Opinión Nacional

Literatura comprometida. A 70 años de André Gide

El escritor francés André Gide fue uno de los pocos que, rompiendo con los pactos de fidelidad a la causa, se permitió hablar con libertad de la Revolución Soviética cuando todavía contaba con el pleno apoyo de la comunidad intelectual. La escritora Ana Teresa Torres revisita los documentos y actuaciones que hacen de él un caso emblemático en el tema de los compromisos de la conciencia.

Uno cree que toma partido; es el partido quien lo toma a uno.

André Gide

En 1950, compilado por Ivonne Davet, fue publicado por Gallimard un volumen titulado Litérature engagée que contiene cartas, artículos, conferencias, discursos y otros documentos de André Gide (1869-1951), aparecidos entre 1930 y 1937, tiempo de su fervor, y al mismo tiempo, decepción por la Revolución Soviética. Abre y cierra con artículos de Jean Guéhenno, quien fue su amigo pero también duro adversario. Con “Alma, mi bella alma”1(publicado en noviembre de 1930, en Europe, revista que entonces dirigía,), se inicia lo que será su acusación final, y en un sentido mas amplio, la de sus compañeros de viaje revolucionario: Gide es un ser con destino feliz, y a diferencia de los hombres ordinarios que emprenden “guerras, huelgas y revoluciones” es una “bella alma que de un golpe de alas se remonta en los cielos”. La respuesta de Gide fue entonces amable y moderada, pero el centro de la polémica estaba trazado. El intelectual ¿es alguien que cumple su deber elevándose a los perfectos terrenos de la creación, o es un ser que debe justificar su existencia acompañando a los hombres ordinarios en sus luchas? Para nosotros, lectores contemporáneos, salta a la vista que la crítica no tiene nada que ver con la calidad de su obra sino con su condición moral, e incluso social. Gide fue un escritor burgués, que de acuerdo a su propio relato, nunca se vio obligado a trabajar para ganarse la vida, y nunca acometió una guerra, una revolución, ni siquiera una huelga. Sin embargo, paralelamente a su extensa y admirable producción que mereció el Premio Nobel en 1947, tuvo una destacada participación en la acción política de los intelectuales europeos durante los años previos a la segunda guerra mundial. Por el contrario, el origen de Jean Guéhenno (1890-1970) fue muy diferente; nacido en una familia pobre comenzó a trabajar en una fábrica desde su adolescencia, y superando todos los obstáculos se graduó en la Ecole Normale Supérieur. Devino un alto funcionario y alcanzó los grandes honores de la literatura francesa a lo largo de una vida compartida entre la escritura, la lucha contra el fascismo y la reivindicación de la clase obrera .

De la premisa que Guéhenno maneja con toda naturalidad se desprende el origen del “compromiso intelectual”: aquellos que no participan de estas luchas son seres dedicados a la creación de “dramas ilusorios”, rechazan la vida, se mantienen “lejos del tumulto y fuera del mundo, se reúnen y mantienen admirables e ineficaces propósitos.” Son moralmente condenables por su inacción y dedicación al arte. Frente al drama “ilusorio”, para Guéhenno, el “verdadero” lo constituye el compromiso activo con las luchas de los “hombres ordinarios”. Todo lo demás es literatura, podríamos decir. Todavía en estos años 30 la noción de “conciencia critica” no había tomado la definición que después le daría Sartre, como acción propia del pensamiento y la creación del intelectual “de izquierda” que aporta su trabajo para la transformación social; aquí es radicalmente otra cosa: sólo se salva quien acompaña la guerra, la revolución, o al menos la huelga. Quien no ha luchado al lado del pueblo, nada merece por sus “ineficaces propósitos”. Esta propuesta, que puede escandalizarnos hoy en su concepción dogmática, es, sin embargo, la que es necesario comprender como subyacente al tratamiento de los intelectuales en la posterior evolución del socialismo soviético y sus derivados; cualquier signo (o sospecha) de desviación o traición debe ser castigado con la cárcel, el exilio, el olvido, y la muerte, si es preciso. El intelectual apartado de la causa del pueblo es su enemigo. Con Jean Guéhenno habla el pensamiento revolucionario.

