Opinión Nacional

LA VUELTA DE “SANTOS YORME”

.- “Tonto útil”, “desubicado”, “contradictorio”, “amnésico” y “patético” fueron algunos de los adjetivos con los que se calificó a Pompeyo Márquez desde la vicepresidencia de la República cuando, días atrás, abogó por el respeto a los derechos humanos y exigió explicaciones sobre determinadas situaciones que, según la oposición, se estarían produciendo en el país.

Ante los acontecimientos vividos, las posiciones asumidas y las exigencias expresadas por Márquez, era previsible que el gobierno respondiera, tratando de descalificar lo que estaba ocurriendo, de señalar a la oposición como “terrorista” para legitimar sus acciones y de minimizar el impacto nacional e internacional de tales denuncias.

A pesar de todo, los calificativos suenan injustos, desmesurados y hasta absurdos. Pero, más allá de estas consideraciones, lo importante es tratar de determinar qué pudo motivar esa respuesta de alguien que, como Márquez, proviene de la izquierda, compartió con él los difíciles años sesenta y fue dos veces candidato presidencial del partido que por años el veterano dirigente condujo.

Obviamente, una de las posibles causas es la situación de crisis por la que atraviesa el país, en la que dos bandos están en pugna y uno de ellos asume esto como una guerra.

Otra estaría relacionada con lo que significa Pompeyo Márquez. Autodidacta y sin profesión, este hombre comenzó en la política a los 14 años, repartiendo periódicos de la Federación de Estudiantes de Venezuela (FEV). Luego de mirar al comunismo, comenzó a escalar posiciones dentro de su partido, hasta que, como consecuencia de la huelga petrolera que adelantaron los sindicatos contra las transnacionales y contra la Junta de Gobierno presidida por el teniente coronel Carlos Delgado Chalbaud (1950), asumió la secretaría general del Partido Comunista (PC) durante casi ocho años.

Márquez o “Santos Yorme” fue uno de los altos dirigentes políticos que no cayó preso durante los gobiernos militares que tuvo el país entre 1948 y 1958. El aparato de seguridad de la organización que dirigía, su agilidad y su olfato fueron clave para sobrevivir en la clandestinidad.

El hecho de que este personaje fuera el vocero de la oposición, tuvo, posiblemente, un “objetivo icónico”; es decir, su sola presencia, en un momento en el cual se estaban librando batallas callejeras “similares” a las vividas días anteriores de la huida del general Marcos Pérez Jiménez, buscó transportar a la gente a ese momento, tratar de asociar ambos movimientos y estimular una lucha que, 46 años atrás, se adelantó contra una dictadura que poco respetó los derechos humanos.

Esta jugada no se la podría “tragar” una clase política que desde su llegada al poder ha manejado con gran acierto los íconos, ha manejado la historia a su manera y es muy bueno en el arte de la propaganda política.

Asimismo, otra jugada opositora imperdonable para el gobierno fue hacer un símil entre la extraña muerte de un ex trabajador petrolero -presuntamente asesinado de un tiro a quemarropa por la espalda- y el asesinato de Alberto Lovera, hecho cometido por la policía política en los comienzos de la era democrática.

Usar ese hecho para ejemplificar lo ocurrido era arrebatarle de las manos el argumento utilizado por el gobierno para calificar de “asesinos” y de “violadores” a los protagonistas de los gobiernos democráticos que lo antecedieron, desmontar su sistema de argumentación y llevar un mensaje muy claro a los elementos de la izquierda que apoyan al presidente Chávez: se está haciendo lo mismo contra lo que durante años se luchó.

Por otra parte, se dirigió un mensaje claro y contundente al público nacional e internacional: el gobierno que dijo respetar los derechos humanos, que no reprimiría una manifestación del pueblo y que nunca más utilizaría cualquier componente de la Fuerza Armada Nacional para controlar al pueblo estaría rompiendo su palabra y, peor aún, infringiendo normas que ellos mismos establecieron. La respuesta, pues, era previsible.

Valgan estas líneas para la reflexión y para tratar de “lavar” un poco la cara de “Santos Yorme”, ese gran dirigente político llamado Pompeyo Márquez, quien merece el respeto y la admiración de todos y de quien deberían aprender muchos de los que hoy, como erróneamente ayer, dicen llamarse “dirigentes políticos”.

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