Opinión Nacional

Hacia dónde van los partidos políticos

Uno de los objetivos fundamentales de los partidos políticos es el ejercicio y control del poder. Como organizaciones han sufrido una evolución donde destacan: «el partido de cuadros» para impulsar la revolución y tomar el poder; «el partido de masas» para ganar espacios de representación política y legitimar el cambio social; y «el partido electoral» para administrar y gestionar lo nacional-estatal. Bajo estas formas surgen un cúmulo de combinaciones posibles, sean partidos ideológicamente caracterizados como izquierda, centro o derecha. Sin embargo, lo que une a todos ellos es el desarrollo de una estrategia para obtener el poder político. La vocación de poder les es común. Asimismo, la existencia de los partidos políticos esta condicionada por las estructuras sociales y de poder en las que se hayan inmersos. En ocasiones pueden ser declarados legales y en otras, ilegales. Igualmente, las señas de identidad le vienen dada por su necesaria adscripción ideológica. Liberales, conservadores, progresistas, demócrata-cristianos, socialdemócratas, socialistas, comunistas, revolucionarios, ecologistas, feministas o simplemente democráticos.

Perseguidos y en algunos casos pensados como una lacra a exterminar, su historia es diversa y contradictoria. Hoy, mayoritariamente, son aceptados como expresión orgánica para la gestión y administración de lo estatal. ¿Que ha motivado tal aceptación generalizada?. La respuesta la tenemos en una nueva vocación antes inexistente en su articulación: a la vocación de poder se le une una vocación tecnocrática que altera su sentido y función. Ello los muta en instituciones imprescindibles para el funcionamiento de una sociedad altamente burocratizada. Los partidos se trasforman en instituciones profesionalizadas con una estructura interna destinada a satisfacer las necesidades de la élite que controla la organización. La militancia política cede paso a una militancia tecnocrática y especializada. La política se convierte en ingeniería para especialistas y no en una acción constitutiva de ciudadanía plena.

En sociedades donde prima la economía social de mercado, los partidos políticos se constituyen en fuentes legitimadoras del orden social y su inexistencia se condena. Igualmente se rechaza el régimen de partido único al ser contradictorio con la gobernabilidad «democrática». Es cierto que existen excepciones a esta dinámica. Aún persisten partidos políticos de izquierda cuyo programa sigue reivindicando un orden social democrático y anti-liberal. Dichas excepciones marcan los límites para el ejercicio del poder estatal. Si se convierten en opciones reales se les ataca y presenta como organizaciones proclives a crear inestabilidad e ingobernabilidad. El Partido de los Trabajadores en Brasil es un ejemplo de ello. O se recicla en la economía de mercado o no podrá gobernar. Ese es el mensaje.

Lo anterior se corrobora si observamos la evolución de los partidos políticos mayoritarios donde prima la vocación de Estado. A principios del siglo XXI y resultado de la refundación neo-oligárquica del orden político, dichos partidos han renunciado a presentar proyectos de sociedad alternativos en beneficio de un programa asentado en los principios del neoliberalismo. Se busca la estabilidad del poder por la vía de acentuar la necesidad de gobernabilidad. El futuro se encuentra diseñado y no caben sorpresas. Los partidos se comportan como correas de trasmisión de los principios del orden y la estabilidad política contenida en el ideario neo-oligárquico.

Este proceso degenerativo de los partidos políticos y su trasformación en instituciones del Estado para el ejercicio de la gobernabilidad se asemeja al rol que jugaron los partidos hegemónicos en el orden oligárquico de fines del siglo XIX y principios del siglo XX en América Latina. Tras la independencia política y salvo excepciones, la emergencia de los partidos fue expresión de una dinámica excluyente y concentradora del poder, donde no se discutía la dirección del proyecto oligárquico y, por ende, no había en los partidos políticos hegemónicos y dominantes diferencias de cosmovisión. El proyecto se compartía globalmente y su existencia satisfacía las ansias de poder de familias y redes familiares donde primaba el caudillismo y el caciquismo en la designación de sus dirigentes. Partidos de ficción democrática se alternaron en el uso del poder asumiendo el principio de orden y progreso. No ofrecían alternativas sino alternancia. Sólo cuando emergen los primeros partidos obreros, democráticos, socialistas, comunistas y cuyo surgimiento abre espacios, el poder oligárquico se ve en la obligación de modernizar las estructuras partidarias al tener que disputar en el medio y largo plazo el control del poder político. Dicho proceso no se emprende sin antes intentar la destrucción de los partidos obreros. Es decir, sin antes reprimir, encarcelar o asesinar a sus principales líderes y dirigentes.

Hoy, los partidos políticos -independientemente de su adscripción ideológica- están obligados a reconvertirse en organizaciones de control social de la población y garantizar la seguridad del Estado, si quieren ejercer el poder en su versión neo-oligárquica. El personalismo y las luchas por hacerse con el control del aparato sustituyen los debates teórico-ideológicos sobre el proyecto. Las grandes corrientes de opinión, tendencias o fracciones internas, expresión de concepciones contrapuestas cuya coexistencia enriquecía los partidos y enfrentaba ideológicamente a sus militantes, dan paso a luchas fraticidas de poder sin mas objetivos que alcanzar la cima del partido para desde allí controlar la organización. Los partidos han terminado por reorientar su actividad y sus objetivos.

Quizás sea en los partidos de izquierda donde más claramente se puede observar este cambio. La renuncia a construir proyectos de futuro alternativos los ha reducido a ser instancias de queja donde se ponen al descubierto excesos o arbitrariedades cometidas por las diferentes instituciones y aparatos de Estado. Tal vez, sólo tal vez, la izquierda latinoamericana articulada en los partidos políticos ha perdido la vocación de poder y con ello sus señas de identidad en beneficio de llegar a gestionar lo estatal. Recuperar la esencia de los partidos es también una tarea democrática.

Sociólogo y Profesor de la Universidad Complutense de Madrid
Centro de Colaboraciones Solidarias
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