Avancemos. En 1932 tiene lugar en Amsterdam el Gran Congreso Mundial contra la Guerra, promovido por un comité de intelectuales en el que participan, entre otros, John Dos Passos, Máximo Gorki, Albert Einstein, Romain Rolland, Karl Kraus y Valle Inclán. Son los tiempos en que la amenaza de una guerra mundial comienza a alertar las conciencias europeas. André Gide incluye su firma, aunque no asiste, y envía el documento a sus amigos Roger Martín du Gard y Paúl Valéry. Los firmantes solicitan detener el conflicto bélico que se avecina y reaccionan al fracaso de la Conferencia por el Desarme, que durante dos años había sesionado en Lausanne sin lograr su fin. Poco después, y paralelamente a la Asociación de Escritores Soviéticos (AES), fundada en la URSS, aparece en Francia la Asociación de Escritores y Artistas Revolucionarios (AEAR), que dirige una circular a los intelectuales simpatizantes con la Revolución Soviética para organizarse en un frente común de lucha. Muy especialmente solicitan la adhesión de Gide, quien acepta presidir las reuniones y pertenecer al comité de la revista Commune, y luego al de Regards, ambas publicaciones de filiación comunista. Sin embargo, rehúsa inscribirse en la AEAR. Su respuesta es tajante: declara su admiración por la URSS pero un compromiso de esa naturaleza le impediría escribir. “Sería para mi la esterilidad”. No podría escribir de acuerdo a los principios de una carta. Reitera su compromiso en “los hechos”, pero “escribir bajo consigna” es inaceptable. El drama de Gide ha comenzado. El drama de un hombre educado en las estrictas normas del código ético protestante y en el respeto de la ley de Dios, aunque no sea creyente. Si acepta un compromiso debe cumplirlo. Si pertenece a una organización, sea la AEAR o luego el Partido Comunista, deberá no solo aportar su ayuda en los hechos sino comprometer la fe. Si Guéhenno es alguien que cree en el compromiso, Gide también. Pero el primero cree en la lucha del pueblo como mandamiento principal de la acción y el pensamiento; el segundo en su conciencia. Ambos son inquebrantables. Con André Gide, más allá de su fe en el comunismo, habla el pensamiento liberal.

Continúan los ataques en Europe. “Los pensamientos del Sr. Gide parecerían demasiado frecuentemente no costarle nada. Eso lleva a decir que el Sr. Gide no ha sufrido suficientemente… Su historia me parece ser la de una lenta conversión a lo humano”, dice Guéhenno. De nuevo el acusado expide una respuesta amable y moderada. Sabe que nada de estos ataques toca su presencia en la literatura y que no es a su obra adonde se dirigen. Guéhenno y Gide están hablando de un problema moral.

En enero de 1933, en respuesta al triunfo del partido nazi, con Guéhenno, André Malraux y otros intelectuales, asiste y preside la manifestación organizada por la AEAR y pronuncia su alocución “Fascismo”. A ello siguen las protestas dirigidas a la prensa y a la Embajada alemana por los arrestos de militantes comunistas, socialistas, y judíos, dictados por Hitler a consecuencia del incendio del Reichstag, provocado por agentes a su servicio, y la persecución contra los intelectuales alemanes “apolíticos”, es decir, no afectos al nazismo. En su alocución enfrenta probablemente el primer problema ético que le causará su adhesión a la URSS. Llama a la unión internacional de la clase obrera y denuncia que una gran parte del pueblo alemán ha sido reprimido y dejado sin voz. Entonces añade: “Pudieran decirme que lo mismo ocurre en la URSS”. Se defiende así contra una acusación que él mismo se hace, y, para disculparse, añade que el fin justifica los medios; al advertir su contradicción, explica: “en el terrorismo alemán veo una vuelta al mas detestable pasado. En el establecimiento de la sociedad soviética una ilimitada promesa de porvenir”. Esta mirada utópica no lo abandonara en mucho tiempo. Es necesario esperar para que el comunismo soviético establezca la felicidad de los hombres, y -lo que es para él condición de esa felicidad- el esplendor del arte producido en libertad por todos. Sin embargo, su alocución produjo algunos ataques. La mención de que en la URSS las cosas pudieran no ir tan bien como es necesario proclamar, le valió el titulo de “renegado”, del que, a su vez, se defiende en una carta a la juventud de la URSS en la que afirma haber siempre protestado contra “las confortables creencias sobre las que se apoya su inicuo bienestar”. El tormento por su origen de clase no lo abandonará nunca.

Ese mismo año tuvieron lugar dos representaciones teatrales de su obra Les Caves du Vatican, y el poeta Louis Aragón, desde Moscú, le escribe a propósito de una adaptación cinematográfica en la que estarían interesadas dos organizaciones del cine soviético. Enfatiza Aragón que subraye su consentimiento a la libertad política de interpretación que debe conceder a los realizadores. “Le escribo enseguida -contesta Gide- para cortar de una vez un trabajo inútil. Lamentándolo mucho, porque me hubiese hecho feliz trabajar por y con la URSS. En todo caso nada de esto cambia mis sentimientos ni por la URSS… ni por usted”. Lo que le pedía Aragón era, precisamente, la primera confirmación de su temor: ser un escritor bajo consigna.

