Opinión Nacional

La palabra como arte

Introducción:

Muy a menudo observamos la falta de preparación que ostentan los hombres que pretenden ser dirigentes, sin menospreciar el desatino en la expresión oral de aquellos que se aventuran como políticos para conducir los destinos de una Nación. Lamentablemente, la oportunidad de observar sus yerros es constante, en parte porque aquellos carecen de las preliminares necesarias para llevar adelante una exposición, algo que se acentúa cuando además se desconocen los temas y se intenta deslumbrar a la luz de los rayos del sol, jerigonza al fin.

Una dura verdad:

Día a día, vemos que es mucho más ardua la tarea de hablar con propiedad. No existe educación en la oratoria, mucho menos se lee al respecto y, paralelamente, en la paupérrima situación en la que vivimos, es poco probable que podamos asistir a cursos específicos donde se nos provea de instrumentos acordes para el desarrollo del valor y de la confianza en nosotros mismos, algo que sirve para acreditar (definitivamente), con el imperio de la palabra: el mérito, el cargo, el poder legitimado o el talento.

Me señalaba una voz calificada: “La ordinariez en la locución política equipara para abajo y nadie repara en el léxico que se utiliza e importa llegar al Pueblo con un mensaje de bajo perfil popular aunque se crea que es de alto perfil político”.

Una buena exhortación:

Por todo ello, traemos del arcón de los recuerdos escritos, un sabio consejo pronunciado por el Decano de la Escuela de la Divinidad de Yale al celebrarse el centenario de su fundación. En esa oportunidad, el Dr. Charles R. Brown, profirió una serie de conferencias sobre el fino argot de la predicación, con el sólo aval de más de treinta años de revelar los secretos de ese arte. En una de ellas, señaló:
“Meditemos el texto y el tema. Meditémoslos hasta que se pongan tiernos y maleables. Empollaremos de este modo una bandada completa de ideas promisorias al permitir que los minúsculos gérmenes de vida allí contenidos se dilaten y desarrollen.

”…Será mejor que este proceso se realice por tanto tiempo cuanto sea posible, que dejarlo hasta el sábado por la noche, cando ya estamos haciendo la preparación final para el domingo siguiente. Si un sacerdote puede recordar una verdad cualquiera durante un mes, o seis meses quizá, o aun durante un año, antes que predique sobre ese tema encontrará que surgen nuevas ideas continuamente, hasta que el crecimiento es a toda luz abundante. Puede meditarlo mientras camina por la calle, o mientras viaja en tren, cuando los ojos están demasiado cansados para leer.

”Puede también meditarlo por la noche. Es mejor, para un sacerdote, no llevarse el sermón a la cama todas las noches; el púlpito es algo magnifico para predicar desde él, pero no es un buen compañero de cama. A pesar de esto, yo me he levantado muchas veces a medianoche para escribir los pensamientos que se me ocurrían, por miedo de olvidarlos antes del día siguiente.

”Cuando estemos ya dedicados enteramente a reunir material para un sermón determinado, escribamos todo lo que se nos ocurra respecto de dicho texto y tema. Escribamos qué vimos en el texto cuando lo elegimos. Escribamos todas las ideas asociadas que se nos ocurran entonces.

”…Anotemos todas estas ideas, en pocas palabras, las necesarias solamente para fijar la idea, y mantengamos la mente a la caza de otras, como si nunca fuéramos a ver otro libro en la vida. Esta es la manera de hacer productivo el cerebro. Merced a este paso mantendremos los procesos mentales frescos, originales y creadores.

”…Escribamos todas las ideas a que hemos dado nacimiento, sin ayuda. Son más preciosas para el desarrollo mental que rubíes, diamantes u oro en polvo. Escribámoslas, preferentemente, en pedazos de papel en las partes de atrás de cartas viejas, en retazos de sobres, en papel inservible, en cualquier cosa que tengamos a mano. Es mucho más eficaz, en todo sentido, que usar hojas de papel de oficio, limpio y grande. No es sólo por economía, sino que nos será más fácil disponer y organizar estos papeles sueltos cuando queramos poner el material en orden.

”Sigamos escribiendo cuantas ideas se nos ocurran, y para esto pensemos duro continuamente. No es necesario apresurar este proceso. Es una de las operaciones mentales de mayor importancia en que tendremos el privilegio de intervenir. Es el método que hace que se desarrolle el poder productivo de la mente.

”…Hallaremos que los sermones que más nos agradan, y los que mas eficaces resultan para los feligreses, son los sermones que han estado más largo tiempo en nuestro interior. Porque entonces son hueso de nuestro hueso, carne de nuestra carne, hijos de nuestra propia labor mental, resultado de nuestra propia energía creadora. Los sermones escritos a tirones y compilados siempre tendrán cierto sabor a cosa de segunda mano, a cosa recalentada.

