Opinión Nacional

Inmigración: la respuesta a la explosión demográfica

En la Cumbre de El Cairo sobre Explosión Demográfica, de 1994, quedó demostrado que el factor más peligroso para la seguridad y el crecimiento mundial en los próximos años será la explosión demográfica. La ONU calcula que en el año 2050 habrá entre 8.000 y 12.000 millones de personas en el mundo.

La revista Foreing Policy decidió consultar a 17 expertos para que reflexionasen sobre ideas, valores e instituciones que se consideran inmutables y casi eternas. Lee Kuan Yew, primer ministro de Singapur entre 1959 y 1990, advierte de que será necesario que los gobiernos aborden temas que hasta ahora han permanecido en el ámbito la moral como son el sexo, el matrimonio y la procreación natural, para el un posible control de la demografía.

En los países ricos los esfuerzos para convencer y educar hacia unas tendencias de procreación más positivas, dice Kuan Yew, no han tenido más que un éxito limitado. España, a pesar de ser un país de tradición católica, tiene una tasa de fertilidad de 1,29 hijos por mujer. En 1967, en este país, hubo 677.000 nacimientos, cifra que ha ido descendiendo año tras año hasta 1998 en el que sólo nacieron 365.000 niños.

Ante el desmesurado crecimiento de población en los países pobres, y las bajas tasas de natalidad que tienen los países desarrollados, la inmigración sirve en la actualidad para equilibrar la balanza de población. El ex-primer ministro de Singapur está seguro de que, si no se produce un cambio drástico, los países con bajas tasas de natalidad necesitarán de los inmigrantes para sobrevivir. Y es que, según Naciones Unidas, debido al envejecimiento poblacional y la reducción del tamaño de las familias, Europa necesita multiplicar por dos el número de inmigrantes que reciba de aquí a 2005. Sin ellos la estabilidad, el modelo económico, y el sistema de pensiones no podrían seguir creciendo.

Lee Kuan Yew también advierte de que las políticas de inmigración abiertas implican riesgos como la formación de minorías muy religiosas en el interior de sociedades laicas, la llegada en situación ilegal de inmigrantes y conflictos que tendrán profundas repercusiones sobre la identidad cultural y la cohesión social.

Es cierto que estos riesgos existen, pero la solución no está en controlar la inmigración, sino en realizar un modelo de integración social adecuado que no fomente la desigualdad y la marginación de las minorías. Un modelo muy diferente al multiculturalismo francés, el cual ha provocado que los hijos de los inmigrantes que llegaron hace 40 años, ya franceses de nacimiento, se vean marginados en una sociedad que los discrimina de manera racista cuando solicitan un empleo. Se encuentran desarraigados; son franceses pero no se sienten iguales, ni libres, ni amparados por la fraternidad republicana.

Si se garantiza la igualdad de oportunidades, no se construyen guetos y no se discrimina por el color de la piel a los inmigrantes, no hay por qué pensar que se vaya a romper la cohesión social. Si los países que, debido a su baja tasa de natalidad, apuestan por modelos de integración basados en la justicia y la solidaridad, la inmigración puede seguir compensando los escasos nacimientos que se producen en estos países, mantener el sistema de pensiones de una población cada vez más envejecida, reducir el desempleo y, por tanto, contribuir al crecimiento económico.

Kuan Yew dice que los gobiernos se darán cuenta de que la inmigración, por sí sola, no puede resolver los problemas demográficos, que es necesaria una intervención mucho mayor de las autoridades a la hora de fomentar o desaconsejar la procreación y que deben de ser capaces de dar soluciones imaginativas a estos problemas para evitar a sus vecinos mucho dolor y sufrimiento. Quizá sea más conveniente dejar de un lado la imaginación, aplicar medidas útiles y reales. Los países ricos necesitan inmigrantes para seguir el frenético ritmo de desarrollo, mientras los pobres, debido a un crecimiento cada vez mayor, tienen cada vez más dificultades para desarrollarse.

Con políticas de integración adecuadas, los sistemas económicos de los países desarrollados seguirían creciendo y en los superpoblados países pobres se reduciría el número de habitantes. Esta reducción de habitantes y el envío de remesas de los emigrantes facilitarían su desarrollo. Si nosotros necesitamos inmigrantes, y ellos anhelan vivir en nuestras sociedades, ¿por qué no crear las condiciones necesarias para ello?

Fuente:
Centro de Colaboraciones Solidarias

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