Opinión Nacional

Lenguaje inmaduro

La importancia del lenguaje está fuera de duda. No se trata de revivir la doctrina filosófica medieval conocida como nominalismo, sino de darle al lenguaje, a la palabra, su verdadera jerarquía.

No hay actividad humana donde no esté presente la palabra. En algunas esto es más notable que en otras, pero en todas el lenguaje juega un papel esencial.

La política es una de las actividades que más lo necesitan. Sin el lenguaje no habría política. Es muy significativo que casi todos los actos de gobierno requieren, para su validez y vigencia, ser llevados al lenguaje escrito y publicados en la Gaceta Oficial.

Puede decirse que la política es lenguaje, es palabra.

En particular en la más alta expresión política, que es el arte de gobernar. Se gobierna con palabras, primero en la discusión de los asuntos de gobierno y en la toma de decisiones, y luego en la ejecución de las decisiones a que se llegue.

Por ello una de las máximas virtudes del buen gobernante es el dominio del lenguaje, saber emplear las palabras en su labor de gobierno. Lo primero que en tal sentido debe saber el gobernante es que en materia de lenguaje una cosa es ser dirigente en la brega por el poder, y otra ser gobernante. El dirigente emplea necesariamente un lenguaje mitinesco, del cual debe olvidarse el gobernante una vez que asume el ejercicio del poder.

El manejo del lenguaje es uno de los indicios de madurez del gobernante.

Desde luego que la madurez es esencial en este.

Nada hay más lamentable y peligroso que la inmadurez de quienes deben ejercer las funciones de gobierno, y nada más ajeno a estas que la conducta infantilista a que conduce la falta de madurez. El gobernante debe ser el más preclaro exponente de la vieja idea romana del «buen padre de familia». Y, como ya dije, nada como el lenguaje para conocer el índice de madurez de las personas, en particular del gobernante.

Si bien los excesos del lenguaje son condenables en toda actividad humana, lo son mucho más en el gobernante. Con el líder, en su lucha por alcanzar el poder, puede tenerse cierto nivel de tolerancia en cuanto al lenguaje. Pero con el gobernante la tolerancia está vedada particularmente en cuanto al lenguaje escatológico. En quienes ejercen las funciones de gobierno la procacidad, el insulto, la difamación, la injuria son signos inequívocos de inmadurez, y por tanto de incapacidad para gobernar. Aunque no es lo mismo un lenguaje escatológico y grosero que un lenguaje enérgico, que muchas veces debe emplear el gobernante.

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