Su presencia era constantemente requerida en los actos políticos convocados por la inteligentzia. Meses después fue invitado a participar en el Congreso Mundial de la Juventud contra el Fascismo en París. De la misma manera en que no se inscribió en la Internacional de Estudiantes Revolucionarios, no quiso asistir a ese congreso ni aceptó que su nombre figurara en el programa, alegando que no estaba hecho para las reuniones públicas. Se ve de nuevo apresado en este dilema permanente entre querer participar en la lucha política, y, al mismo tiempo, proteger su conciencia individual, temerosa de que al aceptar la consigna grupal su conciencia (y su escritura) se vería dañada. “Déjenme escribir lo que tengo que escribir, así seré de mejor y mas duradera ayuda”, escribe en comunicación al Congreso.

A finales de 1933 ocurrió el proceso de Leipzig. Tres comunistas búlgaros, Dimitrov, Tanev y Popov, así como un alemán de nombre Torgler, son encarcelados como responsables del incendio del Reichstag. Gide preside entonces un mitin de protesta en París al que asisten los familiares de los detenidos. Viaja luego con André Malraux a Berlín para intervenir en su favor frente al ministro Goebbels. Sin embargo, no asiste a un nuevo mitin en París, en la salle Wagram, en enero de 1934, bajo la presidencia de honor de Malraux, y de él mismo. Le escribe a la madre de Dimitrov que un viaje a Italia le impide estar presente. El Comité Dimitrov, que no representaba ningún partido político, probablemente era para él un magnifico ejemplo del ejercicio de su conciencia individual contra el fascismo. No dudó en viajar a Berlín con la intención de entrevistarse con Goebbels, pero prefirió la ausencia en el mitin de París. Los detenidos fueron liberados poco después.

Si bien con frecuencia participaba en acciones políticas, y firmaba cartas y documentos, rechazó consistentemente el compromiso de inscribirse en las asociaciones. Tampoco lo hizo en el Partido Comunista. “La unión libre, me parece, en esto como en otras circunstancias, mejor que el matrimonio”. Entre 1933 y 1934 resume sus ideas sobre este tema:

“El artista debe tener como primera preocupación conservar intacta la integridad de su pensamiento. Lo sé muy bien porque después que mi espíritu se encuentra acaparado por los problemas sociales, después que mi corazón late por la URSS, no he escrito nada, no he podido escribir. Declaro mi adhesión al comunismo pero rechazo inscribirme en el partido; he rechazado igualmente inscribirme en la AEAR porque no estoy convencido de que mis escritos, si vuelvo a escribir, sean de una naturaleza satisfactoria con sus exigencias; prefiero callarme antes que hablar bajo un dictado, si este debe falsear mi voz”.

De la premisa de Guéhenno según la cual el artista debía ser un actor que acompañara directamente a “los hombres ordinarios” (en guerras, revoluciones y huelgas), pasamos a un segundo momento del compromiso. Victoriosa la revolución que consagra al pueblo en el poder, la lucha toma otros caminos. El arte debe representar el triunfo de la clase obrera. Comienza el realismo socialista. Gide polemiza ahora con Paúl Nizan que propone una filosofía proletaria. El “pienso luego existo” es igual para el obrero y el rentista –argumenta-, lo abominable es que el sistema social prive al obrero de pensar.

“Estimo que la URSS no habrá definitivamente triunfado hasta el día en que pueda producir obras completamente libres del problema de la lucha de clases (…), obras que no buscarán otra cosa que ser bellas y emotivas para mayor alegría de una nueva humanidad, rejuvenecida, no contrahecha por una presión social ni inclinada por ningún dogma, así sea marxista”.

En busca de esa hora André Gide visitará la URSS, pero por ahora, en 1934, no asiste al Primer Congreso de Escritores Soviéticos, convocado por la AES, en el que estarán presentes cuatro escritores franceses, André Malraux, Jean-Richard Bloch, Paúl Nizan y Vladimir Pozner. Gide envía un mensaje que fue leído en ruso, y en el que propone una suerte de oximoron: el individualismo comunista. “Cada artista es necesariamente individualista por mas fuerte que sean sus convicciones comunistas”. No conocemos las reacciones a tal afirmación, pero en aquel momento la Revolución Soviética vivía aires libertarios. A las declaraciones de Boukharin, según las cuales la revolución una vez victoriosa será el terreno propicio para la eclosión del individuo, se unen las voces de Ilya Ehrenbourg, Pasternak y Karl Radek. Todos defienden la obra artística como un acto individual que no puede convertirse en obra oficial o de partido. Ehrenbourg, durante el período de depuración posterior, tendrá que retractarse. Pasternak se inclinará dolorosamente; a consecuencia del proceso de Moscú en 1936 Boukharin será ejecutado y Radek condenado a diez años de prisión.

