Opinión Nacional

La seguridad social: Europa reduce los beneficios

Los criterios de convergencia de Maastricht lucen incompatibles con el mantenimiento de los diversos sistemas de seguridad social europeos en su forma actual, de modo que para cumplir con esos criterios se tendrá que ir a un proceso de reducción de los beneficios que reciben tanto Los trabajadores como los pensionados. Lo otro sería cambiar esos criterios de convergencia.

Cumplir con el Tratado de Maastricht servirá para profundizar la integración europea, pasando al estadio superior de la unión monetaria, con su moneda única, y una político externa y de seguridad común. Empero, llegar a las metas propuestas en ese Tratado, está resultando un trayecto costoso en términos políticos y sociales.

En nombre de Maastricht se están recortando gastos fiscales para disminuir la relación del déficit del sector público con el PIB a un plano más saludable. Cortar el gasto público forma porte del argumento sobre la necesidad de cambiar el sistema de seguridad social europeo, uno de los más completos del mundo.

Otros argumentos tienen que ver con la sombra cada vez más negra de un desempleo creciente que está impulsando a varios gobiernos a buscar nuevas fórmulas para generar empleo, entre las cuales se cuentan algunas que afectan los beneficios de quienes tienen empleo.

Crear empleo y mantener los sistemas de seguridad social estimulará una serie de acciones y reacciones entre los agentes sociales que apenas comienzan, si bien ya a fines de 1995 en Francia, se dio una activa movilización en contra de las medidas propuestas por el gobierno, para disminuir el gasto público, en sintonía con los criterios establecidos en el Tratado de Maastricht.

Lo que se está planteando en Europa es seguir por una via que permita mantener los niveles de prestación de servicios y beneficios, tanto a los que tienen empleo como a los jubilados, sin tener que llegar a los recortes salvajes de la protección social que se observan en otras economías, notablemente en la norteamericana, o peor aún, situarse en el mismo plano de aquellos países que sencillamente no tienen seguridad social, o su carencia es tal que no alcanza para satisfacer las necesidades mínimas decentes de prestación de salud y mucho menos de protección para los pensionados.

Pero incluso si no fuera por imperativos de aplicar los criterios de convergencia del Tratado de Maastricht, los gobiernos y empresarios están persuadidos de que se hace necesario recortar los beneficios de la seguridad social, para poder situar las economías de los países europeos en niveles de competitividad cara a sus socios comerciales.

Tanto el empleo -desempleo- como la seguridad social son porte de un mismo tema, están vinculados por diferentes nexos, sociales y económicos, y se reflejan públicamente en el plano político; de hecho la persistencia de un alto nivel de desempleo y la necesidad de la reforma del sistema de seguridad social son significantes de un discurso que recibe la más alta prioridad en Europa.

Mientras en la Europa comunitaria, y en otros países de ese continente se debate este tema, en otras latitudes igualmente hay discusiones públicas sobre la orientación de la seguridad social. En el caso venezolano hablar de un sistema de seguridad social es sencillamente una burla. Basta citar el monto que reciben los pensionados del seguro social, que ni siquiera se acerca a los cien dólares. Y en cuanto a desempleo (ver Desempleo y globalización, Emilio Figueredo) siendo como es actualmente un problema muy grave, la aplicación de medidas de restricción como porte del ajuste macroeconómico anunciado en la denominada Agenda Venezuela, profundizará la recesión y en consecuencia aumentará el desempleo.

A fines de abril gobierno del Canciller Helmut Kohl anunció una serie de medidas para rebajar 70 mil millones de marcos, unos 46 mil millones de dólares, del presupuesto fiscal correspondiente al ejercicio 1997. Entre esas medidas figuran recortes en algunos beneficios de la seguridad social tales como disminuir de 100% a 80% sobre el sueldo básico la cantidad que recibe el trabajador cuando está ausente por rezones médicas. Asimismo una reducción de los beneficios que reciben los desempleados y aumentar la edad para pasar a retiro, que actualmente es de 63 años para los hombres (el nuevo límite sería 65 años) y las mueres que se retiran hoy a los 60 años lo harían a los 63.

