Opinión Nacional

La picardía del venezolano

Uno de los polos que ha caracterizado nuestro trabajo como crítico ha sido el tratar de atrapar, a través de las obras literarias e históricas, aquello que es en esencia el venezolano: un asunto esencial pero nunca fácil de comprender por sus mil paradojas y endriagos. Uno de esos aspectos es como una sociedad que siempre ha rendido homenaje a sus héroes tiene como uno de los valores esenciales a un  anti héroe: al pícaro, persona que se fue haciendo dueño del presente venezolano desde muy atrás, más aun desde la aparición del petróleo y la abundancia de recursos económicos. A este personaje nuestro, que para nuestra desgracia nos define, le ha dedicado al psicólogo jungiano Axel Capriles Méndez(1953) su insinuante ensayo La picardía del venezolano o el triunfo de tío Conejo.(Caracas: Taurus, 2008. 185 p.).

Toca Capriles diversos puntos para poder llegar a la esencia de este asunto que tanto ha preocupado a nuestros ensayistas tanto Arturo Uslar Pietri(1906-2001) como Felipe Massiani(1906-1995), quien le consagró todo un libro(La viveza: interpretación de una actitud colectiva. Caracas: Tipografía Vargas,1962. 89 p.), le han dedicado jugosas páginas. Aquellos que desean penetrar hondo y comprender al ser venezolano deben examinarla.

Para ello el autor de La picardía del venezolano inicia su análisis con un hondo estudio de lo que es la antítesis del pícaro, que es un anti-héroe, estudiando la figura del héroe con basta profundidad y penetración. Y luego para poder entrar de lleno en el examen que se propone hacer nos ofrece un sagaz análisis de la novela picaresca española, sobre todo al novelín El lazarillo de Tormes(1554), publicado como obra anónima, aunque algunos eruditos atribuyen a Diego Hurtado de Mendoza(1503-1575), como entre nosotros Guillermo Morón(Memorial de agravios. Caracas: Alfadil,2005,p.167), que es donde está la clave de aquello que buscamos al proponernos reflexionar sobre el pícaro y su presencia entre nosotros. Y de allí pasa a ver a la forma como el pícaro atravesó el océano desde el descubrimiento, y sobre todo se hizo presente en nuestra sociedad colonial, tal el libro neogranadino El carnero del cronista bogotano del siglo XVII Juan Rodríguez Freyle(1566-1639). El primer acto de picardía en la América Hispana lo practicó, según Francisco Herrera Luque(1927-1991), Cristóbal Colón(1451-1506) cuando ofreció una compensación económica al primero que viera la tierra americana. Este no fue, como siempre se ha dicho, Rodrigo de Triana, que no iba en la expedición, ni siquiera su nombre está en la lista de los miembros de la tripulación, sino Juan Rodríguez Bermejo(Francisco Morales Padrón: Historia y del descubrimiento y conquista de América. Madrid: Editora Nacional,1981,p.108-109) pero Colón nunca le entregó el regalo ofrecido a aquel marino andaluz. O sea que la América Latina se inició con un acto inusitado: dividió la historia del mundo al descubrir un nuevo continente pero estuvo signado aquel instante por un acto de corrupción. Por ello desde allí se espiga el dicho del historiador Ramón J.Velasquez: “Lo viejo es la corrupción, lo nuevo la democracia”.

Dedica también Axel Capriles una aguda exploración de otras variedades del pícaro: el “schelm” germano, el “gueux” galo, el “rogue” inglés o al mítico “trickster”.

Ya hemos señalado que en La picardía del venezolano se nos ofrece un estudio cuidadoso de la novela picaresca española, tan bien hecho, dentro de los parámetros de lo literario, que constituye el mejor análisis de tal tendencia hecho entre nosotros, su precisión es preciosa, su puede utilizar perfectamente este libro para el estudio de este momento tan singular de las letras españolas.

Es la picaresca “una psicología desenmascaradora que intenta develar el carácter ilusorio de los grandes ideales y mitos colectivos. Una óptica que interpreta la genealogía del ideal desde su contrario, la justicia desde el provecho individual, el honor desde la infamia, la verdad desde el engaño, la virtud desde el vicio”(p.47).

Nada más lejano del arquetipo del héroe, dice “que la figura del pícaro. Si el héroe remite a códigos de honor y dignidad, a gestas valerosas e ideales excelsos, el pícaro nos lleva a lo más bajo, nos hunde en la miseria, en el engaño, en la mentira y la deshonra”(p.47).

El pícaro “ha sido también visto como imagen de un potencial psíquico que permite la innovación y ágil adaptación al cambio, un fluido que ofrece canales de salida de las normas colectivas, la inversión del orden establecido que abre posibilidades para el descubrimiento de sí mismo”(p.116).

La esencia del libro que comentamos la encontramos cuando leemos que en él se “buscará ahondar la mirada psicológica sobre este arquetipo. Intentaremos…observar mejor los contornos y límites de la figura del pícaro y su rol en nuestra vida, evaluar los factores psicohistóricos que lo han nutrido y propiciado, reflexionar sobre su alcance e influencia en el sistema judicial y el aparato económico, en las relaciones de poder y en el clientelismo político, pero, sobre todo, trataremos de entender el reto que representa para la vida social y la convivencia civilizada”(p.20).

