Opinión Nacional

Las desgracias de Goliat

Las desgracias no vienen solas, solían decir los abuelos. El Gobierno debe estar repitiéndose lo mismo. Explota otra tragedia en una de las cárceles del país, se cae un puentecito que pone en emergencia a un tercio de Venezuela, los actos electorales del Gobierno todos parecen pasados por agua (por lo aguados que son) y, para colmo, con un público que por más que se seleccione le sale respondón a un presidente cada vez más intolerante.

Hemos dicho que estas son desgracias del Gobierno. La verdadera desdicha es que también son del país. El Gobierno es más bien el responsable y, para una administración cuya única preocupación parece ser mantenerse en el poder, no haya cómo ocultar esa realidad, mitigarla o esquivarla, tal y como había logrado hacer en todos estos años de gestión.

La caída del puente de Cúpira era una verdad más que anunciada. No había que ser ingeniero ni experto en vialidad y obras públicas para darse cuenta de que el amasijo de fierros viejos por los que llevamos transitando más de 50 años en cualquier momento iba a colapsar. Tal y como ocurrió en su oportunidad con la vialidad de Clarines, el puente se vino abajo tras el paso de una descomunal grúa, cuyos echados oficiales y fiscales de la temida alcabala de Cúpira, o cualquiera de las previas, dejaron pasar como si se tratara de cualquier cosa.

El problema fue el sobrepeso, no la falta de mantenimiento, declaró el vicepresidente en un encuentro con la gobernadora encargada de Miranda, el cual sirvió para un «cortés» intercambio mínimo de palabras de un gobierno acostumbrado a no bajar de las alturas y menos aún a colaborar con otros poderes.

Sobre lo ocurrido en Yare, el asunto no puede ser más escabroso y truculento. Lo que pasa en nuestras cárceles es la manifestación más dramática de cómo los procedimientos alternativos de resolución de problemas que tiene esta administración no sólo no resuelven nada sino más bien los agrava, como mostró el diálogo del propio Presidente con los ilegales y, por defecto, jefes de las cárceles del país (pranes), pues no sólo siguen manteniendo el control de unos recintos que deberían ser de exclusiva competencia del Estado, sino que ahora parece que lo hacen con el poder deliberante que el propio Gobierno les ha dado. El asunto es tan penoso y fuera de toda lógica que cada vez que declara o explica algún funcionario al respecto lo único que queda en claro es que este Gobierno nunca podrá con ese drama que viven los reclusos del país y sus familiares.

Por último, el pueblo convocado por el partido de gobierno no hace sino reclamarle y criticarle al Presidente muchos de los errores y deficiencias que tiene su gobierno. La gira por el estado Bolívar no pudo ser más demostrativa. Todo el país vio al Gobierno de la autocrítica revolucionaria no tolerar un solo reclamo, una sola pregunta incómoda, un solo desacuerdo con los designios del máximo.

La calentera es inocultable. Todo parece estarse confabulando en contra de lo que aún creen como un imposible, perder las elecciones.

En contraste, tenemos a un candidato con un discurso amigable, cercano y que despierta la admiración de una juventud venezolana que no quiere parecerse a quienes nos gobiernan y que va camino a concretar el bíblico pasaje que tantas veces inspira a los débiles, a los inteligentes y a los justos cuando se enfrentan con la fuerza, la brutalidad y la injusticia.

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