Con seis semanas de vacaciones al año, en promedio, los alemanes no la pasan precisamente mal. Se estima que el costo de los bonos vacacionales y el resto de beneficios de la seguridad social representan casi un 80 % de los costos laborales.

La aplicación de estas medidas y los correspondientes ahorros permitirían disminuir la proporción del gasto público que actualmente está en el orden del 50 % del PIB a 48 % para 1997. La meta es llegar al 46% para el año 2.000.

Las reacciones iniciales, como era de anticiparse, fueron negativas por porte del sector laboral y del principal partido de oposición, el SPD, socialdemócrata, en momentos en que las estadísticas sobre desempleo indican que hay 4 millones de trabajadores en esa situación.

En el plano salarial hay fuertes divergencias entre los sindicatos y los empresarios y el propio gobierno pues se argumenta que con incrementos salariales reales que superan en uno o dos puntos la inflación, la industria manufacturera alemana -y el es válido para otros países- se está viendo obligada a exportar empleo, tal es el caso del emblemático grupo Daimler Benz, hacia países con costos de mano de obra más competitivos.

A fines del año pasado el gobierno francés intentó reducir el déficit fiscal, entre otras vías, mediante ciertos recortes en programas de seguridad social, comenzando por el sector público. El resultado es conocido el Presidente Jacques Chirac tuvo que hacer un movimiento táctico, tuvo que retroceder.

El recién inaugurado gobierno de José Maria Aznar, que llegó con ideas socioeconómicas aportadas por la «melange» Reagan-Thachter, ha lanzado las primeras señales de que se propone reducir el déficit fiscal, como una forma de cumplir con los objetivos de convergencia estipulados en el Tratado de Maastricht. Empero al mismo tiempo también ha dicho que respetará los convenios sobre seguridad social, pero igualmente sectores de su partido y del mundo empresarial han insistido en la necesidad de flexibilizar el mercado laboral.

El de concepto de «flexibilización» del mercado laboral, traducido a la realidad del mercado significa una reducción salarial, contraer los beneficios de seguridad social o ambas cosas a la vez pero también innovaciones, dependiendo del país. En Gran Bretaña, y sobre todo en Estados Unidos, tal flexibilización es muy amplia y en este último país, donde constantemente se está adaptando el idioma para hacerlo políticamente según las normas semánticas del momento, nadie es echado de su fábrica, nadie recibe su hoja amarilla de despido, pues ahora la fábrica u oficina es sencillamente «downsized».

En la Europa continental la flexibilización viene siendo propuesta tanto por empresarios como por los estados miembros de la Unión Europa. En algunos aspectos, para quienes viven fuera de la cultura alemana, resulta incomprensible, además de claramente inconveniente no poder ir a un supermercado un sábado después de las dos de la tarde, pues por costumbres -y por supuesto por ordenamientos legales atábicos, esos establecimientos deben cerrar (al igual que las tiendas. Tanto tiendas como mercados alimenticios permanecen cerrados los domingos: hay excepciones, el primer sábado de cada mes es una de ellas). La flexibilización que está proponiendo el gobierno de Khol permitirá que los mercados abran los sábados y feriados.

En otros países europeos, pero también incluyendo a Alemania, la flexibilización está siendo entendida como una via para crear empleo, mediante un aumento en la movilidad geográfica de los trabajadores , o el desarrollo de empleo a tiempo parcial y la reducción de la jornada laboral.

MAASTRICHT Llegar a Maastricht fue el producto de una evolución que ha resultado revolucionaria si la medimos con cualquier vara. Si observamos lo que siempre fue la historia europea, de luchas, guerras y todo tipo de conflicto para lograr la hegemonía política, el que dos países como Alemania y Francia, estén anclados en el mismo proceso de integración, es sencillamente fascinante.

Maastricht fijó unos plazos y condiciones para que los países adecuaran sus economías a la unión monetaria. Esas condiciones conocidas como de «convergencia» son severas, y una vez que un país ha ingresado en la unión monetaria se compromete a mantener el rigor presupuestario y aumentar la lucha contra la inflación.

De acuerdo a esos criterios, el aumento en la tasa de inflación no puede ser mayor de 1.5 por ciento por encima de la tasa de inflación de los 3 países europeos donde exista mayor estabilidad de precios. En segundo término, las tasas de interés no pueden exceder en más de 2 por ciento el nivel de tasas de los 3 países con los precios más estables. En tercer lugar, la deuda pública total y el déficit fiscal no deben superar el 60 y el 3 por ciento del PIB respectivamente.

