La tortilla volteada
José E. Machado, ilustre historiador venezolano de comienzos del siglo pasado, cuyas obras más conocidas son Cancionero Popular Venezolano y El Día Histórico, publicó en 1921 el libro Viejos Cantos y Viejos Cantores. En él se recoge una composición de Nicolás Pulido, un barinés de alcurnia, de los que “miraron con inquietud y desconfianza” los acontecimientos de la segunda década del siglo diecinueve. Se titula La tortilla volteada y se inicia con los siguientes versos:
La tortilla está volteada
Volteada está la tortilla
Y es función de maravilla
Venir del ser a la nada.
Principió cruda y quemada,
Quedó pésima en sazón
Por ser contra la razón
El tortillero violento;
Y porque sesos al viento
Apoyaron la moción.
Termina con la estrofa:
En metamorfosis tal
Toda admiración es poca
Y jamás podrá la boca
Dar explicación formal;
Ni cabe en ningún detal
Descifrar esta ensalada
Esta hallaca o empanada
Este ajiaco o picadillo,
Esta morcilla o morcillo
De la tortilla volteada.
Uno de los principales atractivos del libro de Machado son las notas al pié de página, en las cuales presenta el contexto histórico de los versos que recoge. Con respecto a La Tortilla Volteada nos dice que se publicó en varios periódicos y revistas, pero nos advierte que en las reproducciones más formales “se han suprimido algunas décimas”, entre otras aquella que empieza:
Barinas será Pedraza
Pedraza será Aranjuez
Y el palacio del Marqués
Cagadero del que pasa
Y explica:
“Para comprender la sátira que hay en estos versos es necesario saber que Pedraza era un lugar inferior a Barinas, y Aranjuez un humilde sitio comparado con Pedraza, de modo que el poeta previó lo que en realidad ha sucedido en aquellas poblaciones, que hoy no conservan sino el recuerdo de su antiguo esplendor. De la señorial morada del Marqués de Pumar sólo quedan las ruinas”.
Si comparásemos los hechos de hace doscientos años y los comentarios de hace cien con la situación actual, tendríamos que, mutatis mutandi, el texto principal y el mutilado pudieran aplicarse a las principales empresas del estado, PDVSA y las industrias básicas de Guayana. Se ha volteado la tortilla. Lo que era productivo, dejó de serlo. Las reivindicaciones de los trabajadores se han abolido. La cooperación entre los factores de producción y la paz social quedaron para el recuerdo. Lo mismo podría decirse de la producción agrícola, de los caminos y la infraestructura; de la electricidad y otros servicios básicos; de la educación y la salud. También, por supuesto, del estado Barinas. Con la excepción de que se han construido nuevos y suntuosos palacios del Marqués, que ocupan su familiares y amigos.
Como dicen los versos, el problema no es tanto que la tortilla se haya volteado sino que “quedó pésima en sazón, por ser contra la razón” y “el tortillero violento”. De tal manera que es fácil constatar que Caracas se transforma en Caricuao, Caricuao en Caucagua, Caucagua en El Tacal, y las joyas de la corona de la modernización de Venezuela, como PDVSA, SIDOR y ALCASA, en lo mismo que el palacio del marqués.
Lo triste es que este deterioro o decadencia no es el resultado de una fatalidad histórica o de lo que los marxistas llaman las condiciones objetivas. Sino la consecuencia inevitable de una voluntad de destruir que tiene como único objetivo la concentración del poder en un caudillo de la misma estirpe de los peores del siglo XIX y como instrumento la utilización de la violencia y del poder militar del que aquellos abusaron.
La revolución, que cuando está históricamente justificada es partera del progreso, cuando es utilizada como una caricatura de sí misma puede llevarnos a convertirnos en lo que lamentablemente ha llegado a ser Haití: un sumidero humano de consignas gloriosas. Una decadencia de tal magnitud que provoca que Baby Doc se transforme en nostalgia. Y conducirnos a una incoherencia tan profunda que los programas dominicales del líder, ahora casi diarios, parezcan racionales.
Como dice José E. Machado en el prefacio al libro que citamos, “la independencia de las colonias españolas de América del Sur es uno de los hechos fatales en la historia, contra el cual nada valían ni la acción represiva de las autoridades peninsulares ni las combinaciones políticas de los hombres de estado”. Pero tratar de equiparar las improvisaciones de los tenientes coroneles de esta hora con esos hechos es una equivocación tan grande como intentar comparar el terrorismo adolescente de Carlos el Chacal, vuelto a la moda, con las gestas de la revolución bolchevique, cuya importancia histórica es indudable, no obstante su lamentable final.