¿Libertad, igualdad, fraternidad?
El pasado 14 de julio se cumplieron 222 años de la Toma de La Bastilla. Con tres valores: libertad, igualdad y fraternidad, la chispa revolucionaria francesa encendió el Nuevo Mundo que, contagiado con las ideas libertarias de Estados Unidos, dio la energía necesaria para consolidar los movimientos independentistas. De allí que hayamos podido conmemorar el bicentenario de nuestra Independencia.
Sin embargo, no tenemos mucho que celebrar. Si revisamos ese legado excepcional, encontramos que hoy en Venezuela, estos no existen.
Conforme al DRAE, la libertad, se refiere «a la facultad que se disfruta en las naciones bien gobernadas de hacer y decir cuanto no se oponga a las leyes ni a las buenas costumbres»; la igualdad es «el principio que reconoce a todos los ciudadanos capacidad para los mismos derechos»; y la fraternidad es «la amistad o afecto entre hermanos o entre los que se tratan como tales». Comencemos por este último. El nivel de violencia que se vive en el país es alarmante. Nuestra contaminación emocional llega al punto de que ya no nos reconocemos en el otro.
Pero estos niveles se incrementan cuando el tema político entra en escena. Sin buscar sus causas y sólo constatando un hecho, esta triste realidad viene agravándose, y olvidamos que somos seres humanos, venezolanos, con una rica herencia cultural llena de valores que debemos rescatar.
En cuanto a la igualdad, sabemos que no existe y que este Gobierno se ha encargado de vulnerarla de manera grosera. No todos tenemos los mismos derechos ante la ley, porque estos ya no dependen de lo establecido en la Constitución y en las leyes, sino del capricho del «comandante presidente». La libertad nadie puede ejercerla porque, de nuevo, dependemos de la voluntad de aquel. Con un Poder Judicial genuflexo, cuya existencia es cuestionada por la propia presidenta del TSJ, quien afirma que está al servicio de la «revolución» y por tanto no de la justicia, los ciudadanos comunes estamos a merced de todo tipo de arbitrariedades, pero más aún quienes asumen un papel que disguste al Gobierno. El trato que reciben los numerosos presos políticos, son una muestra. Vemos cómo a Globovisión se le abre un procedimiento administrativo, que persigue llevarlo a la quiebra, por informar lo que sucedía en Rodeo I y II; mientras VTV trasmite el llamado que impunemente hace Adán Chávez a las armas, sin que ello acarree algún tipo de responsabilidad.
No podemos olvidar tampoco que el general Usón pasó cinco años preso por explicar el funcionamiento de un lanzallamas, y que se le sigue juicio a otro digno oficial, el general Vivas, por manifestar su disconformidad con la implementación de ese nefasto lema «Patria, socialismo o muerte»; Álvarez Paz ha sido condenado a dos años de prisión por opinar que Venezuela es un paraíso para el narcotráfico, y la jueza Afiuni está presa por hacer respetar la ley.
Y mientras esto ocurre, sujetos como Mario Silva hacen lo que les provoca con absoluta «libertad» aupados y protegidos por este régimen. Las últimas expresiones utilizadas por Silva, en relación con una respetada e ilustre dama venezolana no sólo son constitutivos de delitos, sino una cobardía. Pero lo más grave es que no se trata de un hecho aislado, sino que la conducta de ese sujeto es reiterada hasta la saciedad, y que numerosos ciudadanos son víctimas de sus difamaciones e injurias sin que la Fiscalía ni los tribunales se atrevan a ponerlo en su lugar y a exigirle sus responsabilidades. Así, sintiéndose apoyado e inmune, pretende continuar con sus infames atropellos y sucio proceder. Existen acciones legales en su contra, pero éstas nunca prosperan.
¿Libertad, igualdad? Los derechos no se piden, se conquistan.