En contrapartida a su ausencia Gide preside en el Palais de la Mutualité en París una convocatoria de la AEAR para escuchar los resultados del congreso. Frente a cuatro mil quinientas personas pronuncia su discurso “Literatura y revolución”. En sus palabras, sin ninguna vacilación, defiende vigorosamente la libertad de creación y resiste su servicio a la causa revolucionaria. Particularmente se opone al articulo 7º de los estatutos de la Unión de Escritores Soviéticos (que reemplazará a la AES), según el cual “el fin principal de la UES es la creación de obras de gran significación artística, llenas de la lucha heroica del proletariado internacional, del patetismo de la victoria del socialismo, que describan la gran sabiduría y heroísmo del Partido Comunista”. Esta consigna es la plena consagración del realismo socialista, y para Gide inaceptable. Sin embargo, su fe no decae. O mejor dicho, su esperanza: “que el triunfo de la URSS permita el advenimiento de una literatura alegre. Lo que es todavía una utopía, debe convertirse en la URSS en realidad”.

La “Unión por la verdad” (“Hogar del espíritu libre”) realizó en enero de 1935 un debate denominado “André Gide y nuestro tiempo”. Gide insistió en que acudieran no sólo sus amigos sino sus más encarnizados críticos, y estuvieron presentes, entre otros, Gabriel Marcel, Jacques Maritain, Francois Mauriac, Guéhenno, y el más duro de sus adversarios, Henri Massis. Durante más de dos horas Gide contestó preguntas y cuestionamientos acerca de su pensamiento político. A la pregunta de si la noción de “individualismo comunista” sería aceptado por la ortodoxia, respondió: “Quiero creer que el entendimiento entre el arte y la doctrina es posible. Pero debo confesar que el punto de acuerdo y fusión no lo he podido obtener hasta el presente.” El filósofo católico Maritain le propuso que su adhesión comunista le parecía un sustituto de la vida evangélica que siempre había buscado, y que sus aspiraciones de progreso y cultura como condiciones humanas de la civilización serían consideradas ideas pequeño burguesas a los ojos del marxismo ortodoxo. Gide respondió que si la sociedad fuera verdaderamente cristiana no sería necesario el comunismo.

Pero lo más significativo del debate no fue la diatriba filosófica política que suscitaron tan importantes intelectuales, sino la confesión de lo que en otro momento había llamado “su gran sacrificio”. Tenía varios años sin escribir.

Lo que me impide escribir es el miedo a no estar dentro de la norma. Me he declarado siempre enemigo de todas las ortodoxias. La del marxismo me parece hoy tan peligrosa como otras; peligrosa para la obra de arte (…). Puede ser conveniente que haya una consigna (en el Partido Comunista) pero la obra de arte no puede responder a una consigna. Si para escribir necesito la aprobación del partido, prefiero no escribir aunque apruebe al partido.

En junio de 1935 se reunieron en París 230 delegados de 38 países en el I Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura, convocado por iniciativa de algunos escritores franceses y presididos por André Gide y André Malraux. Como resultado del mismo se nombró un comité internacional integrado por 12 miembros (Henri Barbusse, Romain Rolland, Heinrich Mann, Thomas Mann, Máximo Gorki, Forster, Aldous Huxley, Bernard Shaw, Sinclair Lewis, Selma Lagerlof, Valle Inclán y Gide). En su alocución insistió en que sería en el comunismo donde la particularidad de cada individuo podría desplegarse. “Lo que esperamos del comunismo es un estado social que permita la máxima expansión de cada hombre, la puesta en vigor de todas sus posibilidades”. Esta era, entonces, su convicción.

En el congreso se suscitó una situación controvertida. Magdeleine Paz y Charles Plisnier, comunistas franceses disidentes, pidieron un derecho de palabra para plantear el caso de Víctor Serge. La propuesta fue combatida por la delegación soviética y otros intelectuales, pero lograron sortear el obstáculo. Serge era ciudadano belga, de origen ruso, y estaba encarcelado en la Unión Soviética por su disidencia contra el estalinismo. Prudente, pero firme, André Gide escribió una carta al Embajador de la URSS en Francia en la cual explicaba que el espíritu crítico de los occidentales requería que se precisaran las causas de la condena, y que, de no haberlas, se comprometía la conducta moral de la revolución. No conocemos la respuesta del embajador, pero, sin duda, la acción de Gide era coherente con su afirmación anterior: la defensa por la particularidad de cada individuo.