Y pasando a nuestras tierras anota “si bien el pícaro es expresión de un arquetipo universal con especial presencia en la cultura latina e hispanoamericana, ciertas circunstancias lo habían acentuado y magnificado en la sociedad venezolana hasta convertirlo en uno de sus principales protagonistas”(p.13). Ello porque “Acostumbrada al uso abusivo de las leyes y del sistema de justicia para aumentar el poder del gobierno y perseguir a la disidencia, cercada por un inmenso Estado que no cumple suficientemente sus funciones, pero si limita las libertades de los ciudadanos y regula excesivamente la economía y la vida individual, la sociedad venezolana se acostumbró a evadir la burocracia y los controles oficiales para desempeñarse al margen de las normas”(p.19).

Y además “Tampoco es posible analizar y entender la vida social venezolana sin abordar el tema de la picardía y el pájaro bravismo, la astucia y la viveza criolla”(p.49). E incluso el “cheverismo” que cada día nos hace ver que todo está bien cuando todo esto mal, muy mal. Y no sólo ahora, desde hace tiempo, desde los días en que bajo la llamada ahora “Cuarta República”, que históricamente nunca existió, el sistema democrático entró primero en crisis económica(1977 y 1983) por lo cual la gente protestó(1989) y luego en trance político(1992).

Escribe Axel Capriles: “El héroe y el pícaro se dan la mano como actores compensatorios de una misma paradoja histórica”(p.49), “En nuestra alma conviven el héroe y el pícaro, y saltamos con tanta fluidez de un arquetipo al otro que parecieran mellizos unidos por un mismo cordón umbilical”(p.52).

Por ello advierte: “Nuestro interés por un tema tan explorado y tratado como la narrativa picaresca española responde a la vigencia que aun tiene para reflexionar sobre la psicología colectiva venezolana actual, a la resonancia que produce la lectura de las diferentes obras que hace pensar del presente como un ‘deja vu’ o ‘deja vecu’”(p.100), es decir lo ya visto o pensado, lo experimentado.

Dice el autor cuyo libro comentamos: “Me limito, entonces, a señalar que una figura arquetipal estaba particularmente activa en el siglo XVI y que esa misma figura ha tenido y tiene una relevancia particular en el funcionamiento de la sociedad venezolana”(p.102). Sin embrago, “En Venezuela, no obstante, difícilmente podemos pensar que el pícaro es sólo una imagen de la sombra colectiva inconsciente. La figura trabaja a nivel consciente y es reconocida por todos como tal. Existe, de hecho, una cultura de la viveza, una extendida valoración positiva de la astucia por la que muchísimos individuos no sólo se reconocen claramente como pícaros, embaucadores y timadores, sino que se jactan y se enorgullecen de ello. No hay peor estigma social que ser tomado por cándido e ingenuo, presa fácil del pájaro bravo”(p.103. El primer subrayado es del autor. Los otros dos son nuestros).

Anota Capriles: “Con el correr del tiempo, la necesidad de adaptarse a un medio ambiente alejado de todo control, dado al engaño y poblado de pícaros, sobre todo por la proyección del arquetipo, llevó a la formación de una persona adaptativa con esas características”(p.106. Subrayado del autor).

Y apunta con una interrogante: “¿nuestros pícaros que no poseen valores definidos, no conocen el principio del orden y marchan a la deriva regidos por los instintos y apetitos?”(p.115).

Así capítulo esencial de La picardía del venezolano es aquel con el que se cierra el volumen, dedicado al examen de la picardía en Venezuela. Pero ese análisis no era posible sino la serie de presupuestos teóricos que lo anteceden, de los que hemos dado cuenta en los párrafos anteriores.

Quizá toda la exploración de este asunto debería basarse en lo que dijo un funcionario venezolano: “Pero presidente, si como gobernador tengo que seguir sometido a las leyes entonces, ¿qué sentido tiene ser gobernador?”(p.138). Aquí está la esencia de todo. Y con vieja tradición, desde que en los cabildos de nuestra sociedad provincial se inventó el apotegma “se acata pero no se cumple” cada vez que se recibía una Real Cédula desde Madrid, enviada por el rey, llamado por ellos Nuestro Señor, pero que para nada lograba dar alguna orden porque casi todos, sobre todo si iban en contra de los intereses de los Mantuanos, quienes dominaban en nuestros cabildos.