Pocos países cumplen hoy en día con esos criterios. El que se salva en todos los exámenes es Luxemburgo y Alemania hasta hace unos meses también ingresaba a ese riguroso y severo club. Quienes definitivamente no aparecían en ninguna de las proyecciones eran los países del sur con una disciplina fiscal laxa: Grecia, España y Portugal, además de otros del centro o el norte que también presentan asombrosas magnitudes de déficit del gasto público, principalmente Bélgica. En cualquier caso, Alemania a la cabeza, viene insistiendo en que hay que cumplir con esos criterios, y ello supone comenzar por poner su casa en orden.

Diferentes estudios y análisis sobre la unión monetaria europea pronostican que, para 1999 cuando se produzca dicha unión, los siguientes países cumplirán con todos los criterios de Masstrich: Alemania, Dinamarca, Finlandia, Francia, Gran Bretaña, Austria, Holanda y Luxemburgo. Por su parte, Bélgica, Grecia, Italia y Suecia lograrán algún grado de éxito pero no suficiente para alcanzar un nivel aceptable en cuanto al nivel de deuda del sector público. A su vez, se estima que Grecia, Italia, Portugal y España, y posiblemente Suecia y Finlandia tampoco lograrán superar el criterio relativo a inflación. Un caso especial es el de Gran Bretaña que tiene el derecho a mantenerse apartado de la unión monetaria, si así lo desea; por ahora tal como están las cosas la idea de adherirse es impopular.

El Libro Blanco

La reducción de los beneficios de la seguridad social, sea por cumplir con los criterios de Maastricht, o sea para hacer más competitiva la mano de obra europea frente a la de otros continentes especialmente Asia y América Latina, será un proceso que ciertamente generará resistencia, pero que puede anticiparse que tendrá algún grado de éxito, con sus variaciones dependiendo del país. Después de todo no se está hablando de desmantelar el sistema, sino de adaptarlo para que siga teniendo factibilidad. Es de anticiparse igualmente, y en ello puede haber perjuicio para los países en desarrollo, entre ellos Venezuela, que tanto la Unión Europea, como Estados Unidos, insistirán en adoptar posturas para combatir lo que denominan el dumping social, que no es otra cosa que la ventaja competitiva derivada de unos costos de mano de obra mucho más reducidos que los que prevalecen en las economías de los países industrializados.

Lo que si luce difícil aproximarse es a la ejecución de estrategias y planes para crear empleo. De nuevo en estos días los líderes comunitarios europeos, junto con los actores sociales, empresarios y sindicatos, están lanzando todo tipo de propuestas, que quiérase o no, giran alrededor de lo ya sabido.

En la no muy lejana época en que Jacques Delors era el Presidente de la Comisión Europea, se hizo un amplio estudio que involucró tanto a los organismos supranacionales como a los gobiernos de los doce que integraban la Unión Europea, y claro está a los empleadores y sindicatos. Ese estudio se conoce como el Libro Blanco, y fue presentado el 5 de diciembre de 1993 en Bruselas. Su ámbito es el del crecimiento, la competitividad y el empleo.

En ese estudio si bien se reconoce que sin crecimiento, y por encima de ciertos límites, es impensable disminuir el desempleo estructural que es el que está afectando precisamente a los países europeos, se destaca que, «el crecimiento no constituye toda la respuesta al problema del desempleo: por tanto hay fundamento para actuar vigorosamente al servicio del empleo. Pero esta acción debe tener en cuenta las especifidades nacionales. Más concretamente, las rigideces del mercado de trabajo, causantes de gran parte del poder estructural europeo, revelan especificidades institucionales, legales o contractuales propias de cada país. El entorno educativo, la legislación laboral, los contratos de trabajo, los sistemas de negociación contractual, la protección social y las condiciones de gestión de las empresas, constituyen los pilares de los sistemas nacionales de empleo y confieren a cada uno de ellos una fisonomía distinta».