Finalmente llegó el esperado momento de constatar sus esperanzas. “El destino de la cultura está ligado en nuestros espíritus al propio destino de la URSS. Nosotros lo defenderemos”. Estas palabras fueron pronunciadas por André Gide el 20 de junio de 1936 en la Plaza Roja de Moscú en su discurso para los funerales de Máximo Gorki. Había apresurado el viaje por las noticias de la enfermedad de Gorki, a quien deseaba conocer, pero llegó a Moscú el mismo día de su muerte. Lleno de entusiasmo, dispuesto a ver con sus propios ojos “una tierra donde la utopía estaba en vías de trocarse en realidad”, recibió con la mayor alegría los honores y atenciones que le dispensaron en su gira. Estaba en la URSS, donde “siendo revolucionario el escritor no es más un opositor”, y podía escribir en pleno entendimiento con su pueblo. Una nota al pie en la publicación recoge su decepción: “Es aquí donde me engañaba. Debí bien pronto, lamentablemente, reconocerlo”. Recorrió el país con la convicción de que la revolución terminaría por triunfar y asegurando que “los errores particulares de un país no pueden bastar para comprometer la verdad de una causa revolucionaria universal”. Así escribe el hombre convencido de una verdad, pero que, al mismo tiempo, no puede dejar de preguntarse si esa verdad ha sido puesta en práctica.

Sus primeras descripciones en Regreso de la URSS (Gallimard, 1936) son, podría decirse, idílicas. Recrea imágenes que lo deslumbran por su alegría y sencillez; casas de obreros, campamentos de niños, escuelas rurales, parques de cultura en los que siente un “fervor jubiloso” de juegos, danzas, deportes, salas de lectura, cines, bibliotecas, teatros, piscinas. Cuerpos perfectos de jóvenes atléticos, mujeres, niños, ancianos, todos dando muestras de gran felicidad. Pero poco a poco el lector advierte que el recuento va perdiendo entusiasmo. El narrador comienza a ver largas colas para obtener cualquier cosa, objetos de mala calidad porque el Estado, al no tener competidores, no se preocupa por mejorar los productos. Empieza a pensar en Francia, en el gusto y afán de los franceses por ofrecer las mejores selecciones, en la diversidad de pensamiento de sus compatriotas, que ahora compara con seres uniformados y conformistas. Duda de la productividad de los Kolhos, de la educación sin crítica, de la absoluta ignorancia de lo que ocurre en Occidente, de la ingenua convicción de los rusos en cuanto a que lo que sucede en la URSS es lo mejor del mundo, y de sus opiniones conformadas por Pravda, según las cuales en Francia los obreros son desdichados, a los niños les pegan en las escuelas, y ni siquiera hay metro en París. Concluye “Lo que ahora se pide es la aceptación, el conformismo. Lo que se quiere y exige es una aprobación de todo cuanto se hace en la URSS”.

¿Qué más observa este creyente a punto de perder la fe? La omnipresencia de Stalin, quizá; no hay casa, por más humilde y sórdida, que no haya reemplazado el icono por su imagen, no hay discurso que no lo alabe. Detalles, mínimas situaciones que el escritor no quiere dejar pasar. Cuando atraviesan Georgia y se detienen en el pueblo donde nació Stalin, siente el impulso de enviarle un telegrama. Comete un error: se dirige a él con la fórmula “usted”. No es suficiente escribir “usted” -le dicen-, debe añadir algo; por ejemplo, “jefe de los trabajadores”, o “maestro de pueblos”. Ya ha comprobado que se producen “retoques” en las traducciones de sus discursos y declara que no reconocerá como suyos los textos que aparezcan en ruso. No acepta que se incluya en sus declaraciones que la juventud francesa no lo ama, ni que se compromete a no volver a escribir sino para el pueblo. El Discurso a la Gente de Letras de Leningrado no puede ser pronunciado en su día (lo será después). “No está en línea ni en la nota”. Algunas correcciones le son sugeridas: cuando dice “el porvenir de la URSS se dibuja poderosamente”, debe decir “el porvenir glorioso”. Cuando se refiere a “los grandes espíritus de la monarquía”, debe eliminar “grandes”. Pequeños asuntos de palabras que, como escritor, le resultan imponentes. Finalmente su discurso termina siendo una expresión de amor por la literatura rusa.

Pero hay más. Observa la total supresión de la oposición y de la religión (no es creyente pero reconoce el derecho de los demás a serlo). La conformación de nuevas clases sociales, el aburguesamiento de la burocracia, la conformación del artista como alguien que debe “estar en línea”, la consideración de la belleza como un valor burgués. Piensa en “la inapreciable libertad de pensamiento que gozamos todavía en Francia” y concluye: “Sí, dictadura, evidentemente, pero la de un hombre y no ya la de los proletarios unidos, de los Soviets”. Más duramente todavía afirma: “Dudo que en ningún otro país, aun cuando fuera la Alemania de Hitler, el espíritu es menos libre, más doblegado, más temeroso (aterrorizado), más avasallado”.