Así la esencia de la personalidad del venezolano se caracteriza “por el rechazo a la norma y gusto por lo ilegal”(p.138). Es ello lo que nos ha llevado al “individualismo anárquico”(p.138), a que “solucionar los conflictos por vías legales e institucionales no es parte de nuestra cultura subjetiva”(p.138). Por ello la Constitución, las Constituciones, no sirven para analizar la realidad nacional, no es un esquema de referencia válido: tanto que nuestros profesores de Derecho constitucional se consideran así mismos profesores de mitología. Se ha llegado a considerar incluso los fundamentos de la integración latinoamericana como una ciencia esotérica, sobre todo por creer que esta se puede decretar en una especie de acto mágico, tan de nuestro gusto, una sociedad mágica formada por hombres y mujeres mágicos, como alguna vez indicó Mariano Picón Salas(1901-1965) en uno de sus ensayos.

Siempre al venezolano gustan las “rutas de acceso privadas”: no administrar, por ejemplo, los condominios por la ley de Propiedad Horizontal sino según nuestro propio entender que siempre será mejor, según nos gusta decir, para contradecir la norma legal. Y así vivimos.

El venezolano, nos dice Axel Capriles, no conoce el principio del orden. ¿Quizá por ello, nos preguntamos, siempre entre nosotros ha habido ese alejamiento en las normas jurídicas y la realidad, la separación entre lo real y los escrito, apuntado desde muy atrás por los positivistas, como Gil Fortoul?

Por eso vivimos “siempre al borde del caos”(p.139), en la flexibilidad(p.140), en “los atajos de la informalidad”(p.143). Somos “Herederos del anarquismo español más indómito, nos ennoblece contravenir las normas”(p.143), “la sensación de anarquía ha sido una constante en el vivir venezolano”(p.158). Fíjese que aquí por anarquismo no entendemos la doctrina político-social que reinvinca la libertad sino la apelación al caos, al desorden. Es el desorden, dice Axel Capriles, “una emoción mucho más íntima, una tonalidad afectiva ligada al rechazo visceral a la ley como guión para modelar la existencia”(p.143). Se “valoriza lo ilegal”(p.143), cosa que han hecho todas nuestras dictaduras: legalizar lo ilegal. Es por esta vía que asciende  socialmente el pícaro(p.143). A veces eso ilegal no es delictivo porque vivimos como J.R., el personaje de la serie norteamericana Dallas, quien no infringía la ley pero que tampoco la acataba.

Es esto lo que ha dado lugar al personalismo en nuestra escena pública pues este “hace depender el mando de la persona que lo ejerce y la empatía personal con el gobernante”(p.144). Así el vacío de toda norma, que el pícaro, podemos llamarlo caudillo, no acata ninguna norma, de ningún tipo, a veces ni afectiva, tanto que ese vacío ha sido llenado a veces por los vínculos familiares y sobre todo por las llamadas amistades, que no lo son porque lo que son  sociedades de delincuentes de mutuo auxilio, como decía Herrera Luque. Siempre lo que predomina son “los vínculos personales del caudillismo”(p.146) o con el presidente.

La “picardía es un mecanismo de resistencia pasiva, un recurso del humor, para subvertir la dominación todopoderosa”(p.149). De allí aquellos dos  arquetipos de nuestra tradición oral: Tío Conejo quien frente al poder y la fuerza que representa Tío Tigre, este encarna “la viveza necesaria para escabullirse de ellos, la astucia indispensable para adaptarse y sobrevivir a la intolerancia”(p.149). Lo cual no quita aquella íntima convicción de nuestro gran escritor Antonio Arraiz(1903-1962), el autor de los cuentos de Tío Tigre y Tío Conejo(1945), de que cuando Tío Conejo llegara al poder se convertiría en Tío Tigre. Así ha sido, lo hemos visto numerosas veces en nuestra escena contemporánea y lo podemos leer también en nuestros libros de historia.

Y es tan singular todo esto que “es el bochinche como clima emocional generalizado”(p.159) lo que encontramos. El bochinque es una de nuestras actitudes constantes, tanto que fue a ello a lo que apeló en la trágica madrugada del 31 de julio de 1812 don Francisco de Miranda(1750-1816) y logró penetrar tan hondo en nuestra psicología colectiva como el sabio José María Vargas(1786-1854), cuando veinte y tres años más tarde, se enfrentó al coronel Pedro Carujo(1801-1836) diciéndole que al contrario de lo que decía “el mundo era del hombre justo”. Sólo que se ha impuesto lo contrario. Ni Miranda ni Vargas han sido escuchados ni secundados. Sólo vivimos la “demoniopolis” que dijo el Libertador cuando regresó a Caracas después de Carabobo. Por el pícaro quizá es que siempre lo patológico del venezolano siempre se ha impuesto a la sensatez y a la prudencia, que es como se debe gobernar. Vivimos, ayer y hoy, con algunas pocas excepciones, el régimen en donde dominan las decisiones del anti Maquiavelo criollo.

E incluso llamamos a los lectores de este diestro ensayo de Axel Capriles, una honda interpretación de uno de los rasgos más oscuros del venezolano, de ir llenando sus agudas observaciones con hechos propios del pícaro, que llena nuestra escena pública, que hemos visto sucederse en los últimos tiempos y ello porque la militarada que nos manda(no se puede decir que nos gobierna), la misma que tiene a Carujo como su santo patrón, lo que encarna es una forma constante de picardía destructiva.

 

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