Opinión Nacional

La necesidad de cortar por lo sano

El Presidente Chávez estaba muy seguro de ganar el referendo de la “reforma” constitucional. Así lo confeso en su Alo Presidente del 6 de Enero, el de las tres erres, cuando dijo que había cometido un error al pensar que los más de siete millones de votos de su reelección también se volcarían todos en favor del SI. Estaba tan seguro de ganar que se fue al Medio Oriente y a Paris a una semana de la votacion. El Presidente nunca pensó que podía perder ese referendo, ni que con esa propuesta se estaba jugando su futuro político, quizás hasta su permanencia en el poder. Un grave error estratégico, de esos que crean un nuevo escenario del cual no hay retorno.

De no haberle fallado los tres millones de electores que se le abstuvieron seria hoy un Presidente extraordinariamente poderoso, jefe de un estado omnipotente en un país en que los ciudadanos habrían desaparecido como sujetos de derechos y obligaciones para fundirse en Consejos Comunales y en un Partido Único dedicados a la construcción del socialismo. De haber ganado el SI el Presidente habría probablemente procedido, con las 100 leyes habilitadas que ya había anunciado, al rápido establecimiento de una economía centralmente planificada, nacionalizando el sistema bancario, el sector industrial y el agro-alimentario con su sistema de distribución, y delegando en el Ministerio de Planificación la fijación de los precios de los bienes y servicios ahora producidos y comerciados por el estado.

Concentrar el otorgamiento de divisas en estos sectores estratégicos le habría dado un balón de oxigeno importante a su proyecto radical, camuflajeando la deficiente gestión económica de estos últimos años con los “inevitables ajustes de una transformación revolucionaria”. Se nos habría dicho que en el socialismo a todos nos toca asumir nuestra cuota de sacrificio, y que el sufrimiento de hoy es lo que asegura la felicidad de mañana. Quien no lo hubiese entendido así se habría visto sometido a la nueva justicia socialista, y si las cosas pasaban a mayores se hubiesen impuesto los fácilmente decretables estados de excepción. Control de precios, y también de la protesta.

Esta revolución no vino para quedarse, después de todo. Gano el NO y, aunque el Presidente todavía se niega a reconocerlo, ese proyecto que le aseguraba todo el poder por siempre se ha ido para no volver. No es reeditable porque la gente abrió los ojos y ahora no hay como cerrárselos. Ahora le toca al gobierno manejar una economía de mercado de 26 millones de consumidores exigentes, con una mayoría nada pírrica que se le opone y que le ha perdido el miedo, y que ahora le exige – repito, le exige – que resuelva la galopante inseguridad, la galopante inflación, y la acuciante escasez de alimentos de primera necesidad. Pero no puede liberar los precios porque su dogmatismo socialista no se lo permite y porque habrá elecciones en Noviembre, y tampoco puede mantenerlos porque la comida se sigue fugando a Colombia. ¿Qué hace? Profundiza el fracaso con errores aun mayores. Así, se importa aun mas, ahora de Estados Unidos, se crea PDVAL , otro elefante burocrático que también fracasara, y se amenaza a la Polar, la Nestlé y a Parmalat con nacionalizarlas si no producen a los precios regulados. Manu militari, porque lo que trata de evitarse es un estallido popular que acabe con el gobierno y con su proyecto revolucionario de un solo caracazo.

El Presidente ya no conoce el país que le ha tocado gobernar. Siempre había jugado bien la carta de la provocación, tentando a sus opositores a que asomaran la cabeza para luego sacarlos del juego, pero ahora es él a quien han agarrado fuera de base. Out! Ya no puede imponer el socialismo, y tampoco hay manera que le pueda resolver los problemas a la gente. A pesar de todo el dinero del mundo no quiere y tampoco sabe gobernar a un pueblo de irrenunciable convicción democrática. Ególatra incurable, su creciente angustia lo ha vuelto una caricatura de sí mismo, y lo empuja a hacer y decir las cosas más ultrajantes y políticamente suicidas, sin que le importe un bledo el daño que pueda hacerle al país. Cualquier cosa que pueda permitirle borrar el desastre que ha armado y poner la cuenta nuevamente en cero. ¿Una salida dramática, gloriosa, que lo victimice? ¿Una guerrita con Colombia, quizás? ¿Un golpe de la derecha que le permita regresar en unos años como el redentor de los pobres, en los hombros del pueblo? No, el Presidente no puede seguir supeditando el país a su insaciable sed de gloria, y ha llegado la hora de que reconozca su fracaso. Debe renunciar y permitir el nacimiento de una nueva democracia solidaria y eficaz, que verdaderamente erradique la pobreza y restablezca la paz.

En sus manos esta que la singular experiencia de estos 9 años deje algún fruto, o que se le recuerde con rechazo y nos avente al neo liberalismo que tanto aborrece.

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