Decide escribir sus impresiones. “Si me equivoqué al principio, lo mejor es reconocer cuanto antes mi error, porque aquí soy responsable de aquellos a quienes arrastra el error”. La publicación de su libro Regreso de la URSS, apenas a cuatro meses del viaje, fue el comienzo del fin. A partir de entonces los ataques contra Gide surgieron en forma constante, y podría decirse que no han cesado porque hasta la fecha quedó enclaustrado en la etiqueta de “escritor de derecha”, e incluso se le adjudicaron calumniosas simpatías con el nazismo. Se llegó a insinuar –dirá más adelante- que se sintió “contrariado” en la URSS por las nuevas leyes soviéticas contra la homosexualidad. En diciembre de 1936, un mes después de la publicación, le escribe a un destinatario anónimo las razones de su decepción:

Es tiempo de abrir los ojos a este abominable fracaso (…). Las diferencias de salario aumentan, las clases sociales se reconstruyen, la burocracia triunfa (…). Me dicen acepta el estado presente; el mal es pasajero; el peldaño de la escalera. Pero la URSS no sube el peldaño, lo desciende.

También en carta al secretario de la asociación “Amigos de la Unión Soviética”:

Es porque he adquirido la triste convicción de que la URSS baja las escaleras que deseábamos verla trepar, y abandonar una tras otra las ventajas que la gran revolución padeció tanto por obtener, es porque me espanta verla arrastrar al Partido Comunista Francés hacia errores irreparables, que he creído mi deber hablar.

Las respuestas no se hicieron esperar. La primera fue de un Club de Jóvenes del 7eme Arrondisment (barrio en el que vivía) de las Juventudes Comunistas, que había financiado y apoyado. Le hicieron llegar una carta en la que expresaban su indignación y disgusto, retirándole el título de presidente honorario que le habían adjudicado. Lo acusaban además de que su libro era “un gran asunto comercial”, lo que le causó a Gide el mayor dolor que motivó su respuesta pidiéndole que hicieran de ella lectura pública a sus camaradas. La siguiente fue un artículo del periodista Pierre Scize en Le Merle Blanc aparecido con el título: “André Gide: un pobre bribón”, a quien también se toma el trabajo de contestar. Y vuelve la polémica con Guéhenno. En agosto de 1936 se abrió el último proceso de Moscú en el que se produjeron ejecuciones y detenciones de los antiguos miembros del partido y jefes del ejército ruso. A propósito de esa situación Guéhenno había publicado un artículo titulado “La muerte inútil” en el que exponía dos argumentos; uno, que los franceses no tenían porque ser estalinistas o trotskistas, ya que eso era un asunto puramente ruso; y dos, la afirmación de que era imposible poner en duda la culpabilidad de los condenados. Gide combate ambos diciendo que, si se trata de comparar a Stalin con Trotsky este último sería más enemigo del fascismo que el primero, y en cuanto al segundo argumento, escribe: “el mal es tan profundo que uno duda de reconocerlo”.

En 1937 prologa L´URSS telle qu´elle est (Gallimard, 1938), de Ivon, seudónimo de Robert Guiheneuf; un francés, obrero calificado y fervoroso comunista militante que en 1923 se radica en Rusia para trabajar con la revolución. Una vez allí, en contacto con los bolcheviques, completó una formación técnica que le permitió desempeñar distintos cargos en la explotación forestal. Casado con una ciudadana soviética y padre de un hijo, decide regresar a Francia en 1928. Está decepcionado. En el libro expone su visión del estado actual de la Revolución Soviética, pero lo que Gide narra en el prólogo es la aventura humana, las vicisitudes, obstáculos e interrogatorios contra los que Guiheneuf luchó durante varios años para obtener la autorización de salida para su familia. Finalmente, su esposa recibió una orden de expulsión que debía cumplir en 30 días, de lo contrario nunca podría dejar la Unión Soviética. Despojados de sus papeles de documentación y escasos bienes, milagrosamente lo lograron.

Otro prólogo es digno de mención. El escrito para el opúsculo Advertencia a Europa de Thomas Mann (Gallimard, 1937). Allí Gide hace la defensa del humanismo liberal contra el fanatismo; de la tolerancia, el conocimiento, la serenidad, la justicia, la libertad, el escepticismo indulgente. También sostiene una larga polémica con el escritor francés Pierre Alessandri, pero lo que sin duda marca la ruptura con los comunistas es la cuestión de la guerra de España. Siempre tuvo por ella la más profunda preocupación y lo demostró con su actuación como miembro muy activo del Comité de Ayuda a los Intelectuales Españoles, constituido después de la derrota republicana .

