Opinión Nacional

La teoría del ñu

Preguntado por la revista Zeta, ¿por qué no cae Chávez?, el veteranísimo Oscar Yánez contestó de una manera tan original como acertada: «Chávez no cae porque es un ñu (vale decir), un animal de las planicies africanas que tiene cabeza de toro, patas de toro y cuernos de toro, pero resulta que no es un toro; entonces si un torero (así sea El Juli) pretende torear al toro, pensando que es toro, el ñu lo mata».

Más adelante en la entrevista, el conocido periodista –que sabe de estas cosas, pues no por nada es lo de «chivo negro» –, se aparta de la zoología y se adentra en la psicología, al rematar: «Chavez actúa de una forma totalmente contraria al político clásico: el político venezolano que quiere pelear con Chávez es un político que actúa como si este fuera otro político igual que él. ¡No! A Chávez no se le puede aplicar los principios clásicos de la lucha política».

Vibraciones atinadas las del tremebundo Oscar. De allí que a riesgo de empastelar la sencillez de su argumento, me atrevo a agregar que su explicación se encuentra en eso que Ibsen Martínez llama la «cultura democrática de la sociedad venezolana».

En efecto. La abrumadora mayoría de nuestros dirigentes políticos, sociales, religiosos, empresariales, civiles y pare usted de contar, de nuevo o viejo cuño, o han sido formadores o han sido formados en la cultura democrática del 58 para acá. Esto es, una cultura política que privilegia el diálogo antes que la imposición, la lucha civil antes que la violencia, el consenso antes que el comando y la pluralidad antes que el exterminio.

No se trata, desde luego, de una cultura paradisíaca, pues la corrupción, la impunidad y el cogollerismo también suelen cobijarse en la componenda disfrazada de tolerancia. Aquí y en cualquier parte. Pero un país con cultura democrática es mil veces preferible a un tipo Corea del Norte, Cuba fidelista y, si a ver vamos, a la propia Venezuela de la Seguridad Nacional o de La Rotunda.

Entre nosotros, desde Douglas Bravo hasta Luis Enrique Ball, pasando por casi todo el paisaje dirigencial del país, de una u otra forma somos tributarios de la cultura democrática. Podemos ser adversarios, incluso radicales, pero eso no significa que el objetivo de la contienda sea la aniquilación del opuesto.

El presidente Chávez, sin embargo, no pertenece a esa cultura política. Más bien la desprecia. Ni por formación ni por instinto se siente cómodo o seguro en ella. La suya es una mezcla de primitivismo seudo-militar con patología fidelera. Patria o muerte. O conmigo 100% o en contra mía 100%. La victoria no es prevalecer sino destruír. La antitésis, por tanto, de la convivencia en democracia.

Simón Alberto Consalvi lo acaba de enunciar en su artículo dominical al escribir: «Un discurso exterminador que trata de cercenarle al otro el derecho a la discrepancia». En el fondo, lo que Oscar Yánez quiere decir con su «teoría del ñu», es que Chávez no juega en el juego de la cultura democrática. Eso hay que reconocerlo, si nos queremos emancipar de esta demencia destructiva.

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