Los sermones que tienen vida, que se agitan y entran en el templo con paso vivo, brincos y alabanzas de Dios, los sermones que entran en el corazón de los hombres, moviéndolos a remontarse con alas de águila y a que caminen por la senda del deber, sin desmayos (estos sermones reales), son los que nacen de las energías vitales del hombre que los pronuncia.”

Síntesis:

Realizar un prolongado ejercicio de meditación sobre el tema elegido.
Plasmar inmediatamente las ideas que representan genuinamente nuestra impresión sobre el argumento.
No desaprovechar ni las horas de descarte, ni la oportunidad de las experiencias que a diario nos suceden.
Acopiar material e informarse constantemente.
Anotar todo de manera de hacer posible el barajo de ideas.
Precisar los conceptos.
Darle tiempo a la mente para que en su trabajo produzca de manera eficaz.
Espejarse en nuestro interior recordando que nadie puede entregarse fielmente en lo que habla, si no atesoró valores para ofrendar.

Los discursos A. Lincoln:

En uno de ellos declaraba, con visión profética: “Una casa dividida contra sí no puede sino caer. Tengo para mí que este gobierno no puede subsistir permanentemente, una mitad esclavo y una mitad libre.” Es evidente que inteligentemente observó la realidad que se le presentaba ante sus ojos, bastaba darle forma y seguir adelante con la vida. Lincoln seguía caminando, abstraído en sus reflexiones, pensando en su discurso, de vez en cuando, durante este proceso de consideración y “procreación”, anotaba algunas cosas, fragmentos, frases sueltas, en sobres viejos, pedazos de papel, cualquier cosa que estuviese a la mano. Estas anotaciones las guardaba luego en el interior de su sombrero de copa y no las volvía a ver hasta que tuviera tiempo para sentarse y ordenarlas; luego escribía y revisaba el discurso, y le daba el pulimento final para pronunciarlo y publicarlo.

Durante los debates de la Junta General, en 1858, el senador Douglas pronunciaba el mismo discurso en todas partes adonde iba. Lincoln, en cambio, seguía estudiando, meditando, reflexionando, hasta el punto que, decía él mismo, le resultaba más fácil hacer un discurso nuevo todos los días que repetir uno ya pronunciado. Días antes de trasladarse a la Casa Blanca tomó un ejemplar de la Constitución de su país, conjuntamente con los bocetos en crudo de tres discursos, y se encerró con ellos en un cuartucho sucio y polvoriento de un almacén y allí, lejos de toda intromisión, escribió su famoso mensaje inaugural.

¿Cómo preparó Lincoln su célebre discurso de Gettysburg?
Cuando la junta que estaba encargada del cementerio de Gettysburg decidió rendir un homenaje de consagración a los soldados que allí reposaban, invitaron a Edward Everett para que pronunciara el discurso principal. Everett había sido Ministro de Boston, Presidente de la Universidad de Harvard, Gobernador de Massachusetts, Senador de la Nación, Embajador ante el gobierno británico y Secretario de Estado (todo un Privilegiado y reverenciado como uno de los mejores oradores del país). Se fijó, inicialmente, el día 25 de octubre de 1863 para la ceremonia. Everett declaró, con mucho tino, que le sería imposible prepararse a tan breve plazo. De modo que se postergó la ceremonia hasta el 19 de noviembre, casi un mes, para darle tiempo de prepararse. Los tres últimos días de este período los pasó en Gettysburg, recorriendo el campo de batalla, familiarizándose con cuanto había ocurrido allí. Estos días de meditación y consideración fueron una preparación excelente. Tornó real, en su mente, la batalla.

Se enviaron invitaciones para concurrir al acto a todos los miembros del Congreso, al Presidente de la República, y a su Gabinete. La mayor parte rechazó la invitación, pero Lincoln, con gran sorpresa de la junta, informó que concurriría. ¿Le pedirían que hablase? Muchos se opusieron. No tendría tiempo para prepararse. Además, aunque tuviese tiempo, ¿era capaz de hacer un discurso? Desde luego, era un buen orador, cuando se trataba de un debate sobre la esclavitud; pero nunca había pronunciado un discurso de consagración. Este era un homenaje grave y solemne. No podían correr riesgos. ¿Le pedirían que hablase? Desconcertados, por fin, quince días antes del acto, enviaron a Lincoln una invitación tardía a que dijese «algunas palabras apropiadas».

Lincoln comenzó a prepararse inmediatamente. Escribió a Edward Everett, consiguió una copia del discurso que pronunciaría este clásico humanista y, cuando dos o tres días más tarde fue a una galería fotográfica a que le hiciesen un retrato, llevó el manuscrito de Everett y lo leyó mientras esperaba que el fotógrafo se aprestase. Pensó en el discurso durante varios días, pensó mientras iba a la Casa Blanca, al Ministerio de la Guerra; mientras volvía; pensó mientras descansaba en su catre de cuero, en el Ministerio de la Guerra, a la espera de partes telegráficos. Redactó un bosquejo aproximado en un papel de oficio, que luego guardó en su sombrero de copa. Meditaba sin cesar sobre el discurso, y, sin cesar, el discurso iba cobrando forma. El domingo anterior al acto dijo a un amigo:
-No está, precisamente, escrito. Ni siquiera está terminado. Lo he escrito dos o tres veces, y no estaré satisfecho hasta que le dé otro retoque.