En 1937, en plena contienda, Gide, Georges Duhamel, Francois Mauriac, Roger Martin du Gard y Paúl Rivet, escriben un telegrama al gobierno republicano de Negrín pidiendo garantías de justicia y defensa para los combatientes españoles perseguidos por sus compañeros de causa. Siguiendo órdenes de Moscú, bajo la acusación de traidores, el Partido Comunista Español procedió a las detenciones y asesinatos de los anarcosindicalistas (entre ellos, el conocido anarquista Andréu Nin) y militantes del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM). Las desapariciones produjeron también actuaciones de una delegación internacional que viajó a España para investigar la situación, pero fueron inútiles. El gobierno de Negrín, si bien autorizó las solicitudes de la delegación internacional, y sabía que los militantes perseguidos no eran traidores, se vio obligado a contestar que en tanto las armas provenían de Moscú habían permitido aquella persecución, aunque no la aprobaban. Esta intervención trajo graves consecuencias para Gide.

En julio de ese mismo año, en el II Congreso Internacional de Escritores por la Defensa de la Cultura en Valencia, el escritor español José Bergamín no escatimó los insultos hacia él, publicados después en L´Humanité (del Partido Comunista Francés). Ilya Ehrenbourg lo ataca en Izvestia (órgano del Presidio del Soviet Supremo) acusándolo de ser “el nuevo aliado de los marroquíes (fuerzas franquistas), de los camisas negras (fascistas), el maligno anciano, el plañidero de Moscú”. Gide, en respuesta, escribe una breve nota titulada “Aclaración” en la que explica que es precisamente su amor a la causa republicana y proletaria lo que le llevó a la defensa de los perseguidos. Increpar a Franco, dice, no tendría sentido puesto que es nuestro enemigo declarado, pero la causa republicana debe verse libre de estas acciones que la deshonran, y añade que, a pesar del dolor que le han causado los insultos, particularmente los de Bergamín, no lograrán hacer de él un enemigo. Envía la nota a Guéhenno, y para su sorpresa, éste se niega a publicarla en Vendredi, el semanario que ahora dirige. La envía entonces a Gaston Bergery, en aquel tiempo simpatizante comunista, y director del semanario Fléche. Gide agradece su publicación en carta personal a Bergery, diciendo que aunque no coincidan en todo, en su periódico se puede escribir libremente, lo que no ocurre en Vendredi. “La libertad se transforma en rebeldía, la crítica no está más permitida. El que protesta o se reserva, traiciona”. Su creencia en el “individualismo comunista” se ha resquebrajado.

Con su antiguo contrincante Jean Guéhenno se produce un amargo cruce de correspondencia que pone punto final a lo que había sido hasta entonces un debate duro pero amistoso. En su “Carta abierta a André Gide” Guéhenno le acusa de tener una visión biográfica de la política y de herir a quienes antes había prodigado declaraciones de amistad, refiriéndose a él mismo y a los otros dos editores de Vendredi. Particularmente le hiere que Gide acuse a la revista de no ser libre, como su lema decía, por el hecho de que no quisieron publicar sus rencores personales . “No escribimos –dice- como un rentista para rentistas, como un espíritu puro para espíritus puros, como un diletante dispensado de todo para otros diletantes dispensados de todo (…). Somos hombres libres, no sumisos, pero comprometidos. Escribimos como camaradas para camaradas”. Ellos, en la revista, son fieles a los principios de la unidad del Frente Popular, y en cambio, para Gide, no existen las causas comunes. Las acusaciones son las mismas que las de siete años atrás; Gide es un rentista, un escritor dedicado a su arte que no acepta el compromiso militante, un individualista, que “ha hecho política como quien hace literatura”. El acusado responde en “Carta abierta a Vendredi” que le resulta inaceptable que se ponga en duda su fidelidad a la causa republicana, e insiste en que, a pesar de lo ocurrido, permanecerá siendo un aliado. Añade que por el afecto que lo une a la revista quisiera verla no siguiendo sino guiando, en el rol que de ella esperan sus lectores. La respuesta de Guéhenno es irónica, incluso sarcástica (“Como si la gloria le diera todos los derechos”). Sus conclusiones son claras: no quieren seguirlo en sus querellas con la URSS; no quieren plantearse el difícil problema de las relaciones entre los diversos partidos republicanos españoles; si Gide es libre de publicar en otros medios, ellos también son libres de rechazar los artículos que no sirvan a la causa común. El debate y los argumentos siguen siendo los mismos. Guéhenno es un militante comprometido que no cederá por razones de sinceridad (que opone a la “verdad”) y Gide es un hombre que no puede desentenderse de su conciencia individual, y de su verdad, así se la considere una verdad “particular” o “biográfica”.

