Opinión Nacional

La hora de los estudiantes

Los estudiantes se pronunciaron. Muy bien. Una cantidad importante de muchachos tomó las calles y se hizo sentir. Hacía tiempo que la juventud no se incorporaba a la dinámica política del país, esa que exige patear calles, alzar la voz, expresar ideas con contundencia y plantarle cara a cualquier pretensión autoritaria.

Los jóvenes universitarios mostraron que el ámbito estudiantil es un monstruo que si bien yacía adormecido, sólo hizo falta cierto desperezamiento para encenderle las alarmas al gobierno. Y no fue para menos: absolutamente todos los voceros del oficialismo, por un lado, de la boca para afuera desestimaron lo que tenían frente a los ojos, cuando lo que tenían frente a los ojos los puso a dar carreras, y por otro, su nerviosismo dejó en claro que no contaban con una reacción semejante. En efecto, el error político del Presidente, concretado al cerrar un canal de televisión, fue suponer que el país dormía tranquilo en su regazo. Chávez imagina, con una fantasía que le va a costar caro, que la gente baila al compás de sus ocurrencias, de sus alucinaciones, de sus piruetas con la lengua, a ritmo de petrodólares.

Debo decir que a mí también me tomaron por sorpresa estos muchachos, asunto que me alegra bastante, y por un par de razones. Que un torrente de juventud salga a las calles y dé ciertos golpes sobre la mesa, está requetebién, pero que además esa salida deje ver claridad en las acciones, muy buen criterio a la hora de tomar decisiones políticas, y junto a esto, por si fuera poco, un pensamiento coherente, articulado, con objetivos meridianamente definidos, es algo lleno de una significación mayor. La masa estudiantil de este país demostró que aquella infeliz frase, la alusiva a una “generación boba”, tendrá que pintarse de colores y largarse con el rabo entre las piernas.

Apenas los jóvenes enseñaron los dientes, tan pronto como insinuaron la musculatura que poseen, en ese mismo instante llovieron los improperios. Este gobierno tiene resortes automáticos para el insulto que se disparan ante la crítica. Nada nuevo bajo el sol. Las descalificaciones, las ofensas, la retórica presidencial abrazada con el abuso de poder, cosa nada extraña en Hugo Chávez, tuvo el descaro de expandirse por los cuatro vientos en una cadena de radio y televisión únicamente convocada para procurar el aplastamiento de los grupos estudiantiles. Qué clase de bananerismo tan actualizado.

Pero es que la defensa de un medio de comunicación social, bajo las circunstancias de lo ocurrido aquí, tiene que darse en un país con genoma democrático. Yo, que soy bastante pesimista en cuanto a nuestro futuro como pueblo, que descreo de la condición de demócratas con que suele adjetivarse alegremente a los venezolanos, he pensado un poco más al respecto gracias a lo visto en estos días. Llego a la conclusión de que no todo está perdido, y me doy cuenta además de que en la masa joven existe sin dudas una reserva de dignidad, moral y coraje que puede darle un vuelco a la década perdida que llevamos con el teniente coronel. Tanto daño desde el gobierno tiene con qué ser reparado, en esencia porque la fuerza necesaria para hacerlo respira entre nosotros. El monstruo movió un dedo y medio mundo en el poder cacareó al unísono. Algo bueno pasa entonces.

Echar el resto por mantener espacios para la disensión y la protesta, para la expresión de ideas sin el ojo policial de este gobierno, es algo que toca a todo aquél con una pizca democrática entre ceja y ceja. No ha sido casual el cierre de una televisora, como no es casual la inexistencia de poderes públicos independientes y la falta de controles sobre el Ejecutivo. Tampoco es una casualidad cómo el poder presidencial ha engordado hasta hacerse obeso. El colesterol del torrente sanguíneo oficialista aumenta en discrecionalidad y libertad para permitirle hacer lo que le venga en gana. Son muy pocas las instituciones que se salvan de la asfixia, del caudillo y sus delirios. Son poquísimos los que no bajan la cabeza ante la maquinaria del Estado puesta a favor de una parcialidad política. Entre los espacios cuyas yugulares no han sido aún mordidas están ciertos medios de comunicación, una buena cantidad de universidades, y me atrevo a afirmar todavía que las Fuerzas Armadas (hay que ver cómo reaccionarán cuando a Chávez se le ocurra ordenar otro Plan Ávila). Cerrar un medio como Radio Caracas era clave, medular, estratégico (para usar la palabreja que le encanta al pintoresco héroe del Museo Militar). Y lo cerró. Vendrá seguramente ahora por las universidades, por el costado de la autonomía, de eso no cabe la más mínima duda. El objetivo es sellar hendijas, confiscar los bolsones de independencia que permanecen en pie, y controlar, siempre controlar, verbo preferido por la camada de almas gemelas tipo Fidel Castro o Chávez Frías. El sueño dorado de cualquier hegemón es controlar la hoja que cae desde aquel árbol, el pensamiento de los individuos, las decisiones de un pueblo. Si tienen la verdad en sus manos, si saben con certeza que el Paraíso llegará en brazos de la utopía que refocilan en sus mentes, si conocen como nadie la manera de producir felicidad o lo que más conviene a una nación, ¿qué importa un medio de expresión o una universidad equivocada?

Los estudiantes han dado una lección de buen hacer, de claridad de pensamiento, de fuerza inmejorablemente administrada. Salieron, hicieron de la contundencia un arma de primera línea, y movieron el piso de quienes pululan en el alto gobierno. Lo pensarán mejor estos señores antes de arremeter contra la autonomía universitaria, por ejemplo, autonomía que les hace agua la boca desde tiempo atrás. El brazo estudiantil dejó dicho cuidado, cuidado, tengan mucho cuidado. Y Hugo Chávez oyó la campanada.

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