo junto a las notas marginales de Napoleón Bonaparte.

Ya uno es mayorcito de edad como para observar las veleidades de nuestro Golem barinés. Fingir “aquí no ha pasado nada” para montar un llantén arrepentido después de haberlo adulado luce feúcho. Por eso venero la poesía hiperanónima de Tarek, nuestro Khayam del Caribe. A José Vicente, quien luego de tanto denunciar corruptela armamentista, ahora con las botas puestas demuestra que Cicerón era otro puntofijista más.

Pareciera que el mago Houdini hubiese bendecido a la Quinta República con el don de la honestidad prístina. Ni un solo preso por corrupción, ni un bolivarito extraviado en el jardín de La Casona. Jaimito y su blanca palidez como que era un niño de pecho comparado con tan pulcrísima gestión Habilitante.

Personalmente realizo bocetos conmemorativos. Retrato, como Delacroix, los grandes momentos de la Revolución. Algún día seré reconocido como Paco, el perro pintor de tan magnánima gesta. Todo un Tito Salas. Tendré mi propio joropito o quizás un vals que lleve mi nombre.

También pueden mandarme sorpresivamente a la exquisita fábrica de Diablitos Underwood. Nada es seguro en el terruño de Gual y España.

En lo personal, quisiera ser como “Nevado”- ¿Así se llamaba? – . El perro mucuchíes que siguió los pasos visionarios del Libertador. Ojalá Cornelius Zitman o Maragall me hicieran una efigie de buena altura, para entera reivindicación del sindicato canino.

Aquí hay que morderse la lengua, tragarse el hambre a discreción. Todo esto lo digo, atenuada mi angustia por mi inseparable pastilla de Tafil. Sin ella quizás vuelva a disfrazarme de San Bernardo para divertir a los turistas trinitarios. También haré una película de bajísimo presupuesto, seré muy original y la titularé “Mondo Cane”. Allí demostraré cómo H. Chávez ha logrado catalizar la incoherencia política e intelectual de muchos avispados quienes ahora se dan golpes de pecho como La Magdalena en celo, o como el fulano Papa, citado en “Las Celestiales” de Miguel Otero Silva y Paco Vera, quien se cagó, sin querer, en la silla gestatoria.

Actualmente me distraigo jugando bridge, enpantuflado, degustando unos Guarnieri a la Berroterán.

¿Quién ha dicho que en Venezuela hay muchos problemas? Pregúntenle a Diosadado Pelo, a Giordani Cordiplán, al eminente Rafael Caldera, presente y futuro protagonista histórico de la barrabasada constitucional sobreseidora de aquél que te conté.

Mejor dejo que ladren a su antojo sifrino los perros oligarcas del Country Club, de Cerro Verde y de La Lagunita.

Yo ladro con lo canes de Gato Negro, Caño Amarillo y Petare Arriba o todo lo contrario. Amén.

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