En el Libro Blanco se advierte que, una vez más se confirma la convicción de que no existen recetas milagrosas, y que sólo una acción coordinada de los diferentes protagonistas, responsables de cada componente del sistema, podrá transformarlos.

Para crear empleo se requiere seguir invirtiendo en educación y formación, durante toda la vida; aumentar la flexibilidad laboral, acelerar la descentralización, renovar las políticas de empleo y prepararse para enfrentar las nuevas necesidades.

Todo ello debe hacer con una perspectiva de largo plazo. Se estima que para reducir la tasa de desempleo a la mitad de la actual, de aquí al año 2.000, hay que crear otros 10 millones de puestos de trabajo. Para ello hay que crecer pero a una tasa superior a la de los últimos 4 años. En el citado Libro Blanco se expresaba que: si el crecimiento se situara sólo en una tasa próxima a la tasa actual de crecimiento potencial (apenas superior al 2%), la actual intensidad de empleo del crecimiento no sería suficiente para compensar el aumento de la oferta de mano de obra, por lo que el desempleo seguiría aumentando.

Para que la tasa de crecimiento de la economía comunitaria registre un mejoramiento que pueda mantenerse durante años y aumento el componente de empleo del crecimiento es imprescindible adoptar un planteamiento que se asiente sobre tres pilares.

-La creación y mantenimiento de condiciones macroeconómicas que impulsen a las fuerzas del mercado en lugar de ponerles freno. Una actitud resuelta en la adopción de medidas de carácter estructural orientadas a incrementar la competitividad de la industria europea, y una intervención decidida, acompañada de cambios estructurales, en el mercado de trabajo y en a normativa que limita la expansión de determinados sectores (en particular, el de servicios), lo que propiciará la contratación de personal y hará a aumentar el componente de empleo del crecimiento.

Sea por aplicar los criterios de convergencia de Masstricht, o más simplemente, para salvar los empleos que están siendo exportados, el debate y las medidas que se aplicarán, sobre el sistema de seguridad social, tiene ahora una urgencia que no era percibida años atrás por la mayoría de la población. De nuevo se están escuchando voces que solicitan planes y medidas para crear empleo, y de otra vez se vuelve al Libro Blanco, el cual por cierto quedó a la espera de su completa lectura por parte de los agentes sociales.

Las acciones de calle en París y en muchas ciudades del interior de Francia, y las que se están a comenzando a observar en Berlín, Hamburgo y otras poblaciones alemanas, diferentes en su actuación y en los espacios donde se desarrollan parten de motivaciones comunes. Es de esperarse muchas más protestas, a lo largo de la diversa geografía europea, pero también la realización de negociaciones que al final serán las que permitirán mantener las propuestas básicas de seguridad social. En muchas pancartas se podrán leer alusiones a Maastricht, como causante de los recortes en la seguridad social.

Al final, con todo y lo que se esté hacienda en este año para cumplir con los criterios de convergencia de Maastricht, y llegar a 1999 con una moneda y un banco central único, los 15 países de la Unión Europea tendrán que mentirle al tiempo y dejar que suene el reloj sin que nadie lo escuche, sin ninguna fanfarria, sin decir que se llegó a la meta y no estaba nadie para recibir a los que cumplen con esos criterios. Serán muy pocos los países que lo logren, y en esas condiciones, la Unión Europea, tendría que marchar a tres bandas, a diferentes velocidades, toda una calamidad.

De aquí al último año de este siglo habrá ciertamente modificaciones en el régimen de seguridad social europeo, que sin duda tendrán implicaciones sobre modelos nacionales de otros países, como es el caso de Venezuela, que debiera pasar por una de renovación en esta materia. Desde luego hay notables diferencias entre los sistemas de seguridad sociales de esos países y los de Venezuela, incluyendo los niveles de remuneración salarial, demografía y otras variables, pero en los 15 países de la Unión Europea hay espacio para las negociaciones y eventualmente recortes de beneficios, que no cambiarán la esencia misma del sistema de protección social.

En Venezuela, en cambio, de lo que se trata es de negociar sobre lo cuasi inexistente, o lo ineficaz, como son los fondos de pensiones o el seguro social, de lo que se trata es de ir en sentido contrario a Europa, de aumentar los escuálidos beneficios hasta niveles que permitan un régimen de seguridad social digno de ese nombre.

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