Opinión Nacional

La estrecha conciencia histórica del Presidente Chávez

El grado de conocimiento que un pueblo tiene de su propia historia es quizás el ingrediente fundamental, aunque no el único determinante, de la conciencia nacional, la cual es un sentimiento colectivo –más o menos profundo– de que se pertenece a una nación soberana que se ama y tiene una historia que le da ciertos perfiles culturales distintivos que la diferencian, aunque no la desunen, del resto del mundo.

Como profesor de historia que he sido durante 45 años, he llegado a la conclusión de que (quizá `por la mala enseñanza de nuestra historia en la educación básica y porque hay muchos que no han pasado por ella) la conciencia histórica del venezolano común no pasa de ser una somera idea de pertenencia a una comunidad vinculada por un vago concepto o sentimiento de «patria» en cuyo «paisaje histórico» se destacan –aquí y allá– borrosos iconos que se tienen como «auténticamente venezolanos», que en algunos lugares están alumbrados por anónimas velas u ofrendas votivas, para rendir un presunto homenaje a ciertos hechos, personajes o iconos «inmortales»; todos referidos, casi exclusivamente, a la gesta heroica de la independencia o a alguna devoción religiosa propia del país.

Aprovechándose de esta circunstancia, el presidente Chávez, se ha dedicado a demoler sistemáticamente la poca conciencia histórica de los venezolanos para tratar de hacer creer que en nuestra historia “todo tiempo pasado fue peor”, salvo la “gloriosa época” de la guerra de independencia. Sostiene además el presidente que ejército actual, “descendiente directo” de los soldados libertadores –con él a la cabeza como Comandante en Jefe– está realizando “la redención” definitiva de una Venezuela, que ha estado humillada durante 500 años.

Chávez, por su «incultura enciclopédica», ha reducido lo que –según él– vale recordar de la larga historia de Venezuela, sólo a unos 40 años: los finales del siglo XVIII y los comienzos del siglo XIX hasta 1830. Lo único que se complace en recordar son los llamados movimiento precursores, los orígenes de la república (1810 1811) las batallas ganadas en la larga guerra en pro de la independencia (1813-1823) y lo que siguió hasta 1830, cuando se deshizo Colombia y Páez consumó su “traición” al padre de la patria, quien murió desengañado ese mismo año. Luego da un salto al primer año de la guerra federal hasta la muerte de Zamora (1859-60); esto sólo para forzar la cabida de la 3ª raíz de su disparatado injerto: “El árbol de las tres raíces” que pretende explicar el galimatías de su “ideología”.

Hablo de forzamiento porque –como no sea distorsionando los hechos– ¿Qué afinidad en el pensamiento y en la acción, se puede establecer entre las dos primeras y la tercera raíz? ¿Me podía señalar el presidente un solo escrito u opinión de Zamora en la que éste haga saber que supo de la existencia de Simón Rodríguez, o que signifique algún reconocimiento a la obra y a la figura histórica de Simón Bolívar, porque comparte alguna de las ideas que motivaron su acción libertadora?
Fuera de los momentos históricos antes mencionados, para Chávez no hay más historia de Venezuela que valga la pena conocer, salvo ciertos hechos esporádicos bajo los gobiernos de los dos “héroes” que hizo trasladar al panteón nacional: Guzmán Blanco y Cipriano Castro. El resto del tiempo de nuestra historia (desde la época prehispánica hasta hoy) es una visión teratológica: sólo ve oscurantismo, anomalías, monstruosidades y tumores que extirpar. Él se ha colocado a la cabeza en un movimiento “revolucionario” que pretende nada menos que «refundar la República desde sus cimientos», para «iniciar una nueva historia»… ¡Que barbaridad!
Esto no lo digo “porque se me ocurre gratuitamente” sino basándome en hechos y en expresiones del presidente que ponen en evidencia la estrechez de su conciencia histórica. El año pasado cuando su partidarios derribaron la estatua de Colón en Maripérez, el presidente no solo justificó la bárbara acción sino que dijo además: “ojala que se hubieran hundido los barcos de Colón”…Esa sola frase ya lo descalifica como intérprete de nuestra historia pues subestima y menosprecia todo lo que realmente pasó en los trescientos años que duró “la época colonial”, que es dónde debemos buscar las bases más profundas de nuestra nacionalidad, o sea, de lo que somos como “pueblo venezolano”. Para refutarle el disparate de desear inútilmente “que no hubiera pasado lo que sí pasó” –lo cual es irreversible– bastaría con decirle al presidente: “si se hubieran hundido los barcos de Colón ni Ud., ni nosotros, ni Bolívar, ni la misma Venezuela existiríamos, no hubiéramos sido”… Pero no voy a caer en el mismo error que critico: lucubrar una historia ficticia, y una interpretación de lo que no sucedió, de lo que pudo haber sido pero no fue. Eso no es historia sino ficción.

