Opinión Nacional

La cultura en tiempos de CAP

Lo más normal que puede ocurrir en una sociedad democrática es que un ex presidente que muere, no importa cuál haya sido el signo de su gestión pública, tampoco la ideología de quien gobierna, reciba honores de Estado y sea tratado por el Presidente y el gobierno de turno con el respeto y la consideración que merece toda persona que ha ejercido por voluntad popular la primera magistratura.

En la Venezuela del militarismo bolivariano no es así.

Ninguno de los ex presidentes ­Caldera, Herrera Campins y Pérez­ que han fallecido durante el período de la cúpula militar con apoyo civil que hoy ocupa Miraflores, ha sido velado en el Palacio Federal. Tampoco se ha emitido declaración oficial de duelo y ningún miembro del Gobierno se ha dirigido al lugar de las exequias a presentar sus palabras de condolencia.

La mezquindad, mala educación y deshumanización del equipo de gobierno no tiene límites. Ni la muerte les permite hacer una tregua de mínima decencia porque tienen en el lugar del corazón un rollo de alambre de púa que tintinea de goce ante la presencia del dolor ajeno. Las palabras pluralismo, tolerancia, reconocimiento de las diferencias, respeto a los opositores, buenas maneras, consideración con los disidentes, no existen en su precarios diccionarios del odio.

Exactamente todo lo contrario de lo que fue la experiencia gubernamental de Carlos Andrés Pérez de la que, en asuntos de pluralismo, podemos hablar con propiedad quienes fuimos sus opositores desde los territorios de la izquierda democrática. Bajo su gobierno, no importa cuál fuera la perspectiva ideológica de quien lo solicitaba, era posible obtener empleos en el aparato público, becas para estudiar en el exterior o, lo más notable e importante en términos de convivencia democrática, financiamiento de proyectos culturales y de creación artística, incluidos aquellos cuyos contenidos apuntaban abiertamente a realizar críticas al Gobierno y el modelo político que conducía.

Hago énfasis en el tema cultural porque durante el primer gobierno de Pérez, en apenas cinco años, se realizó en Venezuela uno de los más importantes procesos de institucionalización del aporte del Estado al desarrollo cultural que se haya experimentado en el siglo XX en América Latina.

Vale la pena recordar algunos hitos iniciales: la creación del Consejo Nacional de la Cultura, en la que tuvo un papel protagónico un intelectual de oposición llamado Miguel Otero Silva; el Sistema Nacional de Orquestas Infantiles y Juveniles, promovido por José Antonio Abreu, quien no era precisamente un militante de AD; el Sistema Nacional de Bibliotecas Públicas; el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas; el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos; la Compañía Nacional de Teatro con varias sedes regionales, y, por primera vez en nuestra historia, la promoción desde el Estado de un cine nacional.

Probablemente sea el cine el mejor ejemplo de pluralismo ideológico. Desde 1975, cuando se creó en el Ministerio de Fomento el primer programa de financiamiento de largometrajes, se inauguró una tradición de respeto a la creación artística en la que una parte notable de los autores que recibían dinero del Estado para hacer sus películas eran conocidos opositores de izquierda y algunos, como Román Chalbaud, lo sabemos ahora, abiertamente pro militaristas.

Lo menos saludable que nos podría ocurrir para el trabajo de recuperación del hilo perdido de la democracia sería convertir a Carlos Andrés Pérez en santón de pasado impoluto olvidar los graves errores y las desviaciones éticas que experimentaron el país y su partido, especialmente bajo su primer gobierno. Tan grave y negativo como desestimar el aporte decisivo de sus gobiernos en campos como la educación pública, la creación artística y las políticas culturales, cuya gestión entre 1973 y 1978, primero, y 1989 y 1992, después, siguen siendo referencia internacional y ejemplo de respeto a la Constitución cuando establece que «la creación cultural es libre». Aquello que nunca ha entendido en sus tres períodos de gobierno el teniente coronel y su equipo uniformado.

 

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