Opinión Nacional

¿Hacia dónde vamos?

Chávez no solucionó nuestros más graves problemas nacionales. Chávez no nos hizo más productivos, ni más educados, ni más tolerantes, ni más emprendedores, ni más seguros, ni más independientes, ni más unidos. Lo que el hijo más célebre de Sabaneta de Barinas hizo fue sembrar el odio, la división, el resentimiento y la violencia como mecanismos de amedrentamiento e intolerancia política. En el ínterin, contribuyó a la destrucción de las bases productivas, económicas e industriales de la nación, a través del aumento del estatismo y el saqueo del Tesoro Nacional, todo bajo el exitoso disfraz de un gobierno para los pobres, y la construcción de un aparato de propaganda como única y real función y mantenimiento de eso que se llama por estos lares poder constituido.

La violencia política ha viajado en estos 15 años en una montaña rusa cuyos picos más altos han coincidido con choques a propósito de la pretensión de la élite gobernante de imponer una visión del país, vía leyes, decretos, o bien de abiertas rupturas del hilo democrático, actos de resistencia grupales o colectivas, y fugaces manotazos a la gobernabilidad.

Algo preocupante parece quedar claro, a la luz de las protestas que ha vivido Venezuela las últimas semanas. Paradójicamente, siendo el mecanismo natural para dirimir política y civilizadamente las diferencias y medir la representatividad de las fuerzas políticas en pugna, las elecciones parecen no ser ya suficientes para reducir la conflictividad social, la convivencia y garantizar la gobernabilidad.

Y ello remite a un Estado que no representa a todos los ciudadanos, a unos Poderes Públicos y a todo un sistema de gestión de lo público que actúa solo en función de una parcialidad política y que persigue, castiga y criminaliza a quienes en lo económico, en lo empresarial, en lo social, en lo cultural, en lo educativo y en lo político defienden una visión distinta de su quehacer y del país.

Nicolás Maduro, secuestrado en el delirio de un radicalismo heredado y exacerbado en su incapacidad de deslindarse del Chavismo como deidad, está cosechando esa siembra de rencor de su antecesor, y ese legado confrontacional que asume a la política como una guerra y a los adversarios como enemigos a ser exterminados y execrados de los “beneficios” de la mayor bonanza petrolera de nuestra historia, hoy recuerdos de un ayer que fue pasión.

Aquí no habrá diálogo posible mientras la única aspiración que el gobierno tenga con la oposición sea el sometimiento, el silencio, la renuncia a sus convicciones, y la aceptación de una forma de gobernar cada vez más permeable al régimen cubano, y la oposición a su vez entienda las sinceras aprehensiones o dudas que su discurso y acciones generan aun en sectores populares.

A pesar de lo vivido, a pesar de las 22 muertes a la fecha, a pesar de la inédita represión de la GNB y colectivos armados (las diferencias, triste y dolorosamente, son cada vez menores) no sólo hacia manifestantes sino hacia urbanizaciones, casas y apartamentos que se atreven a exhibir la peligrosidad de una cacerola, o el delito de una pancarta casera, o la insolencia golpista de un pito, no hay en su seno, en su actitud o discurso un ápice de rectificación, un atisbo de sensatez, una disposición a cambiar.

Los escrúpulos no son su fuerte. La conciencia es hoy un lujo que este gobierno no puede permitirse. Lo han dicho. Casi decretado. No se irán ni con votos. Ni con marchas. Ni con guarimbas o calles cerradas. Ni con comunicados ni acuerdos de algún país, o parlamento o Senado que quiera exhibir quizá alguna vergüenza con eso que aún, en algunas partes se conoce como “democracia”.

Por su parte, la dirigencia opositora luce inerme en medio de su recomposición, invisibilizada en los medios por la amenaza oficial, desbordada y superada por una protesta estudiantil y ciudadana sin duda variopinta, y que parece no encontrar ninguna referencia en el espectro político más allá de su inconformidad hecha manifestación o avenida trancada, pero que se resiste a perder su futuro en el fracasado laberinto de un comunismo tropicalizado. No se trata ya de la anti-política, corriente buscadora de mesías, artistas o militares anti-sistemas, caballos de Troya contra la democracia, sino de la No-política, de la renuncia a la deliberación, del inmediatismo e indignación hechos caucho quemado y consigna.

¿Dónde estamos hoy? En el gobierno del caos. En el desborde de las impotencias ya hechas micro explosiones sociales y vecinales. En el conformismo de las colas. En la angustia de los enfermos que no consiguen ni remedios, ni equipos o insumos para su tratamiento. En el anunciado uso de una tarjeta de racionamiento para electrónicamente incluirte en otra lista y hacerte más dependiente, clientela y colectivo hambriento, amenazado y habituado a migajas de los responsables de esta quiebra que somos como país. En una impunidad que amenaza con llevarnos a estados de salvajismo social. Sentados sobre un polvorín de mayor escasez, inflación, inseguridad, hambre y miseria.

¿Hacia dónde vamos? Difícil saberlo a estas horas. Pero esto es apenas el comienzo de tiempos más duros, mucho más duros y difíciles.

 

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