Pero no es sólo aquella infortunada expresión ocasional lo que me sirve de base para sostener que su visión de nuestra historia es extremadamente miope. En su “escuálida” obra escrita Chávez sostiene una posición arcaica en lo relativo a la interpretación de la historia:
“En el análisis profundo de los hechos históricos, en la comprensión cabal de las leyes generales que los han venido provocando y en la constante acción acopiada y supeditada a tales leyes, esta el maravilloso secreto generador del desarrollo y progreso de los pueblos” (El brazalete tricolor).
Definitivamente el comandante se quedó anclado en el siglo XIX, tanto en lo que respecta a los únicos hechos de nuestra historia que se complace en exaltar, como en la interpretación de los mismos. Con la reculada del positivismo ya nadie piensa en la historia como una ciencia nomotética. Desde los comienzos del siglo XX el gran historiador alemán Eduard Meyer, pulverizó a los defensores de las presuntas “leyes” que gobiernan la historia y tras sólidos argumentos asentó la siguiente y contundente conclusión, que hoy casi todos los historiadores compartimos:
“No es que sea más o menos difícil descubrir las leyes de la historia: es que el concepto mismo de la ‘ley histórica’ representa una contradicctio in adjecto, por la sencilla razón de que la ciencia histórica y la ciencia de las leyes se excluyen mutuamente por su propio concepto”.

Además, el estilo del discurso histórico de Chávez no es menos falso que las “leyes” que –según él– supeditan la historia. En un intento por describir al “ejército de ayer, de hoy y de siempre”, refiriéndose a los soldados de la guerra de independencia, dice que eran “hombres descalzos, semidesnudos, curtidos y ceñudos” […] que cambiaron el rumbo de la historia americana, y en un lenguaje tan ampuloso como vacío de contenido realmente histórico termina asentando una falsedad:
“Aquellos hombres emergiendo como rayo de la más profunda oscuridad, derribando selvas con su furia, llenando de huesos los caminos, enrojeciendo las aguas con su sangre, arañando montañas con sus manos y despertando hasta los muertos con su grito, sembraron en el vientre de la patria, con el grandioso amor del sacrificio, al hijo más querido y más glorioso, al hijo tan esperado por la humillada madre, todo lleno de futuro y de esperanza: El Ejército”. Pero en otro pasaje de su “brazalete tricolor”, ese “ejercito” de hombres descalzos, semidesnudos, curtidos y ceñudos […] aparece trasformado (como si hubiera sido tocado por la varita mágica de David Coperfield): para el 23 de junio de 1821, la víspera de Carabobo, cuando Bolívar “hizo parir a la patria”, Chávez describe a los soldados…“Luciendo esplendorosos uniformes y, ondeando penachos al viento” […], ese día era todo <i.“un ejército amenazante, rugiendo cual mil leones, estremeciendo aquellas inmensidades. Habíase dado el fruto del ciclópeo esfuerzo de tantos hombres”… Y éste es para Chávez “el ejército de ayer, de hoy y de siempre”. El ejército actual…“sigue, en lo esencial, siendo el mismo”, o sea que muy poco ha evolucionado desde 1821 hasta hoy.

En la conciencia histórica de Chávez no hay un solo espacio para recordar las múltiples manifestaciones demostrativas de que, a lo largo de toda nuestra historia republicana, siempre ha habido una clara idea de un “poder civil” luchando por imponerse sobre el autoritarismo, sobre el caudillismo en el siglo XIX y sobre el militarismo en el siglo XX y lo que va del XXI; tampoco hay un solo recuerdo de las acciones memorables de la “sociedad civil” en la fundación de la república y en su organización constitucional; no se recuerdan las creaciones intelectuales y artísticas ni las acciones en pro del perfeccionamiento institucional y democrático para estabilizar un Estado de derecho etc. Eso no cuenta en nuestra historia, para el comandante sólo importa la epopeya: los guerreros, el tronar de las armas de cañones y fusiles, la sangre derramada a raudales, y las “glorias” conquistadas por los hombres de uniforme en heroicas batallas.