Litérature engagée cierra con dos notas dirigidas en diciembre de 1937 a Angéle . En la primera le dice que, quizá porque los comunistas lo repudian, piensa ella que él ahora “reconoce sus errores” y por ello le pide firmar un Manifiesto a los Intelectuales Españoles, que rehúsa adherir porque la posición del documento es ambigua con relación a la causa republicana. En la segunda resume su último debate con Guéhenno.

“Quería aprovechar la ocasión de soltar viejas represiones, como se sueltan las plagas. Esperaba que todo eso había cicatrizado y que me había finalmente perdonado del maligno artículo que escribió hace tiempo contra mí; pero todo eso supuraba adentro. ¡Era necesario que saliera¡

En cuanto a Vendredi, agrega, lamenta que haya decidido ser el espejo del Frente Popular cuando debería serlo de la conciencia; aun así espera que en el futuro cambie. “La cuestión para mí no es sino intelectual y moral y eso es bastante suficiente”.

En su último libro de memorias Ainsi soit-il ou Les jeux sont faits (Gallimard, 1952,) que escribió hasta pocos días antes de su muerte, evocará su viaje a la URSS lamentando no haber tomado notas diariamente de todo lo que vio y experimentó. Se lo impidió la constante vigilancia a la que se sentía sometido y el temor de sorpresas indiscretas, pero al recordarlo, una vez más, quiere protestar contra “el ruido” que provocó Regreso de la URSS.

Decepcionado en cuanto a la realización perfecta del comunismo; ciertamente sí; y de la ausencia de libertad (…). Los acontecimientos que siguieron probaron abundantemente la exactitud de lo que dije y la precisión de mis pronósticos. Pero el viaje en sí, ninguno de los que hice me dejó recuerdos tan capitales.

Varias veces vuelve sobre el tema, relatando la inesperada muerte de uno de sus compañeros de viaje que falleció solo en Moscú, y, como si no quisiera dejar ninguna imprecisión en su hora final, insiste:

No dudaba ni me hacía ninguna ilusión tampoco del desencadenamiento de odio que la publicación de Regreso de la URSS iba a provocar. Arriesgaba mi tranquilidad en un caso como en otro; pero hay cierta forma de confort moral que me parece pagaría muy caro si era a costa de la veracidad.

Cuando en el discurso pronunciado para los estudiantes de Moscú dijo: “escribo para el porvenir”, se refería entonces a que los fracasos de venta de sus primeros libros le habían hecho confiar en que sus lectores estarían en el futuro, pero la frase puede entenderse en más de un sentido.

Notas de Pie de Página:

1- El “Alma bella” es una de las figuras típicas del romanticismo: la encarnación de la moralidad, no como regla o deber, sino como efusión del corazón o del instinto. Utilizada por Hegel y Goethe en sentido filosófico, en el uso contemporáneo la expresión ha adquirido un significado irónico y de burla, designando la actitud del que vive satisfecho con su propia y presunta perfección moral, ignorando o desconociendo los problemas efectivos, las dificultades y las luchas que dificultan el ejercicio de una actividad moral eficaz.

2-Fue director de las revistas Europe, Vendredi y Resistance. Le fue conferida la Cruz de Guerra (en la I Guerra Mundial) y la Medalla de la Resistencia (en la II Guerra Mundial). Fue electo Miembro de la Academia Francesa; su obra principal la constituyeron los estudios sobre Rousseau y sus diarios, particularmente Diario de los años negros (1940-1944).

3- Las notas son tomadas de la versión española. Buenos Aires: Sur, 1936. Prólogo de Victoria Ocampo.

4-Terminada la guerra numerosos intelectuales españoles debieron refugiarse en Francia y fueron retenidos en campos de concentración por el gobierno francés. Gracias a ese comité muchos pudieron salir de los campos y emigrar a Suramérica.

5- El semanario apareció en 1935 y tenía por lema Libertad y Verdad para mostrar todo, decir todo, a todo riesgo. “De André Gide a Jacques Maritain, de los intelectuales que han apoyado la revolución hasta los intelectuales católicos que han mantenido el partido de la Libertad”. Efectivamente, en el primer número se publicaron textos de ambos autores.

6-En 1900 publicó unas crónicas con el título Lettres á Angéle. No sabemos si estas notas están dirigidas a aquella interlocutora literaria o a una persona del mismo nombre.

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