Llegó a Gettysburg la noche anterior al homenaje con el sentimiento puesto en la oportunidad para sacar lo mejor de su alma. Lo aguardaba un pueblo de mil trescientos habitantes que repentinamente se había aumentado hasta quince mil alientos. Seis bandas acariciaban música. Delante de la casa del Sr. Wills (anfitrión del Presidente), la muchedumbre le pedía que hablase. Lincoln, como buen Caballero, respondió brevemente, dejando vislumbrar su voluntad de no hablar hasta el día siguiente. Lo cierto es que pasó parte de la noche dando a su discurso “otro toque”. Hasta fue a una casa vecina, donde se hospedaba su ministro Seward, y le leyó el discurso para que lo criticara.

Después del desayuno, a la mañana siguiente, procedió “a darle otro toque”, trabajando sin descanso, hasta que golpearon a la puerta para informarle que ya era hora de ocupar su puesto en la procesión. “El coronel Carr, que iba detrás del Presidente, cuenta que, cuando se inició la procesión, el Presidente montaba erguido su caballo, como si desempeñase su papel de General en Jefe del Ejército. Pero, a medida que la procesión adelantaba, su cuerpo se fue encorvando para adelante, los brazos perdieron la rigidez, y la cabeza se inclinó. Parecía perdido en sus pensamientos.” Sólo podemos inferir que, aun en ese momento, estaba repasando su corto discurso de diez inmortales oraciones, dándole “otro toque”. Algunos de los discursos de Lincoln, aquellos en que sólo tenía interés superficial, fueron fracasos rotundos; pero era un orador consumado cuando hablaba de la esclavitud y de la unión del Norte y el Sur. ¿Por qué? Porque continuamente meditaba sobre estos problemas, y los sentía profundamente. Un compañero que compartió una pieza con él una noche en una posada, se despertó a la mañana siguiente cuando salía el sol, y vio a Lincoln que, incorporado en su lecho, y mirando fijamente la pared, decía: “Este gobierno no puede subsistir permanentemente, una mitad esclavo y una mitad libre”.

Conclusión:

Hay que “saber ver”. La hipocresía (levadura de los fariseos), no ennoblece la palabra, sí la desnaturaliza. Cansados de la mentira, la obsecuencia y la carencia de valores sociales debemos retomar la esencia de la palabra como arte.

Sirva el presente para que en algún momento, un “político o asesor iluminado” recuerde que siempre la humanidad transitó por los mismos caminos que definen el círculo de la Vida.

Son los Maestros quienes nos indican, con señales de inteligencia, el paso a seguir para no desfallecer en el derrotero.

Una vez, gracias al trabajo que logré en la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, me contacté con el historiador Don Enrique Pavón Pereyra (por un Proyecto del Archivo de la Palabra). Mi inquietud de saber de las impresiones atesoradas por el hombre que durante algún tiempo compartió su vida con el Gral. Perón. Siempre la intención latente, no pude más y le pregunté a Don Enrique:
jcc-¿Qué leía el Gral. Perón?
DEPP- De todo, pero se deleitaba con Plutarco (Vidas Paralelas) y material de Lord Chesterfiel.
jcc- ¡Que genio el Conductor!
DEPP- ¿Sabes una cosa Corbatita? -Un día se fue temprano del recinto de lectura, entonces me quedé solito y aproveché el tiempo para buscar una información y así rebatirle un comentario que me había dejado preocupado. Trepaba entonces por un taburete y de golpe se abrió la puerta y entró el Gral. Perón.
GJDP- ¿Qué hace allí arriba? Se me va a caer y lo voy a tener que pagar por bueno. Ja Ja
DEPP- Buscando la información que me permita discutirle ese tema pendiente.
GJDP- Se ríe y me dice: Está buscando como ciego lo que tiene bajo la planta de sus pies. Vaya a La Biblia y en el Sermón del Monte va a encontrar la respuesta porque en Él también se encuentra parte de la Doctrina Peronista.
jcc- Es verdad que los extremos se juntan.
DEPP- Vamos a seguir trabajando.

Seamos verdaderos cristianos también en los discursos. Cristo, se Apartaba de la gente, pensaba y meditaba. Se fue solo al desierto, meditó y ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches. “Desde entonces en adelante -dice San Mateo-Jesús comenzó a predicar.” Más tarde, pronunció uno de los discursos más célebres de la historia: el Sermón de la Montaña.

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