Chávez excluye de su memoria histórica todo lo que no sea obra directa de “nuestro ejército” y por lo tanto no puede reconocer que en los hechos fundacionales de la República de Venezuela, los militares –incluyendo a Bolívar– jugaron un papel muy secundario y hasta insignificante, diría yo. Los acontecimientos del 19 de abril de 1810 fueron una gesta eminentemente civil; en el congreso de 1811, –que yo recuerde al menos– hubo sólo tres o cuatro militares (Francisco de Miranda, Lino de Clemente, los Rodríguez del Toro…) y nueve sacerdotes, el resto de los 44 diputados fueron civiles de alta talla intelectual, cuya lista sería prolijo detallar… El proyecto republicano vertido en las constituciones de 1811, 1819 y 1821 fue obra, fundamentalmente, de próceres civiles, y –después de consolidada la independencia, a partir de 1830– los militares de los más altos rangos reivindicaron para sí el derecho a hacerse pagar con poder, privilegios y riquezas las “glorias” conseguidas en los campos de batalla. En 1835 depusieron temporalmente al primer presidente civil (J. M. Vargas) y luego se pusieron a guerrear ente ellos, hasta los comienzos del siglo XX para hacerse con “el poder”.

Como balance de todo lo dicho, podemos concluir en que, históricamente, resulta ser que el ejército de hoy nada tiene que ver con los soldados que se batieron en Carabobo y es absurdo y mezquino decir que es “el hijo más querido y más glorioso de la patria”. El “ejército libertador” se extinguió tras la separación de Venezuela de la unión colombiana. Durante todo el siglo XIX no hubo ejército en Venezuela, sino soldados reclutados a la fuerza para sostener y defender a los caudillos que despotizaron a Venezuela durante décadas, y, finalmente, el “moderno” ejército que fundó J. V. Gómez (“el traidor de mi general Cipriano Castro”, según Chávez), si bien sirvió para someter al detritus del caudillismo decimonónico, fue también el sostén principal e incondicional de la tiranía más larga y perversa de nuestra historia.

Más tarde los militares “profesionales” (que quisieron diferenciarse del ejército gomecista) derrocaron a Medina Angarita y a Rómulo Gallegos y sostuvieron firmemente (o aguantaron resignados) por seis años, la dictadura militar de Pérez Jiménez, y hoy pretenden consolidar un régimen netamente pretoriano. ¿Cómo, entonces, justificar el lema de “forjador de libertades” para calificar al ejército venezolano?
Chávez es un simple aficionado a la lectura de la historia, no un estudioso de la misma, y por lo tanto no tiene ni idea de la historicidad de las acciones humanas dentro del fatal paso del tiempo (cronología). Los hombres mueren y el tiempo pasa, por lo tanto los hechos históricos no pueden repetirse. Los “grandes hombres” y los “hechos importantes” pueden trascender en el tiempo, pero solo como memoria colectiva, no como “realidades” que perduran vigentes en la plenitud del tiempo. Por lo tanto sólo se pueden explicar y sopesar dentro del marco temporal en el que esos hombres vivieron o que esos hechos pasaron. Trasladarlos a hoy es un disparate.

Esa memoria histórica es ingrediente fundamental del ser nacional, por lo tanto la sistemática manipulación y distorsión de nuestra historia por parte del presidente, (hasta el extremo de sostener que “Bolívar era socialistas”) es un ultraje a la conciencia nacional y sólo puede interpretarse como un intento vano de lavarles el cerebro a los venezolanos y hacerles creen que él, respaldado por el “actual ejército nacional” son los continuadores de la obra inconclusa de Bolívar y que ellos habrán de conducirnos al “mar de la felicidad de Cuba”.

Desde esta columna hago un llamado a los colegas historiadores a cumplir con el deber ético y social –propio de nuestro quehacer– de defender nuestra historia, y contribuir, con nuestros escritos críticos, a depurar y acrecentar la conciencia histórica de los venezolanos para consolidar en nuestro pueblo su conciencia nacional.

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