Opinión Nacional

La gran estafa

Tan alejada de la realidad venezolana está esa visión onírica que se ha dado en llamar “socialismo del siglo XXI”, que bien puede calificársela como una gran estafa.  No es ésta una afirmación gratuita; veamos por qué.

I.-  La gestión gubernamental

En primer lugar, a más de una década de ejercicio del poder, el actual equipo gubernamental -el Presidente Hugo Chávez y el grupo político-militar que lo acompaña- no presenta una obra que pueda responder a las esperanzas que buena parte de la sociedad venezolana depositó sobre sus hombros, tomando como buenas sus promesas; por el contrario, su ejecutoria sólo puede ser calificada como un estrepitoso fracaso.  

¿Es ésta una afirmación gratuita? Veamos

-) El estado de la infraestructura vial del país es, literalmente, catastrófico: en efecto, nunca en los años anteriores al proceso revolucionario  las carreteras estuvieron en tal mal estado.

-) Las industrias básicas de Guayana, después de aplicarles  los métodos de producción “socialista”, están al más bajo nivel de producción de su historia, muchas de ellas cercanas al colapso total.

-) Edelca fue, durante la era democrática, un ejemplo de empresa estatal bien manejada que procedía con base en un plan preestablecido a aumentar la capacidad de generación hidroeléctrica y mantener y desarrollar un eficiente sistema de distribución. Hoy esa empresa no es ni la sombra de lo que fue, a pesar de que permanecen en ella, como héroes ocultos, profesionales de alta calidad formados en el pasado.

-) PDVSA era la tercera empresa petrolera del mundo: sus profesionales -formados muchos por el Plan Mariscal de Ayacucho– lograban no sólo mantener  a buen nivel la producción, sino que, de no haberse interrumpido sus planes por efectos de la nociva politización de la industria, hoy estaría produciendo más de 5 millones de barriles diarios; dispondríamos, además,  no sólo del gas necesario para el consumo doméstico, sino que probablemente podríamos exportar el excedente. También  producíamos orimulsión, que exportábamos a Canadá, Dinamarca y otros países, y, que hoy nos vendría muy bien para alimentar las plantas termoeléctricas.

– Durante el periodo de ejercicio de cualquiera de los gobiernos de la era democrática se construyeron más hospitales, viviendas, y escuelas que las que ha construido el mal llamado “socialismo del siglo XXI” en 12 años.

– La inseguridad ciudadana, los robos, asaltos y asesinatos nunca alcanzaron las  elevadas cifras que hoy son cotidianas bajo el proceso pseudo revolucionario .

– Y, si bien es cierto que siempre existió la corrupción administrativa en el pasado, compararla con lo que hoy sucede es como comparar roba gallinas  con  gángsteres al mejor estilo del Chicago de Al Capone.

 

II.-  La falacia de “revolución política

En segundo lugar, nada es menos cierto que el modelo político de Venezuela, hoy en día, sea una  “revolución popular, protagónica y participativa”.

¿Es ésta una afirmación gratuita? Veamos:

Aquí lo que hemos podido contemplar es más de lo mismo: la clásica tradición latinoamericana y venezolana de autoritarismo, personalismo y militarismo que tanto daño le ha hecho a nuestras repúblicas.  El culto a la personalidad, el irrespeto flagrante al estado de derecho y la  violación constante y continua a la “mejor constitución del mundo” no tiene nada que envidiar a lo que sucedía bajo los gobiernos autocráticos de nuestro pasado. En Venezuela no hay «revolución» alguna, en el sentido que a ese término le confirieron Marx, Luxemburg, Gramsci y otros revolucionarios; lo que hay es la creación de una nueva clase, como la que bien definía Milovan Djilas: una nueva clase que abusa del poder y se enriquece descaradamente con la excusa de ser “revolucionarios” y acabar con los supuestos privilegios del antiguo régimen.  En fin de cuentas, no es otra cosa más que quítate tu que ahora me toca a mí…, pero a costa de la destrucción del país.

 

III.-  La falacia de la “inclusión social revolucionaria”

En tercer lugar, la afirmación de que este gobierno es “pionero” y «promotor” de un nivel de “inclusión social” nunca antes visto en Venezuela, es no sólo un desconocimiento histórico, sino, además una repugnante manipulación del pasado.  En efecto, tal afirmación significa desconocer los logros que, a lo largo del siglo XX, logró imponer, en Venezuela, la democracia – aún teniendo en cuenta todos sus defectos, todas sus deformaciones y todas sus insuficiencias.

¿Es ésta una afirmación gratuita? Veamos:

Desde 1935, y, en especial, en los períodos 1945-1948 y desde 1958 en adelante, los distintos regímenes democráticos – repetimos: aún teniendo en cuenta todos sus defectos, todas sus deformaciones y todas sus insuficiencias- lograron imponer: el voto popular, universal y secreto; la igualdad de la mujer; la organización de los sindicatos y los gremios profesionales; la libertad de acción de los partidos políticos; la educación popular y gratuita; la difusión en todo el país de la educación universitaria; la creación de un régimen de seguridad social;  la erradicación de la malaria y la institución de un sistema de salud pública; la verdadera campaña de alfabetización; la creación de órganos especializados de seguridad pública como lo fue la PTJ en sus orígenes, entre una larga lista de hechos muy concretos que están registrados en los anales de la historia contemporánea de Venezuela.  Esto, hasta el punto de que nadie – NADIE – podría reconocer, en la Venezuela de la segunda mitad del siglo XX, al país atrasado y primitivo que existía en 1935,  el año de la muerte de Juan Vicente Gómez.

Y sería otra falacia –particularmente estúpida, por lo demás- pretender que tal proceso fue un mero “producto de la riqueza petrolera”: sin ignorar -¿quién, en sus sanos cabales, podría hacerlo? – la amplitud de las potencialidades que tal riqueza abría, es preciso reconocer que el progreso (pocas veces esta palabra ha sido mejor empleada) fue, también, y en primer lugar, producto y consecuencia de una acción de gobierno sostenida, con un claro sentido de modernización, de  democracia política y de inclusión social – aún teniendo en cuenta, de nuevo, todos sus defectos, todas sus deformaciones y todas sus insuficiencias.

-O-

Entonces, nos preguntamos: ¿en qué, salvo en la palabrería, la venta de ilusiones y la mentira institucional, es mejor el llamado “socialismo del siglo XXI” a la imperfecta era democrática?  ¿Tenemos ó no tenemos razón al sostener, con toda la fuerza y el rigor necesarios,  que tal palabrería no es más que una gran estafa?

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